Los
dos sevillanos mostraron su mejor versión en el inicio de la temporada española
de ambos.
S. T.
«José Antonio, ¿qué estás haciendo hoy?», le
gritaban a Morante tras dar un vuelco a la inercia negativa que llevaba su
faena al cuarto toro de la tarde. Las musas se le aparecieron al genio de la
Puebla durante su labor de muleta, tras unos convulsos primeros tercios en los
que el astado de José Vázquez puso en serios aprietos a todos los que se le
ponían por delante.
Hubo mando y capacidad, envueltos en la habitual
torería y gusto de Morante de la Puebla, que firmó en Illescas (Toledo) una
faena sublime, una obra que desató la locura en unos tendidos que acabaron
también prendidos con la naturalidad y el toreo a cámara lenta de Pablo Aguado,
ambos a hombros junto a José María Manzanares, que rayó a un nivel inferior.
La primera corrida de la temporada europea de la
terna había sido bautizada como «la del Milagro». Un cartel que colgó el «no
hay billetes» en la taquilla hace más de un mes y que esta tarde volverá a
trenzar el paseíllo en la extremeña plaza de Olivenza.
Descorchó la función Morante de la Puebla que, si
bien no pudo compactar faena por la feble condición de su oponente, sí dejó
varios fogonazos de su personal y aromático toreo, como las cuatro caricias a
la verónica en el recibo, otras tantas chicuelinas a cámara lenta en un quite
posterior y varios derechazos sueltos de preciosa lámina.
Lo verdaderamente grande llegó con el cuarto, un
toro por el que nadie apostaba y con el que cualquier artista se hubiera
«najado». El de La Puebla pareció haber vislumbrado esperanzas en él. Y qué
«lío» acabó formando.
De la belleza a derechas se pasó a la locura al
natural, toreando con un reposo, un encaje y un pellizco maravilloso. Los
adornos fueron también de aquella manera, como un final a pies juntos
totalmente abandonado y con el animal entregadísimo al embrujo de Morante, que
acabó paseando las dos orejas.
El primero Aguado, feo como él solo, fue devuelto
por cobrarse tres volatines de lo gacho que era. En su lugar salió un sobrero
del hierro titular blando y ayuno de casta, un toro que marcó pronto la
querencia y le costaba un mundo tirar hacia adelante. Aguado logró darle cierta
vida a base temple y de darle el respiro necesario entre series. Así hilvanó el
sevillano bellos pasajes aislados, pero sin poder compactarlos.
El sexto fue un remiendo de Daniel Ruiz al que
Aguado, espoleado por el triunfo de sus compañeros, recibió con una larga
cambiada para exhibir después la seda de su capote a la verónica.
Y lo mejor llegó en la muleta, cuando Aguado no
pudo torear más despacio. Imposible. Ni más natural. Todo a cámara lenta, y con
el duende que solo brota a orillas del Guadalquivir. Qué manera de torear. Qué
maravilla. Y qué precioso todo. Si Morante desató la locura en el cuarto,
Aguado aquí paró el tiempo. Estocada arriba y dos orejas para rematar una gran
tarde.
Otros dos apéndices logró también Manzanares del
segundo, que cautivó a los tendidos con una faena que aunó suavidad y cierta
elegancia ante un manso que rompió con calidad todo por el derecho.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de José Vázquez, tercero y quinto como sobreros, y uno (6º) de Daniel Ruiz, de muy desiguales
hechuras, caras y remates, nobles y descastados en conjunto. Los más toreables,
segundo, cuarto y sexto.
Morante
de la Puebla, de verde botella y
oro: pinchazo y otro hondo y dos descabellos (ovación tras aviso); estocada
(dos orejas).
José
María Manzanares, de azul noche y
oro: media atravesada y de efecto fulminante en la suerte de recibir (dos
orejas); estocada (ovación).
Pablo
Aguado, de corinto y oro:
estocada trasera y ligeramente tendida, y dos descabellos (ovación tras aviso);
estocada (dos orejas).
En cuadrillas, Luis Blázquez saludó tras banderillear al segundo; e impecable
brega de Iván García al sexto.
La plaza registró lleno de "no hay
billetes" en la taquilla.
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