miércoles, 25 de marzo de 2020

OBISPO Y ORO - Pasapalabra…

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman

Estamos, como estamos: en régimen de confinamiento. Es la pena que nos impone la “autoridad competente”: la pena de la trena, aunque sea la propia, que no hay peor castigo que convertir en cárcel la vivienda donde vives. Una cárcel eventual, provisional, temporal, nos dicen las autoridades sanitarias, según los políticos. Vamos, un talego “de andar por casa”, que en definitiva eso es este confinamiento. Si no te quieres anquilosar o comerte el coco, uno de los remedios más simples es andar. Anda que te anda por la casa, de acá para allá, de la cocina al salón, pasillo adelante, ida y vuelta. Y contando los pasos para despistar al aburrimiento, como los ojipláticos cuentan ovejitas para desactivar el insomnio.

En uno de estos interminables espacios de ocio forzado, cargado de soliloquios, he imaginado al toro de lidia pastando en la dehesa o comiendo pienso, corriendo por el corredero y reburdeando a la inminente primavera. Si todo se hubiera desarrollado con normalidad, algunos ya habrían sido lidiados en la feria de Fallas y otros muchos todavía estarían a la espera de salir al ruedo en Castellón y Valencia o ser embarcados para Sevilla, que es lo más inmediato. Pero, no. La temporada taurina ha sufrido un hachazo criminal, apenas iniciado este mes de marzo que ya ha cruzado la mediana. Valdemorillo, Olivenza y cuatro festivales mal contados es el bagaje y la única referencia que tenemos para sacar consecuencias y hacer arqueo. El resto, incertidumbre y ruina.

Mira que tengo a gala ser optimista por naturaleza, pero el panorama que se abre de aquí en adelante me supera. Me rindo. No le veo salidas razonables para recuperar la ruina que se nos viene encima. Ruina para el toro bravo y para todo lo que en su entorno subyace. Todos salen perdiendo, incluso hay una amenaza de crisis total e inminente en varios sectores, especialmente, dos de ellos: los empresarios y los ganaderos. Digo esto a sabiendas de que el empresario, en España, es un sujeto mal visto por cierta clase social, incluso un espécimen a batir por las facciones progres que están en fase “subidón”, por su llegada al poder, y que los criadores de reses de lidia se incluyen en el estereotipo del ricachón terrateniente de tiempos muy lejanos; pero lo cierto es que, salvo muy puntuales excepciones, ambas imágenes están fuera de catálogo.

Las situaciones más claras y más sangrantes se han presentado con las suspensiones (o aplazamientos) de las dos ferias taurinas más importantes de la temporada española, que es tanto como decir del mundo: la de abril de Sevilla y la de mayo de Madrid. Ya pueden hacer las cábalas, números o ringorrangos que quieran, pero su reposición en el calendario tiene muy engorrosa ubicación. A nadie se le escapa que la feria de San Isidro es la caja fuerte de la empresa, la despensa de la que hay que tirar para completar la campaña, hasta que llega el apéndice de otoño. Y lo mismo ocurre con la de abril en Sevilla y su añadido de San Miguel. Ambas, naturalmente con el indispensable aporte de la televisión, son las que pueden hacer rentable –y lo son, en distinta medida—la inversión empresarial en toros, toreros, personal, publicidad, etcétera. Sin estos dos ciclos taurinos en sus fechas tradicionales y en plena actividad, el proyecto de temporada parece inviable.

Insistiré en las fechas tradicionales, porque ya pueden darle vueltas al asunto que, al menos en España, este es un dato difícil de soslayar. ¿Las Fallas en Julio? Prueben y verán. ¿San Isidro en Otoño? A ver donde colocan treinta tardes, que es la cifra que otea la rentabilidad. Hay tantas cuestiones colaterales incompatibles con semejante traslado que obviaré su enunciado, porque no me place entrar en tierra de agoreros. Quizá Sevilla lo tenga mejor, pero para ello habría que copar buena parte del mes de septiembre, ya de por sí copado por otras ferias tradicionales, a saber, Palencia, Albacete, Valladolid, Salamanca y Logroño, entre otras. ¿Cómo se pueden encajar las de Sevilla y Madrid en el mes de septiembre con semejante galimatías? Pasapalabra…

Lo de las ganaderías es otro gran problema. Los toros van a estar en el campo hasta que el virus esté mordiendo el polvo. ¿Cuándo? ¿Y quién lo sabe? El gobierno, desde luego, no. Ya les aseguro que lo de quince días es una broma de mal gusto, o una salida de pata de banco, o ambas cosas. Entre tanto, el toro come y cumple, es decir, se hace más grande y más viejo, incluso tengo la impresión de que intuyen algo, porque su mirada irradia un fucilazo de pesadumbre.  Los ganaderos piden que se puedan lidiar en 2021 toros con los seis años cumplidos, para enjugar pérdidas y dar salida al desmesurado estocaje. Eso supondría un bucle de cinqueños también para el 2022… y una correa sin fin para los sucesivos. Salvo Victorino y Miura, que tienen asegurado (¿?) el mercado para España y Francia, el resto de los ganaderos lo tienen crudo. ¿Cómo se arregla esto? Pasalalabra.

Estamos, como estamos: viviendo un momento lamentablemente histórico. Todos somos conscientes de que la salud es primordial, y velar por ella es el primer mandamiento del ser humano; pero que nadie desdeñe lo que caerá después, con un país en parálisis económica por el despeñamiento del consumo. A ver quién es el guapo que se atreve a montar festejos taurinos, sabiendo que los “clientes” todavía tienen fresco el resquemor del contagio. La mayoría de las plazas de toros –al menos, las  españolas–  mantienen los asientos a piedra, ladrillo o madera a culo visto, sin más alivio que el dudoso mullido de una vieja almohadilla. Los espectadores están hacinados, rodilla contra espalda. En estas condiciones, ¿cómo se garantiza el aluvión de gentes ante las taquillas? Pasapalabra…

Llegados a este punto, supongo que alguien dudará de mi confesado positivismo, y lo entenderé. Ser vaticinador de negruras venideras es mal asunto; pero también lo es matar al mensajero, un ejercicio común entre mortales, desde Plutarco hasta nuestros días. Agorar no es mi oficio, sino reflexionar sobre el inmediato futuro desde los sucesos del presente. El realismo, no tiene nada que ver con el pesimismo, aunque en ocasiones emparenten. En casos como este, créanme, deseo fervientemente equivocarme, pero la situación de la fiesta de los toros –por si algo le faltara—se agrava considerablemente. La gente del toro tiene puestos los ojos en septiembre, como tabla de salvación de la temporada; pero en este país, dejar algo para septiembre siempre fue remedio de urgencia y cosa propia de malos estudiantes. ¿Aprobaremos en septiembre? Pasapalabra…

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