El
autor responde al artículo de Santi Ortiz publicado en este periódico bajo el
título: "Hablar de Belmonte en el año de Gallito: contra el revisionismo
gallista".
ANDRÉS DE
MIGUEL
Presidente
de la peña Los de José y Juan
Diario EL MUNDO de Madrid
Existe una especie de cainismo taurino que suele
consistir en hacer bandera de la oposición a lo mayoritariamente aceptado. Esta
oposición minoritaria, cuando no singular, goza de cierta aceptación, pues la
corrida de toros contiene en su desarrollo momentos susceptibles de diversas
interpretaciones y habitualmente, la oposición individual goza del prestigio de
la autoproclamada sagacidad de aquél que ha sabido ver lo que la masa ha pasado
por alto.
Trucos, artimañas y ratimagos supuestos, permanecen
ocultos para la mayoría ígnara y son desvelados por estos opositores singulares
y su escuálida claque.
Esta actitud tan común en la plaza, tiene
traslación también en ambientes menos festivos y más intelectuales, y cuando
numerosos aficionados están conmemorando el centenario de la muerte de Joselito
en Talavera, haciendo una recensión de sus aportaciones y trascendencia, no
podía faltar una nota discordante que afirma que tanta conmemoración
empequeñece la figura y la aportación de Juan Belmonte.
Flaco favor haría a la tan maltrecha tauromaquia,
conmemorar a Gallito para desmerecer a Belmonte. Parecido disparate a colocar
en un pedestal inmarcesible a Belmonte y sus aportaciones al toreo, y
arrinconar a Joselito a un rincón polvoriento y olvidado de la historia.
La llamada Edad de Oro del toreo, en feliz
expresión de Gregorio Corrochano, que se inicia con la alternativa de Joselito
en Sevilla el 28 de septiembre de 1912 y acaba con su muerte en Talavera el 16
de mayo de 1920, fue tal Edad de Oro porque contó con la presencia en los
ruedos de dos grandes toreros, Joselito y Belmonte, que aportaron dos conceptos
diferentes y fundamentales.
Joselito es el torero que encarna la evolución del
toreo, el torero lógico, el que hace faenas a todos los toros y encarna la
perfección, la belleza, lo apolíneo. Juan es el torero que sorprende,
innovador, el torero mágico, que encarna lo incomprensible, lo inefable, el
exceso, lo dionisíaco.
"Mucho es lo que habremos ganado para la
ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a
la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está
ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco" dejó escrito
Niezstche.
La Peña Taurina "Los de José y Juan" que
defiende el legado de los dos grandes toreros que forman el tronco del toreo
clásico, hemos considerado oportuno dedicar nuestro LXIII Ciclo de conferencias
de este año 2020 a conmemorar la figura y el legado de Joselito en el
centenario de su muerte en Talavera de la Reina, en lo que hemos coincidido con
numerosos aficionados que han colaborado en su difusión y en la realización de
otras importantes iniciativas, como la creación de un logo conmemorativo por el
artista francés Jerome Pradet, la dedicatoria de la Agenda Taurina 2020 y las
actividades realizadas por el Ayuntamiento de Villaseca de la Sagra o las que
estaban previstas por la Diputación de Valencia y los Ayuntamientos de Talavera
de la Reina y Alcázar de San Juan o las de la Peña Antoñete en Madrid, el Club
Cocherito de Bilbao, el Club Taurino de Pamplona, los actos previstos por la
Hermandad de la Macarena en Sevilla que culminaran a final de año con la
erección, por fin, de una estatua en su Sevilla, y muchas otras que como tantas
cosas en nuestro país, se han quedado en el aire por el maldito coronavirus.
No entendemos que eso signifique un desdoro, ni
para la figura ni para la aportación relevante y fundamental de Belmonte, que
tiene su lugar de honor en la tauromaquia, que "Los de José y Juan"
defendemos ardientemente desde nuestra fundación en 1951, a cuya reunión
fundacional asistió Juan Belmonte y cuyo acto primero fue la colocación de una
placa en recuerdo de Gallito en su casa de la calle Arrieta de Madrid.
Celebremos pues, este año del centenario, la
figura de Joselito, que a ningún aficionado debería incomodar. Utilicemos la
imagen de Gallito para difundir la tauromaquia en la sociedad. Remarquemos las
aportaciones que han dejado su impronta en la corrida de toros y han
contribuido a engrandecerla durante más de cien años, que a mi juicio y al de
muchos otros, son la labor de un hombre joven, torero de dinastía, que supo
mejorar la calidad del espectáculo, amplió la base social de sus asistentes y
gestionó los medios de comunicación adecuados para difundirla.
No aprovechemos una tan interesante y digna
conmemoración, para aparecer como el solitario espectador del tendido, que
mientras todos aplauden, mueve su dedo índice negando a la mayoría, con el
rictus de la cara que quiere decir: "A mí no me engañan".
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