No conozco ciudad donde más antipática se haga la
lluvia que Sevilla. Llueve duro y en espiral, de costado y parece que de abajo
arriba y no al revés. Te calas. Vi el miércoles i dos paraguas desvencijados en
dos alcorques de Reyes Católicos, por donde se meten en el centro de Sevilla
las nubes negras de Huelva y un frío serrano que te hiela las yemas de los
dedos de la mano y las puntas de los de los pies. La imagen de la derrota es un
paraguas desguazado en una ciudad. Pájaros muertos. Al volver de los toros hace
un rato, ya de noche, reparé en las tres palmeras que abren en el primer tramo
de San Pablo el paso a la Sevilla de la Encarnación, la Alfalfa y otros barrios
de interés. Son los tres árboles mejor puestos de la ciudad. El jueves en la
Palmera tengo entendido que un árbol se desplomó sobre el techo de un autobús y
lo dejó como dejan los huracanes las cosas. Sería un plátano de sombra, como
los de Reyes Católicos, y no una palmera.
Aquí se dan muy bien las palmeras.
Como si fueran plantas autóctonas. Entre las tres palmeras, y desde el semáforo
de Santas Patronas, aparece iluminada de noche la espadaña de la iglesia de
Montserrat. Barroco menú. Pero por ahí se pasa deprisa. Todo el mundo. Menos
uno que iba en bici.
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