El
prestigioso ganadero, fallecido por culpa del coronavirus, era la fachada más
reconocible de Jandilla, una vacada esencial para conocer la verdadera historia
del campo bravo.
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario EL
CORREO DE SEVILLA
La aventura ganadera de la familia Domecq comenzó
hace casi un siglo. El bodeguero Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio
anhelaba prestigiar la imagen de sus vinos con la imagen del toro bravo
buscando un hierro histórico que, de alguna manera, timbrara las etiquetas de
sus caldos. Sus hijos, los hermanos Juan Pedro, Salvador, Álvaro y Perico
Domecq y Díez, eran unos grandes aficionados que habían mamado muchos secretos
de la crianza y la selección del toro bravo en el corredero de la finca Las Lomas,
propiedad de la familia Mora-Figueroa y solar de la ganadería de Marqués de
Tamarón. En esa ecuación de gentes, campos y ganado se encuentra la génesis del
toro bravo contemporáneo que no sería el mismo sin el concurso fundamental de
la saga de bodegueros y ganaderos de Jerez de la Frontera.
Don Juan Pedro adquirió la histórica ganadería que
había pertenecido al duque de Veragua en 1930. Se la compró a un tratante
llamado Manuel Martín Alonso,
abuelo de los hermanos Lozano. Gran parte del ganado fue trasladado desde las
riberas del Tajo hasta la finca matriz de Jandilla a través de las cañadas en
un histórico viaje que duró un mes largo que formaba parte de la memoria
infantil del gran Álvaro Domecq. Pero el anticuado comportamiento de los
‘veraguas’ –obsoleto para los caminos que empezaba a esbozar el toreo- no se
adecuaba a las aspiraciones de los nuevos ganaderos que confiaron en Ramón Mora Figueroa para
adquirir reses de la ganadería del Conde de la Corte que había sido formada a
su vez en base a la ganadería de Tamarón.
Pero... ¿de dónde provenían los toros de Tamarón?
Tenemos que escalar por el frondoso árbol de la llamada casta Vistahermosa para
recalar en un nudo fundamental: la vacada de Eduardo Ybarra. Parte de esa ganadería, después de pasar por
las manos de Fernando Parladé, acabó en manos del definitivo precursor del toro
contemporáneo: el mentado Ramón Mora-Figueroa. La ganadería fue trasladada a
Las Lomas, definitiva escuela campera, donde la familia Domecq se adentró en
los secretos de la crianza de reses bravas.
El ilustre apellido jerezano aparece por primera
vez en este árbol genealógico de la historia de la bravura. Ése fue el germen
de este proyecto –bajo la batuta fundamental de Juan Pedro Domecq y Díez y el
propio Ramón Mora Figueroa- que nos sirve para fijar la auténtica realidad del
toro bravo. Pero lo que entonces sólo era futuro tampoco se puede entender sin
otros visionarios geniales como Atanasio Fernández, Joaquín Buendía, Carlos
Núñez Manso y Antonio Pérez que supieron adelantarse a su tiempo seleccionando
el toro necesario para el toreo que estaba por llegar.
De Juan Pedro Domecq a Jandilla
No nos adelantamos aún. Los modos ganaderos
seguían avanzando y Mora Figueroa ya estaba exigiendo otros parámetros en los
tentaderos. Paralelamente aparece por primera vez en los libros de ganadería el
nombre de un semental, el toro ‘Alpargatero’ que se constituye en el auténtico
padre de la ganadería y sus ramificaciones posteriores, además de fijar los
caracteres zootécnicos del encaste.
En 1920 las dificultades de la familia
Mora-Figueroa habían obligado a la viuda del marqués de Tamarón a vender la
ganadería al Conde de la Corte. En manos del conde se terminan de fijar las
características morfológicas de la ganadería que se acabaría sumando, por
compra de una punta de ganado, a las reses veragüeñas que habían adquirido Juan
Pedro Domecq y Nuñez de Villavicencio. En realidad prácticamente se elimina por
absorción esa obsoleta sangre ducal –que sí deja su impronta en algunas pelos y
capas heredados de las vacas de mejor nota- y se da origen a una nueva rama,
una de las más nobles y de mayor vigencia, del primitivo tronco Vistahermosa-Murube-Ibarra-Parladé-Conde
de la Corte: el toro de Domecq.
Pero es Juan
Pedro Domecq y Díez, hijo del célebre bodeguero, el verdadero forjador
de la ganadería que empieza a tomar personalidad propia a lo largo de las
décadas de los 40 y 50 del pasado siglo XX. La memoria rescata el concurso de
sementales legendarios como el célebre ‘Lancero’ que daría carácter a una
vacada que supo mantener su vigencia a lo largo de los años, logrando
sobreponerse al bache de los primeros 70, impuesto por las nuevas exigencias
demagógicas de peso y edad que, en la práctica, acabaría sentenciando tantos
encastes por los que ahora lloran los que alentaron su destrucción en base al
torismo mal entendido.
El fallecimiento de Juan Pedro Domecq y Díez en
1975 marcaría el futuro de la vacada que en su mayor parte quedaría vinculada a
un hierro y una divisa destinados a hacer historia: la estrella y el azul de
Jandilla, que tomó el nombre de la histórica finca matriz de las orillas de la
antigua laguna de La Janda. Una décima parte de las reses, el antiquísimo
hierro del duque de Veragua; la hipotética antigüedad de Vicente José Vázquez y
la primitiva divisa grana y blanca quedaron vinculadas al primogénito: Juan
Pedro Domecq Solís, que en ese momento -1978- inicia su propia aventura
ganadera, perpetuada desde su fallecimiento por su hijo Juan Pedro Domecq
Morenés.
El grueso de la vacada, ya lo hemos dicho, comenzó
a marcarse con el célebre hierro de la estrella. La camada de 1978 ya recibió
esa marca de fuego que distinguió a los toros en las plazas desde 1982. La
ganadería permanece en esos años bajo la batuta de otro de los hermanos Domecq
Solís, Fernando, que se mantiene al timón hasta 1987 para iniciar su particular
proyecto ganadero con el hierro de Zalduendo. Había llegado el momento de
Borja...
Borja Domecq y Solís supo hacer buena la parábola
de los talentos. El ganadero, fallecido el pasado lunes víctima del
coronavirus, había tomado las riendas de la veta más aristocrática, la madre y
matriz de la sangre más brava del campo español. En sus manos, los viejos
‘juampedros’ –los ‘jandillas’ de hoy- supieron fijar y mejorar los parámetros
de bravura adaptándolos a un toreo cada vez más exigente. Jandilla es un tesoro
genético de la cabaña brava; de todo el campo de España. Borja, que ya
atravesaba algunos problemas de salud, había dejado las riendas de la ganadería
en manos de su hijo Borja Domecq Noguera. Entonces no podía saberlo pero la
corrida lidiada el 10 de mayo de 2019 era su despedida para el toreo en
Sevilla: el tercero de la tarde –guinda de una gran corrida- permitió que Pablo
Aguado cuajara una faena para los anales del propio coso maestrante. No dejaba
de ser otro capítulo para la historia de un encaste fundamental ligado a una
familia, la de Domecq, que ha marcado el verdadero hilo de la bravura. Descansa
en paz, ganadero.
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