Resuelto
e inspirado con un buen lote de Cuvillo, cuaja con el quinto de corrida una
preciosa faena de gran imaginación y excelente dominio con la firma de torero
diferente.
BARQUERITO
Fotos: EFE
EL SEGUNDO TORO de la corrida de Cuvillo, colorado
y rabón, así de bajito, tuvo la nobleza pajuna de los toros bombón. Los de
peluche de sangre Juan Pedro que Cuvillo cultiva en su jardín de Vejer como
plantas de invernadero. Talavante le pegó muchos capotazos de brega antes de
dejarlo ir al caballo. Tal dosis de toreo de doma dejó al toro tan suave, tan
suave, y suavidad resaltada por su lustrosa capa encendida, que la faena que
vino fue no tanto un ejercicio de geometría como un mero juego de manos.
Las dos manos: compasito en el toreo en redondo,
cuando todavía el toro jugaba como gato con madeja, y amplio dibujo en el toreo
al natural, alzado Talavante de muy juncal manera. Las dos veces que, sin
fuelle, se quedó el toro debajo, Talavante tiró de él como si fuera un animal
de compañía. Con dos cuernos muy afilados. En las pausas y en los desplantes
apareció el Talavante impostado que tan bien sabe camelarse a quien sea. En la
firma de dos o tres muletazos del desdén asomó el Talavante mexicano, que
domina la suerte y se ajusta en ella. En la suerte contraria una estocada
soltando el engaño. Sin puntilla el toro. Se pidió con ganas la segunda oreja.
Para eso, para que el botín fuera de dos orejas
muy de razón, hubo que esperar al quinto toro de Cuvillo, chorreado en verdugo,
bien armado. No solo de traza y pinta diferentes, sino de línea distinta a los
cuatro que se habían jugado por delante. La línea y la forma de ser.
Asustadizo, se huyó de un capote nada más verlo, escarbó y pareció lanzarse y
no embestir, pero se quedó debajo en un primer puyazo. Tomó el segundo corrido
por dentro. Un relativo enigma. Roca Rey quitó por chicuelinas -entre la
primera y las dos que completaron quite antes de la media de remate- volvió a
escarbar el toro. No todos los toros escarban de manso. Este quinto cuvillo fue
el ejemplo perfecto. Le dio al gran Juan José Trujillo guerra en la lidia, se
dolió en banderillas, Valentín Luján se libró por milímetros en un primer par
por la derecha. Estaba por saberse qué iba a pasar.
Solo que Talavante ya lo sabía. Solo él, que,
brindis sorpresa al público, abrió en tablas con una temeridad inesperada: de
rodillas y por alto, cuatro muletazos bien tirados. En los dos primeros se
venció el toro; en los otros vino ya metido. El remate de tanda, a pies juntos
y saliéndose a las rayas, fue el anuncio de lo que iba a ser una mayúscula
faena. La embestida del toro, un puntito picante, encareció la cosa. Tras el
prólogo, Talavante se fue de largo a los medios y con la zurda cobró una tanda
de seis ligados, abriendo al toro o no. Hocico al suelo, parecía el toro
pensárselo. No le dio tiempo Talavante. Sí la ventaja de dejarlo atacar franco.
Tras un farol pinturero, Talavante cuajó en redondo una tanda muy despaciosa.
Toreo enroscado, ligado de verdad según el canon clásico, ajustado, todo lo
solemnes que pueden ser las cosas de un torero tan desenfadado como Talavante.
Se calentó la gente toda: el público de domingos y el otro también.
Se arrancó la banda con una marcha fallera -
¡santo cielo, y a quién se le ocurre…! -, los de los domingos la palmearon a la
valenciana, pero nadie pudo apartar la mirada de Talavante, de frente o de
perfil, el pecho por delante, la muleta también y en vuelo muy rimado, y paseos
rutilantes no para tomar aire Talavante sino para dárselo al toro, que no paró.
Fue notorio que en los remates de tanda Talavante simplemente se fuera al paso
de la cara en desplantes andados. Los de pecho y las trincherillas debidos
llegaron en su momento. Y los cambios de mano. El dominio, final de faena en
una baldosa, fue impecable. Una estocada mortal, un aviso cuando el toro se
tambaleaba, dos orejas. La faena de la feria. Sin punto de comparación posible.
A todo hizo sombra no solo la faena del quinto
toro, que obligó a Roca Rey a repetir hasta el agotamiento los pases cambiados
por la espalda intercalados, sino la del segundo cuvillo también, pues el
primero de los dos trabajos de Castella, de muy buen sentido, pareció plano en
cuanto Talavante asomó la cresta. Roca Rey, que debutaba en Zaragoza y asustó a
todo el mundo con un quite por gaoneras ligadas sin perder ni un paso, ya
sintió en su primera baza el peso de la sombra de Talavante y, cuando hubo que
declararse con el tercer toro, no tuvo más solución que la de recurrir al
alarde en tablas, en terreno imposible y en muletazos de va y ven. El cuarto de
Cuvillo, de monumental culata, tuvo las fuerzas justas y el fondo también,
llegó a desparramarse y a volver grupas. No se aburrió Castella. Muy descarado,
el sexto, el más ofensivo de la corrida, puso a prueba los nervios de Roca Rey.
Sus banderilleros -llegaron a estar los tres en la arena mientras se
desenvolvía el torero limeño- acentuaron la sensación nerviosa.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes, 13 de octubre 2017. Zaragoza. 7ª de
feria. Estival, 28 grados. Plegada la capota de cubierta. 10.100 almas. No hay
billetes. Dos horas y treinta y cinco minutos de función.
Seis toros de Núñez del Cuvillo.
Sebastián
Castella, oreja tras un aviso y
saludos.
Alejandro
Talavante, una oreja y dos orejas
tras un aviso.
Roca
Rey, oreja y oreja tras aviso.
Bien en la brega y con las banderillas Valentín Luján, que ha echado una gran
temporada. Se retiró del toreo el piquero Manuel
Molina. Roca Rey le brindó el sexto toro.
Postdata
para los íntimos.- Al sedimento de grava que asoma en el río frente al
Pilar y equidistante de las dos orillas se le llama la Isla del Ebro. Pongamos
mayúsculas. Eso tienen en común Ebro y Danubio. La isla de aquí desparece
cuando crece el río y, si vuelve a asomar, que pasa muchas veces, no lo hace en
el mismo sitio nunca. La isla del Danubio, cantada por Garcilaso de la Vega
hace cinco siglos, era un edén. La del Ebro es una lengua pedregosa como de
tierra lunar. Me fascina.
Un Ayuntamiento tuvo la feliz idea de instalar en
las dos orillas del Ebro otros tantos trampolines desde donde poder contemplar
la isla, que, por mucho que se mueva al emerger, nunca se va de la vista del
mirador. En el mirador de Echegaray y Caballero, en la trasera del Palacio
Arzobispal, que es un notable edificio, se explica en un panel con cierto
detalle por qué la isla y su misterio. No se busca explicar el capricho de la
tierra sino de hablar de pájaros, de las aves que pueblan la isla, territorio
vedado a los humanos, virgen de pisadas. Garzas, cormoranes y gaviotas de pico
amarillo conviven en paz.
No todas las aves son de paz. Las que menos, las
famosas palomas. Otro Ayuntamiento tuvo que prohibir en su día que se
alimentara a las palomas en el llamado Salón del Pilar, la gran explanada
adonde vierte la fachada del templo. Si hubieran podido, las habrían
exterminado. Las cagadas de las palomas se estaban comiendo lo techos de las
cúpulas y los tejadillos de azulejo del Pilar. No he podido divisar bien cuáles
eran esta mañana los habitantes de la isla. Me pareció reconocer una amplia
colonia de palomas. Como el río está todavía muy agostado, los cormoranes han
debido emigrar río arriba. Ni idea.
Si eran palomas, estaba alineadas como una tropa
en un cuartel. Todas, de cara al sol y al muro trasero del Pilar. La zona
estaba a tope. Puestos de comida en casetas del paseo. La Virgen expuesta con
el manto blanco y la cruz encarnada de Lorena. El tapiz de flores, muy
desordenado, emanaba aromas cruzados de nardo y rosa. Oh, sí. No sé dónde
habrían metido los frutos de la ofrenda del día 13. Tengo en el hotel tres
grupitos de oferentes que solo alquilan la habitación para cambiarse de ropa y
ponerse de baturros. El traje de baturro es elegante y sencillo. Con o sin
cachirulo. La faja, imprescindible. He visto a dos mujeres vestidas de
ansotanas, el traje de fiesta del valle de Ansó, que es como el de las
roncalesas pero menos rebuscado. Un fósil maravilloso de atuendo medieval.
La albóndiga de lubina en salda de pimienta verde
es una de las delicias particulares de Casa Lac. He repetido cebolleta
confitada en salsa Chardonnay. He picado en el Mar de Cádiz un par de pecados.
He leido tres periódicos del país: el Diario del Alto Aragón que se edita en
Huesca, el Diario de Teruel, que como su mismo nombre indica, y La Comarca,
edición de Alcañiz, con una crónica de la corrida del jueves en Calanda. Para
saber lo que pasa. Y a ver si arreglan de una vez las cosas del tren. Sesenta
años en la pelea del Canfranero, y en la del tramo de Teruel a Sagunto. La que
me vende los periódicos es natural de Calamocha, camino de Teruel. "Ya no
quiero llorar más...", me dice del tren, que descarrila dos veces por
semana y tarda un siglo en bajar del Pirineo al Mediterráneo. Un desastre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario