Un
trabajo original no exento de maestría, inteligencia y torería por la manera de
manejar la querencia de un toro de los Matilla. Espectáculo larguísimo y
bastante plano.
BARQUERITO
Fotos: EFE
CASI TRES HORAS en la Maestranza sin saberse en
qué pudo irse tanto tiempo. Una corrida de desigual lámina de dos de los tres
hierros de la familia Matilla. El primer sobrero, de los Matilla también, casi
600 kilos, cinqueño de cuajo hondo y espectacular, fue el de más trapío de la
semana, pero también el único de todos los jugados que tomó sin apenas previo
aviso el camino de las tablas hasta encontrar la puerta de chiqueros, donde
murió aculado primero, recostado después y vuelto a aconcharse. Rajarse, se
dijo un día de esa manera de ser. Hizo el verbo fortuna.
Ni en la contraquerencia, donde Roca Rey trato de
sujetarlo con segura firmeza, ni menos todavía en la querencia. No quiso el
toro. La faena, abierta de largo en la boca de riego con el cambiado por la
espalda que parece guion obligado en los trabajos de Roca Rey, tuvo su interés
y su mérito en solo los primeros compases cuando pareció que el empeño del
torero peruano podría prosperar. Protestó el toro -un desarme- antes de huirse,
pero Roca se resistió a perder la fe: un par de muletazos a pies juntos muy
graciosos. Una estocada corta y tendida. Un aviso. En exceso de confianza, Roca
se había ido hasta el mismo punto donde había empezado hacía diez minutos
creyendo que el toro iba a echarse. No se puede dar por muerto un toro hasta
que no lo esté. Tres descabellos.
Al soltarse el cuarto ya habían dado las ocho. La
primera mitad de corrida fue de pobre nota. El primero, la cara arriba, solo
pegó cabezazos rebrincado. Perera había brindado al público, Se arrepentiría de
inmediato. El segundo, alto y estrecho, pareció de buen aire. Roca Rey quitó
por chicuelinas, tres, y media, que fue la guinda del quite. Talavante replicó
por sedicentes verónicas. No iba a ser el día de Talavante con el capote. Sí
con la muleta, pero tres toros después. A este segundo, remolón y apagado,
cortito de gas, había que llegarle mucho, y ni siquiera así. Uno a uno le pegó
Talavante algún muletazo bien compuesto. No entró la espada. Un aviso. Empezó a
correr el reloj sin que pasara apenas nada. Antes de asomar el monumental
sobrero de Olga Jiménez fue devuelto un tercero del mismo hierro, grandullón,
descoordinado y renco. Se habría pegado algún trompazo por el laberinto. Perera
repitió brindis con el cuarto, tan apagado como el que más. No fue ni de los de
ir y venir. Un par de regates por la mano izquierda -por ella prendió a Curro
Javier en la reunión de un par memorable, pero sin llegar a herirlo- y un
trabajo maquinal, tozudo, ingrato, largo. Se escuchó ese consejo malicioso tan
de castigo en la Maestranza: “Déjalo ya…!”
El quinto, del hierro de los hermanos Matilla, fue
el más en Jandilla de los siete aprobados. El porte todo, el hocico afilado,
las cañas finas que aguantaban 585 kilos de tablilla como si tal. El toro tomó
corrido una primera vara, derribó y se enceló con el caballo caído. Talavante
anduvo desnortado en la lidia, muchos capotazos, ninguno bueno. En banderillas
el toro apuntó querencia a tablas. Querencia clara. No de huirse tanto como el
sobrero, sin embargo. Y entonces hubo como un careo entre las partes. Como si
Talavante preguntara al toro “¿Te vas o te quedas?” La solución fue una faena
en la querencia del toro, entre rayas y tablas, Talavante acertó a llevarlo
tapado y a hacerlo con una suerte de delicada maestría. Tandas bien ligadas,
muy linda la construcción de una faena en la que de partida solo creía
Talavante. Apagado pero pastueño, muy noble, el toro se avino al trato, que fue
exquisito, cadencioso, suave de verdad, a cámara lenta en algunos pasajes.
Demasiado dilatada la faena, larga, pero Talavante estaba muy a gusto. Una
estocada defectuosa soltando el engaño bastó.
El sexto, muy astifino, protestado de salida -
¿por renquear, por sacudido…? -, claudicó en la primera vara, salió tundido y
fue devuelto. Y saltó un sobrero de Torrestrella de pinta muy particular. Por
sardo lo dieron los veterinarios. Entre sardo -mínimos los parches negros- y
castaño berrendo y capirote. Pese a tanto brillo, no fue toro bello. Tampoco
feo. Salió buscando puertas -ya había sido sobrero el miércoles, lo acusaría-,
cobró un volatín completo y a pulso, encajados los pitones en la arena. No se
descompuso, pero no llegó a componerse tampoco. No descolgó ni en una sola
baza, se soltaba de engaño. Roca Rey se puso y lo esperó. Vano intento. Ya era
de noche. Un pinchazo hondo. Y un puntillero revolcado en la agonía final.
Postdata
para los íntimos.- La crónica. Y un postre algo indigesto: una
meditación sobre los árboles de San Pablo. Y una visita al museo de calendarios
de Las Piletas, con intérprete en francés.
FICHA DEL FESTEJO
Cuatro toros de Olga Jiménez -el 3º bis, sobrero-, uno- 5º- de Hermanos García Jiménez y un sobrero -6º bis- de Torrestrella.
Miguel
Ángel Perera, silencio en los
dos.
Alejandro
Talavante, silencio tras un aviso
y una oreja.
Roca
Rey, saludos tras un aviso y
silencio.
Curro
Javier le puso al cuarto un par de
categoría especial y alto riesgo. De él salió trompicado y prendido, con la
taleguilla rasgada y una lesión lumbar de pronóstico leve. Le tocaron la
música.
Viernes, 13 de abril de 2018. Sevilla. 5ª de
abono. Lleno. 12.000 almas. Soleado, fresco. Dos horas y cincuenta minutos de
función.
Miguel Ángel Perera |
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