PACO AGUADO
No todos, claro, porque, contra todo pronóstico,
fallaron los "jandillas" y los "juanpedros", aunque alguno
diera para algo más de lo que se le sacó. Pero el hecho cierto, digan lo que
digan los prejuicios toristas, es que en Sevilla siguieron embistiendo, y
mucho, un buen número de toros durante la semana de farolillos, confirmando el
titular que llevaba esta columna la pasada semana.
Porque, justo a la hora en que se publicaba ese
“Embisten, y mucho”, ya esperaban en los chiqueros de la Maestranza los finos y
serios ejemplares, nunca mejor dicho, de Núñez del Cuvillo, de los que
especialmente dos tuvieron nota tan alta como los de Domingo Hernández de la
tarde anterior.
Y luego vinieron los de El Pilar –corrida desigual
pero de noble dulzura, maltratada, primero, en el ruedo y, después, por los
opinadores que solo ven y escuchan la corrida que otros les retransmiten-, e
incluso los de Fuente Ymbro, dentro de un encierro que también tuvo tres o
cuatro toros de triunfo claro.
Es decir que, sin dejarse llevar por la
perjudicial complacencia del oficialismo mediático, bien se puede asegurar que
este año en Sevilla ha habido más toros que toreros. Hasta el punto de que,
sumando a vuela pluma una treintena de astados con claras posibilidades, y
entre ellos una decena de juego sobresaliente, la inmensa mayoría han sido
desperdiciados o, al menos, no aprovechados en toda su dimensión.
Si el actual escalafón o, mejor dicho, aquellos
privilegiados a los que, por fas o por nefas, el gran empresariado coloca una y
otra vez en las ferias pase lo que pase, hubiera estado a la altura de tanto
toro destacado, durante el abono abrileño debería haberse abierto tres o cuatro
veces, y no una sola, la Puerta del Príncipe. Y, aún más, se tendrían que haber
cuajado media docena de faenas redondas y rotundas que esa prensa cómplice
estaría ahora elogiando con la misma cursilería pero con verdaderos motivos y
argumentos.
En cambio, dos días después de que dejaran de
sonar los clarines, la realidad nos dice que nada de eso ha pasado en la
Maestranza, hasta el punto de que hay que hacer un gran esfuerzo de memoria
para acordarse de cuatro o cinco buenos momentos sueltos en faenas muy
puntuales, incluidas las más orejeadas, para sacar el balance positivo de los
toreros que han pasado por la feria.
Y no sirve hablar de orejas, porque si en total,
sin contar las de rejones, se han cortado dieciocho, cuatro han sido para El
Juli y seis –tres y tres- para José María Manzanares y Pepe Moral, los
triunfadores numéricos de un abono que ha visto cómo se paseaban otras diez,
pero casi todas ellas de poco peso específico y de muy generosa concesión.
Aun así, el balance se antoja demasiado corto para
el abundante y favorable material bovino del que dispusieron, con más o menos
suerte, unas figuras que, por eso mismo, mostraron a las claras un bajo momento
de forma casi generalizado, por no hablar de la franca decadencia en que se
encuentra la carrera de no pocos veteranos.
Con hasta siete llenos y una masiva asistencia de
público -otra de las grandes noticias del ciclo sevillano, a pesar de la lluvia
y el viento que desterraron los tópicos de la luz, los vencejos o el olor a
azahar- una lectura realista, y auténticamente constructiva para el futuro de
la fiesta, de lo sucedido en Sevilla en estas dos semanas arroja como
conclusión la urgente necesidad de renovar radicalmente la lista de nombres
habituales en las grandes ferias.
Y, por supuesto, que se produzca un gran cambio de
mentalidad en los de luces para llegar a aprovechar, con mayor entrega y un
planteamiento más comprometido y menos especulativo, las virtudes, la
profundidad y las absolutas posibilidades que están ofreciendo muchos de esos
toros. Porque solo así las faenas, y la propia tauromaquia, pueden volver a
recobrar su trascendencia artística. La que no tiene, por mucho que se jalee,
esa actual puesta en escena de consumo fácil y escasa huella, por desgracia,
tan habitual y tan decadente…
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