CARLOS RUIZ
VILLASUSO
Me resisto a leer libros en una pantalla. Tengo
los rincones de la casa llenos de eso que se llama libro, que se encuaderna,
que tiene hojas que se pasan una a una, con sus líneas escritas, sus párrafos…
la lectura huele. Nada que no deje olor en las yemas de los dedos, debería ser
considerado como literatura. Casi nada lo es por dos cosas, porque aun siendo
ficción lo escrito, no tiene esa calidad literaria. Y si la tiene y la lees en
plasma, no huele. Leer Pedro Páramo en iBooks es como ver cine sin ir al cine.
Aunque no lo crean, uno de los sentidos que acompañan a literatura leída para
ser recordada, es el del olfato.
No todas las yemas de los dedos huelen a la misma
tinta y de la misma forma. Mark Twain y Tom Sawyer dejaba un olor a cueva
húmeda y a aventura, la tinta de las hojas del libro de Cooper, “El último
Mohicano”, tenía olor a pintura de guerra de indios. Hace poco, “Balas de
Plata”, de Elmer Mendoza, dejó en la yema de estos dedos que escriben, el mismo
olor de la pólvora y jamás se irá de ellos el rastro que deja el olor de Cien
Años de Soledad, que huele a literatura tropical. La literatura en libro huele
a lo que huelen las lecturas de los ojos de cada edad. El periodismo también
huele.
El periódico siempre dejó en los dedos el negro
ceniza de la tinta, resultado de un trabajo de búhos en rotativa, final del
proceso de un trabajo, el periodístico, que ha sido el baluarte de la libertad
de los hombres, de la no ignorancia de los hombres. Los tiempos cambian y hoy
la información galopa de forma real/virtual, unas veces de forma razonable y
otras no tanto, unas veces de forma sensatamente opinadora y otra de forma
irresponsable. Pero los vehículos de la ciencia de comunicar e informar son un salto
hacia ser más libres. Si no se es ignorante. Si los dedos siguen oliendo a
tinta.
Aplausos cumple cuarenta. Joven. Maduro. Pasar sus
hojas tiene el sonido del periodismo de siempre y deja el olor a lo que huele
este periodismo de siempre. La revista. En medio de tanta novedad y con la
tendencia a insocializar la lectura (leer es un acto responsable y voluntario
al tiempo que una necesidad casi espiritual) hacia redes, webs, blogs, etc...,
cuarenta es un milagro. Por eso he de felicitar a los cientos que han hecho
posible los cuarenta años y animo a socializar su lectura. Ir al kiosko, ese
lugar donde hay hojas, encuadernaciones, revistas, diarios, periodismo, ocio,
aventura… el kiosko es un lugar estrecho y hacinado donde cabe el mundo entero.
Me gusta ir a los lugares donde hay libros y no
comprenderé jamás cómo la gente puede vivir sin leer. Se convirtió en una
paradoja este país que ha dado a los más grandes escritores y al número de
lectores decrecientes hasta hacer de España el país más culto que regresa a su
máxima incultura. De todas las necesidades que pueda tener como hombre y ser
humano, la lectura es la más inabarcable de ellas, insaciable, pues en una
mente caben millones de olores que dejarán el rastro de los recuerdos que nos
han ido dando forma y haciendo. Olor a fresa de los cuentos de príncipes de
Green, olor a mar de los piratas de Salgari, olor a estrellas de Pearl S. Book,
olor a silencio denso de Thomas Mann… Olor a lances y a campo y a olés de
cuarenta años de Aplausos.
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