Aunque
se probó un año antes en Madrid
El
primer paso se dio el 10 de septiembre de 1877 cuando la Sociedad Protectora de
Animales y Plantas de Jerez de la Frontera hizo público un documento en defensa
de los caballos de picar
ADIEL
ARMANDO BOLIO
Especial
para VUELTA AL RUEDO
Se decía que debido a la brutalidad que había
antaño en la Fiesta de los Toros, con relación a los caballos corneados, hirió
la sensibilidad de los aficionados e impulsó a las autoridades a implantar en
los jamelgos un peto protector que en abril próximo estará cumpliendo 92 años
de imponerse en Madrid.
Por ello, los caminos recorridos fueron muchos
hasta que dicho armazón de los pencos se instituyó de forma definitiva para
protección y defensa de ellos y, por su puesto de los montados.
Reza la historia, a través de un documento del
grupo “Sabios del Toreo” que repugnaba al ciudadano en general el sangriento
espectáculo de los caballos muertos o gravemente heridos en la arena, por lo
que las sociedades protectoras de animales tomaron parte en el asunto de una
forma presencial.
El escrito dice: “El primer paso se dio el 10 de
septiembre de 1877. La Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Jerez de la
Frontera, hizo público un documento en defensa de los caballos de picar. El
escrito en cuestión aboga ‘por la injusticia, crueldad y la inutilidad del
tratamiento a los que se someten a los caballos de picar’. Entre otros,
razonamientos y argumentos basados con motivos de carácter religioso, político
y heráldico del pueblo español.
Tampoco prosperó el segundo movimiento, esta vez a
instancias de la Asociación Protectora de Animales, que no dejaba de denunciar
la forma tan bárbara y deshumanizada con que mueren los caballos de picar en
las plazas de toros. El eco de las denuncias no cayó en saco roto, pero sobre
todo por el creciente rechazo popular a tan desagradable imagen, a la nueva
sensibilidad que se imponía entre la gente que, veía con buenos ojos
‘parapetar’ a los caballos, práctica que ya se hacía en los tentaderos.
El primer modelo de peto -llamado de libro, por
llevar unos pliegues- fue ideado por el matador de toros Enrique Vargas
“Minuto”, en 1917. Se probó en las plazas de toros de Alicante y Madrid. El
periódico Día de Alicante, hace eco de la noticia: ‘Se lidiarán el 19 de marzo
de 1917 cuatro novillos de Aleas, para ‘Cantillana’ y Gaspar Ezquerdo. En dicha
corrida y por primera vez se ensayará y usará coraza o guardagolpes para
preservar a los caballos de las heridas’. No hubo caballos muertos por cornada,
pero sí por golpes.
En Madrid, el 18 de septiembre 1917, a puerta
cerrada, se hizo de nuevo el ensayo con un toro de Pérez Tabernero, tomó cuatro
puyazos y por defectos del material o del diseño mató dos equinos antes de ser
estoqueado por “Chiquito de Begoña”. Esta prueba no dio los resultados que se
pretendían, siendo desechada la idea, aunque sí se evitó la desagradable imagen
de tripas y entrañas.
La resolución definitiva la impulsó el general
Miguel Primo de Rivera, que por aquel entonces llevaba las riendas como jefe
del gobierno, tras un golpe de estado. Por Real Orden del 12 de mayo de 1926,
firmada por el ministro de Gobernación y decretada por el presidente del
Consejo de Ministros, se designa una Comisión, que englobe a todos los
estamentos para ‘que estudie y proponga la forma de reducir el riesgo a que son
sometidos los caballos en las corridas de toros’.
El motivo de esta Real Orden fue el siguiente: El
9 de mayo de 1926, el empresario Domingo “Dominguín” organizó en Toledo una
corrida a beneficio de la Cruz Roja. Por lluvia tuvo que ser aplazada para el
siguiente lunes 10, con el mismo cartel: seis toros de Albaserrada, para
“Chicuelo”, Marcial Lalanda y “Algabeño”. El jefe del gobierno, general Primo
de Rivera, presenció la corrida. Al regresar a Madrid Primo de Rivera, amante,
como buen jerezano de los caballos -y declarado poco conocedor de la Fiesta-
dio a la prensa una nota oficiosa en que proponía ciertas modificaciones en el
reglamento taurino, entre ellas la sustitución de la suerte de varas por otra
similar a la del rejoneo ‘algo que, logrando el mismo efecto, evite el
sacrificio indefenso de los viejos caballos’.
El 10 de junio de 1926, reunida la Comisión,
formada por: el duque de Veragua, por la Sociedad de Ganaderos; el señor
Fraile, por los empresarios; Esteban Salazar, por los matadores; Poli, por los
picadores; Palacio Valdés, por la Asociación de la Prensa y el señor Páez, por
la Sociedad Protectora de Animales. Se tomó el acuerdo de abrir un concurso,
que habría que finalizar el 31 de enero de 1927 para presentación de los petos
de los caballos.
Por primera vez se ensayaron en Murcia los petos
protectores. Tuvo lugar la prueba en la novillada celebrada el 9 de enero de
1927. El cartel lo componían: novillos de Aleas para Pepe Iglesias, Andrés
Mérida, ‘Fortuna Chico’ y López Aroca. Fue ensayado el número 10, presentado
por la Asociación de Picadores. El primer caballo que estrenó el peto fue
muerto de una certera cornada.
En Madrid se celebró la primera prueba de petos en
la novillada del 6 de marzo de 1927. Cartel: Seis novillos de Moreno Santamaría
para ‘Gitanillo de Triana’, Carlos Sussoni y Ramón Corpas. En la primera vara
feneció el caballo que llevaba el peto número 2. Seis caballos murieron esa
tarde.
La Comisión decide que, desde esta fecha y hasta
el comienzo de la temporada de 1929, se continúe ensayando, con carácter
obligatorio, modelos de petos en las corridas de toros y novillos que se
celebren en las plazas de primera categoría. Los petos debían ajustarse a las
características de los examinados y aprobados con los números 2, de Esteban
Arteaga; 3, de la viuda de Bertoli; 4, de Manuel Nieto Bravo y, 5, de Esteban
Arteaga.
Casi dos años después, el 7 de febrero de 1928, de
aquel primer impulso del absolutista Primo de Rivera, se dictó la Real Orden
número 127, sobre la protección de los caballos en la corrida de toros, la
cual, dispuso que: ‘A contar del 8 de abril y con carácter provisional y hasta
el año 1929, será obligatorio el uso de los petos defensivos de los caballos en
las plazas consideradas de primera categoría’, es decir, las de Madrid,
Sevilla, Valencia, San Sebastián, Bilbao, Zaragoza y Barcelona.
En un principio, en el resto de las plazas el uso
de los petos era potestativo, a juicio de la autoridad gubernativa, sin
embargo, a partir del 13 de junio de ese 1929 se hizo extensivo y obligatorio a
todas las plazas de España.
El 8 de abril de 1928, en la plaza de toros de
Madrid, en la corrida de Pascua, se usaron ya, con carácter obligatorio y
definitivo, los petos protectores de los caballos.
Notemos que el peto fue, en sus primeros años, una
defensa que respondía a su significación de armadura para el pecho. Después el
peto ganó en extensión y cubrió la parte trasera del caballo, y durante décadas
de los cuarenta y los cincuenta, fue modificando antirreglamentariamente. Cada
aumento de tamaño de la defensa de la cabalgadura trajo consigo una mayor
impunidad para la acción del picador. El crecimiento del peto ha significado
progresivamente la reducción del arte del varilarguero.
A partir de esta modificación, la fiesta de los
toros no volvió a ser igual. La orden, dictada por el general Primo de Rivera,
marcó un antes y un después en la historia del toreo”.
Además, indica otro documento en el libro “Los
Toros”, que los picadores eligieron sus caballos con otro criterio. El caballo
ágil, que antes era preferido y que como dice el reglamento debía estar
embocado, dar el costado y el paso atrás, perdía ligereza con la coraza, el
toro enganchaba y el caballo de poco peso proporcionaba la caída segura. Los
picadores, quienes siempre han sabido lo que quieren y lo que les conviene,
empezaron a elegir caballos pesados y fuertes, aunque no fuesen tan dóciles a
la brida y aprendieron a entrar no de frente, como es lo bello, sino de
costado, porque de esa forma el caballo aguanta mejor el encontronazo.
DATO
A partir del 13 de junio de ese 1929 se hizo extensivo y
obligatorio el peto en los caballos a todas las plazas de España
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