DARÍO
JUÁREZ
@dariojuarezc
La crisis del Covid-19 se multiplica por momentos
pese a que el confinamiento de la población esté ayudando a reducir la
saturación de los centros sanitarios, donde a diario llegan cientos de casos
graves -muchos en listas de espera desde hace varios días- para ser ingresados
en planta o intubados en la UCI. Las altas sobrepasan el millar, siendo el
umbral al que, por desgracia, también ha llegado a velocidad considerable el
número de fallecidos.
El coronavirus ha noqueado al mundo. Y al del
toro, evidentemente, también. Este enemigo invisible se ha encargado de
paralizar un inicio de temporada fulgurante, por toda la atención, esperanzas y
anhelos que se habían puesto en ella. Desde la más que esperada reaparición de
Talavante y sus apuestas claramente definidas como primera figura en Sevilla y
Madrid, pasando por el nivel de estas ferias de categoría ya citadas, que
habían cogido alto el vuelo hasta el mes de mayo con carteles presentados y
avanzados de mucha importancia, hasta llegar a la ilusión del aficionado por
sentarse en su localidad, para ver lidiarse esas corridas que ha visto en el
campo durante el invierno.
La pandemia hace que el circuito de las grandes
ferias se agrave por momentos. Aunque de San Isidro todavía no hay noticias
oficiales, Rafael García Garrido reconocía en la tarde del pasado lunes, en un
directo de Instagram del periodista Alfredo Casas, que se están barajando dos
escenarios posibles para posponer el serial más importante del mundo: o bien
entre junio y julio, o bien en el mes de septiembre. De ser así, el croquis de
fechas retrasada dejaría en el aire la Feria de Otoño. En ese caso habrá
pliegos que quedarían suspendidos u obligadamente incumplidos en su defecto, si
no se van a dar el número de festejos que éste indica -sobre todo en plazas de
temporada-, más allá de las pérdidas que puede suponer para las empresas no
haber dado las ferias en su fecha habitual.
Sin embargo, el pico más alto de la crisis dentro
de la tauromaquia reside en la cabaña brava. El presidente de la UCTL (Unión de
Criadores de Toros de Lidia) advirtió hace pocos días en el diario El Mundo,
que son 1.000 toros los que se van a quedar en la dehesa en los meses de marzo
y abril, pidiendo a su vez al Gobierno que equipare las compensaciones por
pérdidas como ocurre en otras ramas culturales. El pánico corre entre los
alcornoques y encinas que pueblan las dehesas, entre otras cosas porque el
hecho de que los toros no se lidien, para muchas vacadas que se mantienen con
pinzas y con muy sacrificada afición, pueden suponerles la ruina.
Quizá pasemos del encierro de cuarentena al
encierro de San Fermín. Si nos atenemos a los pronósticos de los profesionales
sanitarios, la presencia del coronavirus en nuestro país va para largo. San
Isidro parece ser la siguiente feria en caer, pese a que pueda ser aplazada
como se habla de Fallas, el Abril sevillano o La Magdalena. Quién sabe si
Alicante encenderá sus hogueras para reiniciar la temporada... O si será en
Pamplona, con sus ganaderías ya definidas y a la espera de candidatos para
llenar sus carteles; esos que hasta ahora se hacían en base a los triunfos del
año anterior y los recientes del año actual de ferias antecesoras como son
Valencia, Sevilla y Madrid. Si fuera así e Iruña tirara el chupinazo el 6 de
julio, los carteles de este año, ¿cómo se cerrarían? ¿Estarían las figuras y
algún que otro torero dispuestos a resetear su temporada frente al toro de
Pamplona?
Todo este impacto causado por el virus supone un
golpe muy duro para el sector. «No se conocía nada igual desde la Guerra
Civil», subrayó Victorino. Para los empresarios, el hecho de paralizar las
ferias y tener la obligación de postergarlas, hará que muchas de ellas se
solapen, se entremezclen o haya casos en los que directamente no se pospongan.
Esa sería, desde luego, la peor noticia.
Los profesionales también se ven afectados,
evidentemente. Ya no sólo los matadores y novilleros (desgracia aparte), que
para muchos es vital estar en las primeras ferias de categoría por la meritoria
fraguada en el pasado que les ha llevado allí, sino también por muchos
subalternos que van libres, torean poco y esas ferias que han quedado en un
dudoso aire contaminado, son para ellos los escenarios donde quieren y, por
ende, les conviene estar.
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