domingo, 1 de septiembre de 2019

FERIA DEL ATLÁNTICO DE BAYONA – PRIMERA CORRIDA: ¡Tres bombones de Algarra!

Para Castella, tres orejas, generosamente recompensado, el lote más propicio. *** Daniel Luque, un segundo de vuelta. *** Pablo Aguado se compone con dos toros de poco empleo.
BARQUERITO

EN LA CORRIDA de Algarra vinieron tres toros de mayúscula bondad. Primero, segundo y cuarto. Fueron los de mejor remate. El cuarto, engatillado y reunido de cuerna, fue un dije y el de más regular son. Una especie de toro de carril. Los otros dos, los de mayor cuajo, quisieron bien pero no tanto. El primero terminó aplomado y sorprendentemente distraído cuando Castella, que lo había sometido a trato severo, acortó distancias. Tanto que acabaron en paralelo toro y torero, como si no se conocieran.

El segundo, que escarbó pero vino galopando al caballo, sacó aire del caro por la mano diestra. Pronto fue por las dos, pero sin descolgar por la izquierda. Tuvo, aculado en tablas y herido de estocada ligeramente ladeada, una muerte resistidísima. Una agonía de casi tres minutos, que, a partir del momento en que tragando cuajarones estiró el cuello para no caer, recibió de premio un coro de palmas a la francesa, de ganso y no de tango, que hizo de esa muerte epítome de la bravura.

Los tres toros se encelaron en el caballo de pica. Segundo y cuarto derribaron con la complicidad de monturas de dudosa condición y duras de boca. Con esos tres toros celebró la gente cuanto con ellos hicieron Castella, en dos faenas de arranque irresistible, de ímpetu desbocado pero sereno, pero a menos una y otra. Con el toro distraído trató de enroscarse en trenzas. Con el de carril optó por un arrimón que protestó una minoría. Los que festejaban el estilo del toro. A los dos los mató por arriba. De media al uno y de sopapo letal al otro. El palco se rindió.

Entonces y también antes de ser enganchado en el tiro de mulillas el toro que no quería morirse. La presión para la vuelta al ruedo en el arrastre fue irrenunciable. Daniel Luque, ídolo en Bayona hace ya tiempo, le dio al toro refinada y sencilla vitamina, le anduvo por delante con tal tranquilidad que el toro llegó a parecer en sus manos un juguete. Hasta que por la mano izquierda cambió el paisaje. Sin llegar a nublarse. Una tanda final de muletazos encadenados y sin espada, cobrados con la vuelta de la flámula y cosidos en un palmo de terreno, se celebró como creación propia del torero. Porque lo es. No fue, sin embargo, su mejor versión.

Los otros tres toros pintaron por palo distinto. El quinto escarbó, se paró y terminó afligido. El tercero, el más terciado de los seis, corto de cuello, montadito, punteó engaño y fue de brusco son y escasa entrega. Un toro mentiroso, se dice ahora. El sexto se enceló en el caballo como los tres buenos del reparto, derribó al tercer viaje y no tuvo entrega. Tampoco se negó. La llegada de Pablo Aguado a tiempo era la sal del cartel. Se dejó sentir en el ambiente aunque la pasión por Castella y Luque fuera, en eco, mayoritaria.

En ninguna de sus dos faenas sonó la música. Con el sexto se compuso sin esconderse, pero en faena sin mayor lustre. Iban dos horas y media de corrida. De noche. Las nueve y media. La luz natural de la plaza de Lachepaillet es única, singular. La artificial, sostenida por apenas una decena de focos, casi lúgubre. En el toro que mató Pablo por delante se dejaron ver detalles particulares de escuela: los cambiados en trinchera, uno de pecho de verdad y no el cambiado por alto de ventaja. Luque abrevió con el garbanzo negro de una corrida donde, salvo un sexto girón, todos fueron negros zainos.

FICHA DEL FESTEJO
Viernes, 30 de agosto de 2019. Bayona. 1ª de la Feria del Atlántico. Estival. Casi lleno. 8.500 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función.
Seis toros de Luis Algarra. El segundo, "Tomasito", número 33, premiado con la vuelta al ruedo.
Sebastián Castella, una oreja y dos orejas.
Daniel Luque, que sustituyó a Roca Rey, oreja tras un aviso y aplausos.
Pablo Aguado, silencio tras aviso y ovación.

Postdata para los íntimos.- Hay un puente en Bayona que cruza por su confluencia los dos ríos de la ciudad: el famoso Adour, tan caudaloso, y el plácido Nive, no tan sabido. El carácter de Bayona proviene del afluente y no del río grande. Todo lo que creció en la margen derecha del Adour son fortalezas, arrabales y asentamientos judíos. El papel de la comunidad judía es protagonista de la historia de la ciudad. Médicos, científicos, mercaderes, sabios.

Pero el sello de Bayona es lo vasco, que es su raíz madre. Eso lo supieron antes que nadie los invasores romanos, que aquí pactaron, como en todas partes. El puente donde se funden los dos ríos no es romano. Sino de épocas muy posteriores. Es puente bueno para pescar. Esta mañana, antes de mediodía, unos cuantos pescadores de lance. Fumando la mayoría. Estaba la marea revuelta No era día de pescar.

La Nive -los ríos son género femenino en francés- estaba mansa y dormida. Día de labor. Los garitos de los dos muelles se desperezaban. Empezaban a disponerse las terrazas, que se habrán llenado esta noche. Comer al borde de un río. Qué placer!

En un bar enfrente del mercado he comido una rodaja de jugosa merluza fresca con su picada de pimiento rojo y el jugo de una ensalada de berros, que, muy sabrosos, pero no todas las dentaduras consienten. O la falta de dientes. Todo el tramo del Point Saint Esprit estaba en obras, Solo dos carriles. Un atasco. Se multiplican los espacios peatonales, pero ni se prohíbe fumar ni dejan de revolverse los ríos en el punto en que confluyen y se rompen por una resaca de marea. Bayona ha sido de siempre una ciudad portuaria. Muchos piratas. Pero resiste.

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