miércoles, 11 de abril de 2018

DESDE EL BARRIO: Un caballero andaluz

PACO AGUADO

Una hilera de purasangres con su hierro –cómo si no– ritmaba el sonido de sus herraduras sobre el adoquinado, poniendo eco al lento paso del féretro de Ángel Peralta por las calles de la Puebla del Río. Jinetes a la vaquera, destocados en respeto de sus sombreros de ala ancha, los llevaban de las riendas, mientras varios toreros emocionados cargaban sobre sus hombros los restos mortales del centauro hacia su último descanso.

Uno de ellos, el veterano Jaime Ostos, iba el primero en la escuadra, junto a Diego Ventura que tanto le ha llorado. El maestro astigitano (de la Astígita romana, de la Écija de hoy), hacia ver a todos, una vez más, la eterna deuda de vida que le unía al caballero, aquel hombre que, por determinación, carácter y autoridad en los momentos más críticos del percance, fue decisivo para que aquel cornadón de 1963 en Tarazona no detuviera para siempre el corazón del león.

Pero no solo Ostos le debía tanto a Ángel Peralta. Es el toreo todo el que está en deuda con el jinete marismeño que, desde abajo y desde la más pura intuición, desde la más creativa autodidáctica, se inventó el moderno rejoneo a la española. Él, y solo él, fue quien, por ambición y afición, profesionalizó definitivamente un espectáculo hasta entonces solo intuido, bosquejado, por un amateurismo caritativo más anecdótico que consistente.

Hasta que, como de un torrente de fertilidad, de la mente inquieta de Peralta surgieron ideas, estructuras, suertes, hierros, rosas, arreos, contratos, carteles, camiones, cajones de curas… y versos. Fondo y forma, cimientos y adornos, todo el rejoneo por llegar pasó antes por la cabeza de un personaje convertido en histórico desde el mismo momento en que partió de la orilla del Betis para propagar, mediado ya el siglo XX, las tablas de la ley de la nueva tauromaquia a caballo.

Nada del toreo ni de la vida le fue ajeno a este auténtico caballero andaluz que, parafraseando la película de Luis Lucia, se ganó el respeto absoluto del todo el toreo de a pie, desde los maestros a los peones, desde las empresas a los trabajadores, por su ejemplar manera de manejarse en pro del beneficio común, en los campos y en las plazas, en los tendidos y en los despachos.

Irrepetible por polifacético, imprescindible por polivalente y visionario por su amplitud de miras en su afán de hacer trascender cultura taurina a golpes de ejemplo, bien se puede asegurar, antes incluso de la repentina desaparición de su joven espíritu de 93 años, que Ángel Peralta ha sido, dentro y fuera de los ruedos, uno de los personajes de mayor dimensión del toreo de los últimos cien años.

Mucho más que un gran rejoneador, el vitalista señor de la Puebla fue el pionero del rejoneo, quien conquistó y descubrió los nuevos territorios y agrandó las fronteras que otros han mejorado y ampliado siguiendo su determinante legado, forjado no solo desde lo alto de una silla vaquera y manejando las espuelas.

Artista y estudioso, campero y palaciego, infatigable creador de fantasías, pensó en grande y a lo grande, como criador de caballos y de toros, como veterinario y como escritor, como actor y como lidiador. En definitiva, como todo un creador, como un inquieto y ávido sabio que, por eso mismo, acertó a definir, de la manera más sucinta y poética posible, la más profunda esencia del toreo en una frase que habría de grabarse en mármol: esa que sentencia, como dijo el centauro, que "torear es engañar al toro sin mentir".

Que la tierra le sea leve y la historia le sea justa.

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