Inspiradísimo,
crea una obra de arte e indulta a «Atajante», un bravo toro de Garcigrande.
ROSARIO
PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
Una docena de verónicas, doce versos, doce
lienzos, encadenó Antonio Ferrera hasta los medios. Qué manera de torear. Y qué
manera de embestir la de «Atajante». Ese modo de colocar la cara anunciaba ya
tiempos de apoteosis. Brotaban de las entrañas los lances ferreristas. Cada
verónica añadía un océano a esta Extremadura sin mar. Cuánta profundidad.
Cuánta belleza en tan lentificados segundos. Los ojos se salían de las órbitas.
El milagro del 7 de marzo se obraba dentro de Olivenza. Doce verónicas. ¡Doce!
Como los apóstoles. ¡Doce! Como las campanadas que anunciaban el inicio de una
temporada en la que Ferrera trae el sello de la diferencia. Aquella docena de
madres del toreo de capa se coronaron con una media en la boca de riego. A
partir de ahí, chicuelinas al paso mirando al tendido para poner al de
Garcigrande en el caballo. Y del jaco a su particular quite de oro, tan
mexicano, tan personal y alado. Menudo son lucía este número 134, el de más
justa presencia del sexteto, pero de incansable embestida.
Ferrera brindó al público que abarrotaba la plaza
y, sin probatura alguna, se plantó a torear sobre la diestra. No paraba el
bravo «Atajante», que perseguía las telas con una fijeza superior. También a
izquierdas, pese a que en el primer encuentro quiso colársele por dentro. No
importó: su maestría condujo aquellas inagotables arrancadas. Bajó la muleta en
la siguiente y alargó los naturales, con un afarolado y uno de pecho que aún
dura. La eternidad caminó por el pase del desprecio a compás. No fue faena de
grandes estrecheces, pero cada muletazo reunía un mensaje al arte: «Me cantarán
los poetas y me inmortalizarán los pintores». Aquello era la reencarnación de
la torería, torería en carne viva. Una apertura muy suya descubrió nuevos
derechazos. El arrebato y el desmayo cabalgaban de la mano.
Cuando se fue a por la espada, arreciaron las
notas de los labios que no querían hora final. Se presentía el indulto. Y
Ferrera trazó el toreo a dos manos y una inmensa tanda de naturales. La plaza
era un clamor: ondeaban los pañuelos, crecía la petición. Se resistía el
presidente, pero cuando el pacense se perfiló para matar los vientos de guerra,
los atronadores silbidos, anunciaban una revuelta. ¿Quién contradecía a la
masa? Ni un ejército podía controlar aquellas emociones. «Atajante» repetía y
repetía con todo su fondo a cuestas. Ysu pareja toreaba con primor. El pañuelo
naranja asomó. Ferrera, tan crecido, se despojó de la espada y anotó unos
naturales diestros de antología. «¡Torero, torero!», coreó el gentío. Ferrera
condujo a «Atajante» a la puerta que lo devolvía a la libertad del campo. Un
espectáculo mágico con otro premio que al artista poco importó: un rabo
simbólico.
Pasaban los capítulos y la afición tenía más ganas
de Ferrera, que se las vio en quinto lugar con un toro muy distinto. Desde la
salida, con una lidia de otra época, se apreció que era menos claro. Aun así,
el torero tragó, se gustó en cada escena y dibujó algún natural de lujo pese a
la dificultad del pitón zurdo. En estado de gracia, el extremeño asombró con
una estocada en la distancia kilométrica, al paso. Bárbaro el valor para atacar
así. Otra oreja más sumó.
Un trofeo se ganó Enrique Ponce, que logró
sostener a un flojo lote. El que abrió plaza se pegó dos volatines en el capote
y quedó mermado, pero el maestro de Chiva aplicó la medicina de las medias
alturas y, a pesar de la falta de emoción, logró bonitas tandas con el temple
como aliado. Con paciencia, afianzó al cuarto, exprimió toda su nobleza y
plasmó elegantes pasajes en una larga labor.
Por encima de su deslucido lote anduvo El Juli,
que cerraba una terna con alrededor de 75 años de alternativa. Pero la realidad
es que al reclamo de las veteranas figuras se llenó Olivenza. El sueño, el de
una torería eterna, fue obra de Antonio Ferrera. Inolvidable su comunión con la
bravura de «Atajante».
FICHA
DEL FESTEJO
PLAZA
DE TOROS DE OLIVENZA. Sábado,
7 de marzo de 2020. Segunda corrida. Lleno. Toros de Domingo Hernández (1º y 6º) y Garcigrande
(incluido el deslucido 3º bis), con movilidad y de variado juego, nobles y
flojos 1º y 4º (con buen fondo); excelente el bravo 2º, que fue indultado;
bruto el 6º.
ENRIQUE
PONCE, de azul pavo y oro.
Estocada caída. Aviso (saludos). En el cuarto, estocada caída. Aviso (oreja).
ANTONIO
FERRERA, de grana y oro. Indulto
(dos orejas y rabo simbólicos). En el quinto, estocada (oreja con petición).
Sale a hombros.
EL
JULI, de corinto y oro. Estocada
(silencio). En el sexto, estocada baja (palmas de despedida).
No hay comentarios:
Publicar un comentario