jueves, 26 de octubre de 2017

DESDE EL BARRIO: Un extraño año de transición

PACO AGUADO

Dejemos de lado, antes que nada, la artificial y forzada polémica creada en torno a la presencia de José Tomás y la ausencia de Enrique Ponce en el cartel de la corrida monstruo que se celebrará en la México el próximo 12 de diciembre, en la que lo único importante, por encima de los egos, será que los tendidos monumentales se llenen a rebosar.

El análisis de la actual situación de toreo es suficientemente importante como para perder el tiempo entrando a ese trapo y, en definitiva, hacerles el caldo gordo a quienes siguen empeñados en negar interesadamente hasta las más abrumadoras evidencias. Entre ellas, el abismo que, en cuanto a interés popular, existe entre uno y otro torero.

Los ecos de ese falso "affaire" han llegado también hasta España, donde, con temperatura aún de verano, comienzan ahora a  hacerse las cuentas del invierno y se redactan ya unos resúmenes de temporada que nada aclararán, salvo la mayor o menor "influencia" mediática de toreros, empresarios y hasta ganaderos.

Pero más allá de las habituales lecturas complacientes, la temporada taurina europea de 2017 ha arrojado un balance extraño, una mezcla de circunstancias cuya confusión responde, sin duda, a la dilatación en el tiempo de una palpable etapa de transición del espectáculo, a caballo entre el nuevo y aún no rematado reparto de poderes  y un relevo generacional que no llega a completarse.

A falta de un recuento definitivo, lo que sí parece claro es que esta temporada ha seguido descendiendo, o al menos no ha remontado, la celebración de festejos mayores. Hasta tal punto que en primer lugar del cada vez más desvirtuado escalafón figura Juan José Padilla con un total de 56 paseíllos, la cifra más baja alcanzada por el líder de los matadores desde hace 63 años. En concreto, desde que el venezolano César Girón sumara dos menos que el jerezano  en 1954.

Es decir que, si la crisis económica que estalló en 2007 bajó las entonces desmesuradas cifras del toreo en España hasta equipararlas al aparentemente buen nivel de los años 80, algunos de los indicativos de 2017, cuando se supone que el país y el mundo están saliendo de esa larga recesión, nos llevan, en cambio, a hacer comparativas aún más preocupantes. Por ejemplo, con los números de la árida y crítica década de los cincuentas, años de escasez de la autarquía franquista que, taurinamente, fueron mucho más brillantes en el ruedo que en las estadísticas y la taquilla.

Por el contrario, una vez que la mayoría de ayuntamientos y corporaciones locales han dejado de ayudar definitivamente en sus presupuestos a los festejos formales en plazas de tercera, año tras año sigue subiendo como la espuma el número de festejos populares, convertidos en una insospechada base de afición en estos tiempos difíciles, pero a punto de definirse también como una amenazadora y recurrente alternativa que puede frenar para siempre la recuperación de las imprescindibles novilladas.

Sea como sea, conviene dejar de mirar para otro lado, y reconocer que si la caída de las novilladas atenta directamente contra el futuro, el efecto de la reducción de las corridas de toros, limitadas en su mayor porcentaje a plazas de primera categoría y una parte de las de segunda, está siendo el de concentrar el poder empresarial en unas pocas manos.

Además, de esta evidente ralentización y reducción de la economía taurina, tan estrechado el volumen de negocio, se derivan consecuencias que también atentan contra el nivel artístico. El asunto daría para mucho más, pero señalemos únicamente que, sin grandes estímulos salariales y en manos de una extendida y poco cuidadosa lista de comisionistas, los toreros "protegidos" van convirtiéndose en una especie de desmotivados funcionarios de luces, al tiempo que se deja en el ostracismo a los diestros que le apuestan al toro y a caminar por libre.

El escalafón de matadores es muy elocuente en ese sentido, pues basta comparar los números de los toreros a la sombra de los grandes árboles –otra cosa serán los números de sus liquidaciones- con los de aquellos que no gozan de ese supuesto “privilegio”, incluidas grandes figuras que han tenido que reducir sus actuaciones de manera notable para poder mantener sus elevados cachés.

Y es precisamente esta restrictiva situación la que contribuye también a frenar el relevo generacional, en tanto que, sin apoderamientos enfocados por vías más clásicas y estimulantes, no acaban de tomar el sello de verdaderas figuras toreros jóvenes que, tiran de la taquilla o que han triunfado con más regularidad en las grandes citas.

Porque, además, la prensa endogámica sigue sin hacer distingos y renuncia a su función de jerarquizar los éxitos, que siempre presenta revueltos, los menores y los mayores, los trascendentes y los que no dejan memoria, bajo la tabla rasa del ditirambo vacío que huye de las evidencias y acaba por contribuir a la cada vez más extendida vulgarización artística.

Todo ello se ha hecho patente en este 2017 donde tanto hemos llorado, por Iván Fandiño, por Gregorio Sánchez, por Chucho Solórzano, por Palomo Linares, por Manolo Cortés, por Dámaso González, por Victorino Martín… pero en el que también, a pesar de que apenas se ha aplicado la tan ansiada bajada del IVA en el precio de los boletos, hemos festejado un notable aumento de asistencia a los tendidos –en los primeros y últimos meses de la temporada, no en su parte central– y, esa es la verdadera gran noticia, la gran cantidad de toros que, en todas las ferias, han embestido más y mejor que en campañas anteriores, en consecuencia directa de la estricta selección que la crisis obligó a hacer a los ganaderos. Los únicos que supieron reaccionar a tiempo.

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