lunes, 30 de marzo de 2020

CORONAVIRUS - Los toreros más duros también lloran: "A ver si los vecinos me dejan torear en el garaje"

Rafaelillo, Robleño y Tomás Campos sufren el parón de una temporada que dependía de los escasos primeros contratos del año para enderezar su situación.
Rafael Rubio "Rafaelillo"
JUAN DIEGO MADUEÑO
@juandimc 
Diario EL MUNDO de Madrid
Fotos: Archivo EFE

La suspensión de la temporada ha dejado perplejos a muchos toreros. Si el artista, según Duchamp, "no hace cosas para nadie", sino que alguien escoge cosas entre su producción, hay matadores de toros detenidos en el almacén, a la espera de que los elijan. Los toreros parados llevan la vida triste del escritor, son opositores en chándal. La pandemia del coronavirus ha destruido sus aspiraciones. Torear lo mejor de lo peor, escapar de los círculos del infierno del taurino. La industria los consume como la gasolina que hace arder a las figuras: corridas feas, dineros escasos, popularidad marchita.

La infección les ha arrebatado la posibilidad de la precariedad, de dar el primer paso. "Puede que haya una criba grandísima", reflexiona Tomás Campos, uno de los toreros jóvenes afectado por la crisis en un momento clave para su carrera. Obligado a matar lo que no quiere nadie. La ratonera del sector le impide coger carrerilla. "Que algunos digan 'mira, no puedo sobrellevarlo, no puedo dedicarme al toreo'". Robleño no tenía ningún contrato en las primeras ferias. Cumple 20 años de alternativa. "Me habían contratado en Ceret en julio". Rafaelillo iba a reaparecer en Arles (Francia) en abril nueve meses después de que un miura lo estrellase contra las tablas como si hubiese pateado una lata y no a un padre de familia. "Me duelen hasta las pestañas de entrenar. Estaba ilusionado" de volver a torear, en fin, Miura.

Madrid era para los tres la oportunidad de arreglarse la vida, el cliché de siempre pero es así, a ver. El virus canceló los primeros festejos. De San Isidro no se habla. "¿Está parado, no?", pregunta Robleño. "Sabía que íbamos a ir alguna tarde, pero la empresa no ha confirmado nada", señala Campos, anunciado en la capital la tarde del domingo de resurrección, ya cancelada. "Quedaban muchos carteles por hacer. La respuesta de Plaza 1 fue buena", añade Rafaelillo, que tras suspenderse su vuelta a los ruedos rompió con el apoderado. "Necesito alguien que me ilusione", anuncia: busca volver a encontrar su "hueco en las ferias", en las corridas duras.

"NOS HA PILLADO DE OBRAS"

Las oportunidades se escurren. Estos toreros se jugaban en la primavera los contratos del verano en las provincias. Y Robleño está ahora en su piso. "No podía irme y dejar aquí a mi mujer, que está estudiando una carrera por la Uned, con los niños, a los que hay que ayudar con los deberes", describe su situación, alejado del campo, del olor que a veces tiene el miedo. En algunos salones no se puede torear de salón. "Me las apaño regular. A ver si bajo al garaje un día, si no se molestan los vecinos, claro".
Fernando Robleño
"A mí me ha pillado con una obra a medias. Nos estamos haciendo una casa en el campo", explica Rafaelillo. Lleva sin torear desde julio. "No tengo seguro. No me lo puedo permitir. Si no tuviese ahorros, con lo que pago de seguridad social no tendría ni para comer. Menos mal que he sido una persona precavida, pero que se arregle pronto porque...". Del puñado de costillas fracturadas, todavía hay algunas sin soldar. "Son flotantes. Las tengo partidas por dos sitios cada una. Me tendría que hacer un TAC". Miura podría fundir las medallas de los lisiados en la marmita de Obelix. "El abdominal izquierdo lo tengo defectuoso. Es una molestia constante. Pero nada comparado con lo que pasé en el hospital. Lloraba de dolor a pesar de las drogas que me dieron".

Tomás Campos busca equilibrio porque "los toreros tenemos un desequilibrio mental importante, al menos en mi caso. Tenemos que ir subsistiendo, tanto moral como económicamente". Vivir en torero es vivir confinado, al menos al principio. La generación del pacense parece que siempre está empezando de cero: toreros eternamente nuevos que tienen varios años de alternativa, las promesas que no terminan de cuajar. "No es muy diferente a cuando estoy aquí metido", se refiere a la casa familiar a unos seis kilómetros de Llerena, Badajoz, "intentando mentalizarme de cara a los compromisos fuertes del año", que no habrá en 2020.

"¿AL SASTRE?"

A veces hace cura de la obsesión. "Leo, veo series, hago bricolaje". Quizá sea cínico llamar obsesión cuando el futuro -el amasijo de responsabilidades de la vida adulta- de un treintañero depende de obsesionarse más o menos con su profesión. "El dinero hay que administrarlo con precaución mientras pienso de qué manera le puedo dar una solución a lo económico para permitirme esta forma de vida". Tenía unos arreglos encargados en Fermín. "¿El sastre? Para qué coño voy a ir al sastre si no voy a torear. No me lo puedo permitir".

El madrileño no se preocupa por su situación. "Ahora lo importante es ser responsable y consecuente. Habrá que ajustarse el bolsillo, claro. Se ha parado todo", piensa Robleño en la explotación de ganado manso de la que también vive. "Tengo confianza en mi muleta y mi capote y al final lo voy a arreglar pero primero hay que sacar al país de esta", aclara. El coronavirus deja a la tauromaquia tiritando. "Somos un desastre. Ahora estamos calientes. Los compañeros hablamos sobre qué habría que hacer, buscando soluciones. Un banderillero que fue conmigo decía siempre que su objetivo era dejar el toreo igual que se lo encontró. No creo que yo dejé la tauromaquia como me la encontré", asume.

"El toreo va a salir muy dañado", cree Rafaelillo, que prefiere ser "Rafa. ¿Te importa llamarme Rafa?". "Dependemos de la taquilla. No hay publicidad. Esto no es el fútbol. Que el Gobierno nos ayude y nos escuche como nos merecemos", pide el murciano. "Lo siento mucho por los compañeros, sé la ilusión que hace estar anunciado", se compadece también de sí mismo Robleño. "Creo que la crisis del coronavirus nos da una lección. Hay que dejar de pensar en el futuro, qué va a pasar con mi carrera, por ejemplo, y hacerlo más en el ahora", ataja Tomás Campos. El ahora que es la nada. "Vivir lo más intensa y realmente posible el ahora".

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