Antier terminó la temporada colombiana. Tres
plazas de primera, diecinueve festejos, incluyendo novilladas (3) y festivales
(2). Contracción. Números rojos. A ojo de buen cubero Bogotá, la primera plaza
del país, y Cali, la de más albergue, perdieron dinero ¿Cuánto? No se,
desconozco balances oficiales.
JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
Manizales, caso aparte, ganó. Pero no tanto como
para compensar el total nacional. Pierde la fiesta y su mañana ensombrece.
¿Porqué? Simple, no hubo suficiente concurrencia, las entradas no cubrieron los
costos, nunca salió el cartel de “No hay billetes”. Los toreros de mayor precio
no llenaron. Fue así de simple, así de duro.
En esto, el tirón de las figuras es el quid.
Siempre lo ha sido. ¿Podemos olvidar acaso, aquí, las muchas décadas de abono
vendido a totalidad diez meses antes, las largas y ansiosas colas, la reventa
carísima y escasa, las plazas a tope?
Multitudes ávidas de toreo, congregadas al conjuro
de nombres cabalísticos. En los sesenta: Ordóñez, Cordobés, Camino, Viti,
Puerta, Cáceres, Cavazos… En los setenta: Palomo, Capea, Paquirri, Dámaso,
Teruel, Curro Girón, Ramos, El Puno… En los ochenta: Rincón, Espartaco, Robles,
Manzanares, Ojeda, El Soro, El Cali, Armillita… En los noventa: Rincón, Ortega
Cano, Méndez, Ponce, Joselito, Jesulín… Y en la primera década del siglo:
Rincón, Tomás, El Juli, Fandi, Castella, Padilla, Ferrera, El Cid, Perlaza...
No, no podemos ignorarlo, fue real, feliz y reciente.
Tan reciente, que algunos de aquellos íconos aún
están activos. Aunque ahora y aquí al menos, parecen haber perdido su
ascendiente sobre las masas. No es una suposición iconoclasta, es la cruel
aritmética.
Cierto, hay otros factores: Desatinos
empresariales, asedio antitaurino, cambios culturales, carestía, elitización,
debilitamiento de afición, domesticación del toro, facilísmo, impostación,
desleimiento, enfriamiento del fervor… Todos estos y otros han contribuído a la
deserción de la feligresía, la merma, taquillera y el desmedro económico y la
incertidumbre del futuro.
Sí. ¿Pero, qué tanto han incidido también sobre
ellos los primados, los que han llegado a permitirse torear lo que quieren,
donde quieren, cuando quieren, con quien quieren, por cuanto quieren?
Tristemente mucho. Porque si bien es cierto que han pagado esa principalía con
valor, arte y sangre, no lo es menos qué los privilegios del rango conllevan la
obligación de mantener la fe, la pasión, el rito y la congregación. Con hechos,
verdades, fundamento, antes que con publicidad, retórica y coreografía.
Hoy cómo ayer, la devoción de los fieles, la
superviviencia del toro, el futuro del culto está en manos de sus pontífices
(figuras) y sus válidos, claro. Es el peso de la púrpura que decían los
romanos. Un peso que debe hacerse sentir día tras día en el ruedo, pero igual
en la taquilla, para sostener el caché, o sino, no.
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