Para
Castella, tres orejas, generosamente recompensado, el lote más propicio. *** Daniel
Luque, un segundo de vuelta. *** Pablo Aguado se compone con dos toros de poco
empleo.
BARQUERITO
EN LA CORRIDA de Algarra vinieron tres toros de
mayúscula bondad. Primero, segundo y cuarto. Fueron los de mejor remate. El
cuarto, engatillado y reunido de cuerna, fue un dije y el de más regular son.
Una especie de toro de carril. Los otros dos, los de mayor cuajo, quisieron bien
pero no tanto. El primero terminó aplomado y sorprendentemente distraído cuando
Castella, que lo había sometido a trato severo, acortó distancias. Tanto que
acabaron en paralelo toro y torero, como si no se conocieran.
El segundo, que escarbó pero vino galopando al
caballo, sacó aire del caro por la mano diestra. Pronto fue por las dos, pero
sin descolgar por la izquierda. Tuvo, aculado en tablas y herido de estocada
ligeramente ladeada, una muerte resistidísima. Una agonía de casi tres minutos,
que, a partir del momento en que tragando cuajarones estiró el cuello para no
caer, recibió de premio un coro de palmas a la francesa, de ganso y no de
tango, que hizo de esa muerte epítome de la bravura.
Los tres toros se encelaron en el caballo de pica.
Segundo y cuarto derribaron con la complicidad de monturas de dudosa condición
y duras de boca. Con esos tres toros celebró la gente cuanto con ellos hicieron
Castella, en dos faenas de arranque irresistible, de ímpetu desbocado pero
sereno, pero a menos una y otra. Con el toro distraído trató de enroscarse en
trenzas. Con el de carril optó por un arrimón que protestó una minoría. Los que
festejaban el estilo del toro. A los dos los mató por arriba. De media al uno y
de sopapo letal al otro. El palco se rindió.
Entonces y también antes de ser enganchado en el
tiro de mulillas el toro que no quería morirse. La presión para la vuelta al
ruedo en el arrastre fue irrenunciable. Daniel Luque, ídolo en Bayona hace ya
tiempo, le dio al toro refinada y sencilla vitamina, le anduvo por delante con
tal tranquilidad que el toro llegó a parecer en sus manos un juguete. Hasta que
por la mano izquierda cambió el paisaje. Sin llegar a nublarse. Una tanda final
de muletazos encadenados y sin espada, cobrados con la vuelta de la flámula y
cosidos en un palmo de terreno, se celebró como creación propia del torero.
Porque lo es. No fue, sin embargo, su mejor versión.
Los otros tres toros pintaron por palo distinto.
El quinto escarbó, se paró y terminó afligido. El tercero, el más terciado de
los seis, corto de cuello, montadito, punteó engaño y fue de brusco son y
escasa entrega. Un toro mentiroso, se dice ahora. El sexto se enceló en el
caballo como los tres buenos del reparto, derribó al tercer viaje y no tuvo entrega.
Tampoco se negó. La llegada de Pablo Aguado a tiempo era la sal del cartel. Se
dejó sentir en el ambiente aunque la pasión por Castella y Luque fuera, en eco,
mayoritaria.
En ninguna de sus dos faenas sonó la música. Con
el sexto se compuso sin esconderse, pero en faena sin mayor lustre. Iban dos
horas y media de corrida. De noche. Las nueve y media. La luz natural de la
plaza de Lachepaillet es única, singular. La artificial, sostenida por apenas
una decena de focos, casi lúgubre. En el toro que mató Pablo por delante se
dejaron ver detalles particulares de escuela: los cambiados en trinchera, uno
de pecho de verdad y no el cambiado por alto de ventaja. Luque abrevió con el
garbanzo negro de una corrida donde, salvo un sexto girón, todos fueron negros
zainos.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes, 30 de agosto de 2019. Bayona. 1ª de
la Feria del Atlántico. Estival. Casi lleno. 8.500 almas. Dos horas y cuarenta
minutos de función.
Seis toros de Luis Algarra. El segundo, "Tomasito", número 33, premiado
con la vuelta al ruedo.
Sebastián
Castella, una oreja y dos orejas.
Daniel
Luque, que sustituyó a Roca Rey,
oreja tras un aviso y aplausos.
Pablo
Aguado, silencio tras aviso y
ovación.
Postdata
para los íntimos.- Hay un puente en Bayona que cruza por su confluencia
los dos ríos de la ciudad: el famoso Adour, tan caudaloso, y el plácido Nive,
no tan sabido. El carácter de Bayona proviene del afluente y no del río grande.
Todo lo que creció en la margen derecha del Adour son fortalezas, arrabales y
asentamientos judíos. El papel de la comunidad judía es protagonista de la
historia de la ciudad. Médicos, científicos, mercaderes, sabios.
Pero el sello de Bayona es lo vasco, que es su
raíz madre. Eso lo supieron antes que nadie los invasores romanos, que aquí
pactaron, como en todas partes. El puente donde se funden los dos ríos no es
romano. Sino de épocas muy posteriores. Es puente bueno para pescar. Esta
mañana, antes de mediodía, unos cuantos pescadores de lance. Fumando la
mayoría. Estaba la marea revuelta No era día de pescar.
La Nive -los ríos son género femenino en francés-
estaba mansa y dormida. Día de labor. Los garitos de los dos muelles se
desperezaban. Empezaban a disponerse las terrazas, que se habrán llenado esta
noche. Comer al borde de un río. Qué placer!
En un bar enfrente del mercado he comido una
rodaja de jugosa merluza fresca con su picada de pimiento rojo y el jugo de una
ensalada de berros, que, muy sabrosos, pero no todas las dentaduras consienten.
O la falta de dientes. Todo el tramo del Point Saint Esprit estaba en obras,
Solo dos carriles. Un atasco. Se multiplican los espacios peatonales, pero ni
se prohíbe fumar ni dejan de revolverse los ríos en el punto en que confluyen y
se rompen por una resaca de marea. Bayona ha sido de siempre una ciudad
portuaria. Muchos piratas. Pero resiste.
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