domingo, 29 de marzo de 2020

Historias de Joselito, el arquitecto del toreo moderno

«Dos temporadas y media» desglosa la figura de un torero irrepetible.
 
José Gómez Ortega «Gallito» (1895-1920) fue el gran arquitecto de la tauromaquia moderna y, hasta su muerte en Talavera de la Reina hace cien años, el hombre clave de una era desglosada en el libro «Dos temporadas y media», en la que el menor de los Gallo impulsó, influyó y mandó en el toreo desde la plaza Monumental de Sevilla.

«El triunfo de Joselito» es el subtítulo de esta obra de los arquitectos Fidel y Julio Carrasco Andrés y Carmen del Castillo que reivindica la trascendencia del torero de Gelves en los cimientos del toreo, simbolizadas en las dos temporadas y media que transcurrieron desde la inauguración de la Monumental en el arrabal torero de San Bernardo y la aciaga tarde en la que «Bailaor», de la viuda de Ortega, mató a Joselito en Talavera.

Con el antecedente del libro «Monumental Sevilla, la dignidad de un proyecto» sobre la efímera vida de este coso y las presiones que culminaron en su abandono tras la muerte el 16 de mayo de 1920 de José, su impulsor, quien la inauguró en junio de 2018 con Curro Posada y Fortuna y en la que se despidió su hermano Rafael el Gallo en septiembre de ese año.

1919 fue el año de Juan Belmonte como base en La Maestranza y de Joselito en «su» Monumental y en 1920, por acuerdo entre los dos protagonistas de la Edad de Oro del toreo, se llega a una gestión compartida entre los dos cosos, una vez vista y asumida la revolución que había supuesto la idea de José.

El libro parte de la «dimensión inalcanzable» del coloso de Gelves, que, además de construir las monumentales para permitir el acceso a los toros de las clases menos favorecidas, dejó escritas las bases del toreo moderno, la selección del ganado, los veedores de toros para las figuras y un largo etcétera para un torero que murió con veinticinco años.

Pretende, además, desmontar los lugares comunes que han cogido cuerpo a lo largo de las décadas sobre la figura de un torero que no tuvo la vertiente literaria de una figura como la de Juan Belmonte con la obra de Manuel Chaves Nogales «Juan Belmonte, matador de toros».

La obra rebate aspectos como el carácter melancólico de José con episodios libremente interpretados como la huella de la muerte de su madre, la «Seña» Gabriela, o los amores imposibles del torero con Guadalupe Pablo-Romero por la oposición de su padre al noviazgo, además de otros como la rivalidad entre Joselito y su hermano Rafael ni que dejaran de hablarse, «sencillamente no volvieron a torear juntos», ha explicado a Efe Fidel Carrasco.

Con epílogo de agradecimiento de Dolores Sánchez Mejías, nieta de Ignacio, en el que subraya su inteligencia y sentido de la familia y desmiente que José fuera un asceta -«tenía debilidad por las mujeres»-, en el libro subyace, además, el fondo definido por otro sobrino nieto, Ignacio: «La historia del toreo la han escrito los belmontistas».

Sea o no así, el escritor Domingo Delgado de la Cámara destaca en el prólogo que las profesiones imprimen carácter cuando se ejercen con vocación y no para pagar las facturas, y que Joselito era y parecía torero «siempre y en todo momento».

En un paralelismo entre profesiones y sus toreros, señala que los cirujanos suelen gustar del «largo y poderoso» y su arquetipo sería Pedro Romero; que Paquiro sería el favorito de los abogados por ser «el gran legislador»; que Manolete «inspira por igual a clérigos y militares»; que Belmonte tenía percha literaria, que Domingo Ortega es el toreo del campo, «poderoso y eficaz, ayuno de retórica», o que El Cordobés fue «la venganza de los desheredados».

Considera que es «totalmente lógico» que los autores se identifiquen con José porque son arquitectos y Gallito es pura arquitectura porque «empieza a especular con el toreo en redondo que será el cimiento de todas las faenas actuales», desarrollado con posterioridad por Manuel Jiménez Chicuelo y Manolete; y porque desplegó una actividad frenética para construir las Monumentales de Barcelona, Sevilla y Madrid.

Era una sociedad eminentemente rural en la que los niños jugaban al toro en las calles y los patios del colegio la que se vio conmocionada cuando José muere en Talavera, noticia en todos los periódicos españoles y portada de una edición especial de «The Times» en español del 23 de mayo de 1920.

Las circunstancias en las que se montó la fatídica corrida de Talavera en la que se anunció mano a mano con su cuñado Ignacio hicieron que el rotativo, gallista, publicara una esquela en la que figura que el maestro de Gelves murió «vilmente asesinado», en referencia a la organización del festejo.

La figura revolucionaria de Joselito trascendió a su muerte y la rivalidad de cierta Sevilla se trasladó a la oposición de sectores de la nobleza a su funeral en la catedral y que se levantara para ello un impresionante túmulo de tres cuerpos cubierto de terciopelo bordado, lo que rebatió punto por punto el canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón.

Joselito, «sin esas prodigalidades chocarreras, ni eso rumbos chabacanos de los toreros del antiguo régimen», contribuyó «como un príncipe a todo lo noble, a todo lo grande, a todo lo santo que se proyectó en Sevilla», responde el canónigo a un anónimo de una dama de la nobleza sevillana.

Una suscripción popular sufragó una pluma de oro en agradecimiento a su defensa a los funerales por José en la catedral: la lleva la Virgen de la Esperanza, Macarena, junto a un pañuelo que le regaló Fernando el Gallo, el patriarca, y las corona de oro y las cinco mariquillas de cristal de roca francés que le regaló el arquitecto del toreo moderno. / EFE

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