lunes, 9 de marzo de 2020

CORRIDA DEL MILAGRO - Cante grande de Morante, el día que Aguado paró el tiempo en Illescas

Los dos sevillanos mostraron su mejor versión en el inicio de la temporada española de ambos.
S. T.

«José Antonio, ¿qué estás haciendo hoy?», le gritaban a Morante tras dar un vuelco a la inercia negativa que llevaba su faena al cuarto toro de la tarde. Las musas se le aparecieron al genio de la Puebla durante su labor de muleta, tras unos convulsos primeros tercios en los que el astado de José Vázquez puso en serios aprietos a todos los que se le ponían por delante.

Hubo mando y capacidad, envueltos en la habitual torería y gusto de Morante de la Puebla, que firmó en Illescas (Toledo) una faena sublime, una obra que desató la locura en unos tendidos que acabaron también prendidos con la naturalidad y el toreo a cámara lenta de Pablo Aguado, ambos a hombros junto a José María Manzanares, que rayó a un nivel inferior.

La primera corrida de la temporada europea de la terna había sido bautizada como «la del Milagro». Un cartel que colgó el «no hay billetes» en la taquilla hace más de un mes y que esta tarde volverá a trenzar el paseíllo en la extremeña plaza de Olivenza.

Descorchó la función Morante de la Puebla que, si bien no pudo compactar faena por la feble condición de su oponente, sí dejó varios fogonazos de su personal y aromático toreo, como las cuatro caricias a la verónica en el recibo, otras tantas chicuelinas a cámara lenta en un quite posterior y varios derechazos sueltos de preciosa lámina.

Lo verdaderamente grande llegó con el cuarto, un toro por el que nadie apostaba y con el que cualquier artista se hubiera «najado». El de La Puebla pareció haber vislumbrado esperanzas en él. Y qué «lío» acabó formando.

De la belleza a derechas se pasó a la locura al natural, toreando con un reposo, un encaje y un pellizco maravilloso. Los adornos fueron también de aquella manera, como un final a pies juntos totalmente abandonado y con el animal entregadísimo al embrujo de Morante, que acabó paseando las dos orejas.

El primero Aguado, feo como él solo, fue devuelto por cobrarse tres volatines de lo gacho que era. En su lugar salió un sobrero del hierro titular blando y ayuno de casta, un toro que marcó pronto la querencia y le costaba un mundo tirar hacia adelante. Aguado logró darle cierta vida a base temple y de darle el respiro necesario entre series. Así hilvanó el sevillano bellos pasajes aislados, pero sin poder compactarlos.

El sexto fue un remiendo de Daniel Ruiz al que Aguado, espoleado por el triunfo de sus compañeros, recibió con una larga cambiada para exhibir después la seda de su capote a la verónica.

Y lo mejor llegó en la muleta, cuando Aguado no pudo torear más despacio. Imposible. Ni más natural. Todo a cámara lenta, y con el duende que solo brota a orillas del Guadalquivir. Qué manera de torear. Qué maravilla. Y qué precioso todo. Si Morante desató la locura en el cuarto, Aguado aquí paró el tiempo. Estocada arriba y dos orejas para rematar una gran tarde.

Otros dos apéndices logró también Manzanares del segundo, que cautivó a los tendidos con una faena que aunó suavidad y cierta elegancia ante un manso que rompió con calidad todo por el derecho.




FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de José Vázquez, tercero y quinto como sobreros, y uno (6º) de Daniel Ruiz, de muy desiguales hechuras, caras y remates, nobles y descastados en conjunto. Los más toreables, segundo, cuarto y sexto.
Morante de la Puebla, de verde botella y oro: pinchazo y otro hondo y dos descabellos (ovación tras aviso); estocada (dos orejas).
José María Manzanares, de azul noche y oro: media atravesada y de efecto fulminante en la suerte de recibir (dos orejas); estocada (ovación).
Pablo Aguado, de corinto y oro: estocada trasera y ligeramente tendida, y dos descabellos (ovación tras aviso); estocada (dos orejas).
En cuadrillas, Luis Blázquez saludó tras banderillear al segundo; e impecable brega de Iván García al sexto.
La plaza registró lleno de "no hay billetes" en la taquilla.

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