PACO AGUADO
Y bien. Algunos rayando casi la perfección en clase,
entrega y profundidad. Porque la realidad es que los mejores ganaderos
españoles de nuestros días han conseguido, tras la obligada y necesaria criba
que impuso la crisis tras la masificación de los tiempos del
"ladrillo", un altísimo número de toros con un nivel de bravura quizá
predecible pero realmente asombroso.
La lidia ayer mismo, para no ir más lejos, de
"Orgullito", de Garcigrande, –y no nos olvidemos de su hermano
"Chumbo", también del lote de El Juli– es un ejemplo paradigmático y
clamoroso de ello, de lo que la genética, la buena selección y el buen manejo
han llegado a conseguir del toro bravo.
Nunca en la historia del toreo se había visto
embestir a los toros –a los buenos, claro– con la profundidad y la entrega que
han tenido docenas y docenas de ellos en los dos últimos lustros. Busquen,
repasen, analicen videos, películas, fotografías y reseñas de todos los
tiempos, que no encontrarán nada similar.
Como tiene muy bien estudiado el científico
Fernando Gil Cabrera, la selección de los ganaderos de bravo ha conseguido al
paso del tiempo estas auténticas máquinas de embestir, como ese
"Orgullito", que ni fue bonancible, ni fue tonto, ni sumiso, ni
servicial, ni ninguno de esos calificativos despectivos que le aplicaron los
que ni se enteran ni se quieren enterar de las evidencias, sobre todo si van
marcadas con el hierro de una ganadería de las que llaman
"comerciales".
Pero Garcigrande, con todos los defectos y
virtudes de una producción masiva, es, sobre todas las cosas, una ganadería brava,
capaz de lidiar animales que como "Orgullito" –y como
"Chumbo"– llevan el concepto de embestida hasta las cotas de lo
sublime. Porque solo así cabe definir esa forma de descolgar el cuello para
seguir la muleta con absoluta entrega, y con más fuerza, cojones, profundidad y
temple cuanto más le exige el señuelo.
Es cierto que este año, en lo que llevamos de
temporada española, muchas corridas han salido demasiado apagadas y afligidas,
y que han provocado cierto sentimiento de preocupante decepción en el
aficionado. Pero no hay de qué. Tan urbanitas como somos todos ahora, también
el aficionado a los toros, solemos olvidar que el toro, animal rústico y criado
al aire libre, está sometido a las leyes implacables de la naturaleza.
Y, por mucho que se le cuide y se le
sobrealimente, los dos meses que el temporal de lluvias de este invierno
prolongado les ha hecho pasar bajo el agua y sobre el barro han consumido
muchas de sus calorías, de esas energías y ese brío que a muchos les han
faltado en la plaza.
Claro que, aunque lo ignore tanto neoaficionado,
nada de esto es nuevo bajo el sol del toreo, pues de toda la vida se supo que
el toro de marzo y de los primeros días de la primavera, recién salido del
invierno –en Salamanca no lidiaban hasta mayo o junio por tal motivo– era
siempre más endeble que el más vivo y fiero toro de hierba de la primavera,
mientras que el del verano, el del pienso del campo agostado, era fuerte pero
templado.
Aun así, algunos de esos buenos y más capacitados
ganaderos también han logrado vencer estos imponderables a base de esfuerzo y de un inteligente trabajo a la
hora del manejo y de la sanidad, como pasó con la bien criada, cuidada y
vitaminada corrida con que debutó en la Maestranza la divisa de La Palmosilla,
que dejó con tres palmos de narices a quienes esperaban morbosamente ver rodar
a sus ejemplares por la arena.
Contra pronóstico de agoreros, los toros de Javier
Núñez tuvieron un claro fondo de bravura y raza que salió a flote a pesar de
los desaciertos de la terna. Así que el hecho de que fallaran después los
encierros de Matilla y de Victorino Martín, en el que fue uno de los pocos pero
más grandes fracasos de la ganadería cacereña, no es óbice para decir que,
hasta el momento, no hayan embestido los toros en Sevilla, pues han sido ya
unos cuantos –de Las Ramblas, de La Palmosilla, de Garcigrande, de Fermín
Bohórquez en los rejones…– los toros más que propicios para que a estas alturas
estuviéramos hablando de un puñado de
faenas para el recuerdo.
La cuestión más preocupante estriba es que, frente
al gran trabajo de los ganaderos –algunos buenos ganaderos– para criar el toro
de mejores embestidas de la historia y en número tan abundante y regular, la
evolución del toreo, en cambio, no parece ir en paralelo y en la misma progresión,
por no hablar de una clara regresión hacia lo defensivo y lo especulativo.
Porque ese toro casi perfecto, para ver
correspondida su entrega, pide, exige y necesita que se le aplique un toreo de
tan pura entrega, de tan firme mando, de tan sutil precisión y de tanta calidad
que, visto lo visto y a fuer de no engañarnos a nosotros mismos, no está al
alcance de la inmensa mayoría de los toreros del escalafón actual. Por mucho
que, precisamente para confirmarlo tarde tras tarde, a muchos de ellos los
veamos anunciados tarde tras tarde en las principales ferias.
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