PACO AGUADO
Una hilera de purasangres con su hierro –cómo si
no– ritmaba el sonido de sus herraduras sobre el adoquinado, poniendo eco al
lento paso del féretro de Ángel Peralta por las calles de la Puebla del Río.
Jinetes a la vaquera, destocados en respeto de sus sombreros de ala ancha, los
llevaban de las riendas, mientras varios toreros emocionados cargaban sobre sus
hombros los restos mortales del centauro hacia su último descanso.
Uno de ellos, el veterano Jaime Ostos, iba el
primero en la escuadra, junto a Diego Ventura que tanto le ha llorado. El
maestro astigitano (de la Astígita romana, de la Écija de hoy), hacia ver a
todos, una vez más, la eterna deuda de vida que le unía al caballero, aquel
hombre que, por determinación, carácter y autoridad en los momentos más
críticos del percance, fue decisivo para que aquel cornadón de 1963 en Tarazona
no detuviera para siempre el corazón del león.
Pero no solo Ostos le debía tanto a Ángel Peralta.
Es el toreo todo el que está en deuda con el jinete marismeño que, desde abajo
y desde la más pura intuición, desde la más creativa autodidáctica, se inventó
el moderno rejoneo a la española. Él, y solo él, fue quien, por ambición y
afición, profesionalizó definitivamente un espectáculo hasta entonces solo
intuido, bosquejado, por un amateurismo caritativo más anecdótico que
consistente.
Hasta que, como de un torrente de fertilidad, de
la mente inquieta de Peralta surgieron ideas, estructuras, suertes, hierros,
rosas, arreos, contratos, carteles, camiones, cajones de curas… y versos. Fondo
y forma, cimientos y adornos, todo el rejoneo por llegar pasó antes por la
cabeza de un personaje convertido en histórico desde el mismo momento en que
partió de la orilla del Betis para propagar, mediado ya el siglo XX, las tablas
de la ley de la nueva tauromaquia a caballo.
Nada del toreo ni de la vida le fue ajeno a este
auténtico caballero andaluz que, parafraseando la película de Luis Lucia, se
ganó el respeto absoluto del todo el toreo de a pie, desde los maestros a los
peones, desde las empresas a los trabajadores, por su ejemplar manera de
manejarse en pro del beneficio común, en los campos y en las plazas, en los tendidos
y en los despachos.
Irrepetible por polifacético, imprescindible por
polivalente y visionario por su amplitud de miras en su afán de hacer
trascender cultura taurina a golpes de ejemplo, bien se puede asegurar, antes
incluso de la repentina desaparición de su joven espíritu de 93 años, que Ángel
Peralta ha sido, dentro y fuera de los ruedos, uno de los personajes de mayor
dimensión del toreo de los últimos cien años.
Mucho más que un gran rejoneador, el vitalista
señor de la Puebla fue el pionero del rejoneo, quien conquistó y descubrió los
nuevos territorios y agrandó las fronteras que otros han mejorado y ampliado
siguiendo su determinante legado, forjado no solo desde lo alto de una silla
vaquera y manejando las espuelas.
Artista y estudioso, campero y palaciego,
infatigable creador de fantasías, pensó en grande y a lo grande, como criador
de caballos y de toros, como veterinario y como escritor, como actor y como
lidiador. En definitiva, como todo un creador, como un inquieto y ávido sabio que,
por eso mismo, acertó a definir, de la manera más sucinta y poética posible, la
más profunda esencia del toreo en una frase que habría de grabarse en mármol:
esa que sentencia, como dijo el centauro, que "torear es engañar al toro
sin mentir".
Que la tierra le sea leve y la historia le sea
justa.
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