Francisco
Montero abre la puerta grande del coso sagreño tras cortar una oreja a cada
novillo de un muy complicado lote de Monteviejo.
DARÍO
JUÁREZ
Diario EL MUNDO de Madrid
"Soy un maletilla humilde. Respeto mucho este
traje porque es el único que tengo. Aunque ya se sabe que el maestro Palomo
Linares cortó el rabo de Madrid con un blanco y plata". Entre sollozos de
emoción y chispazos de humor respondía Francisco Montero a la felicitación de
los micrófonos de Castilla La Mancha Televisión, a la muerte del tercero. El
sueño del triunfo se había cumplido. Lo que pasara en el sexto 'sólo' importaba
para dictaminar quién sería el triunfador del Alfarero de Oro: casi nada. Y
digo sólo porque para el chiclanero ese triunfo era secundario, dentro de la
suma importancia que tiene para los chavales este certamen y más aún para un
torero hecho y fogueado en las capeas. El mismo que se aficionó al toreo por un
tío suyo, que en sus tiempos mozos 'hacía la luna' en los cercados. Pero sí,
también al último supo darle su fiesta y apostar por él para acabar saliendo a
hombros, únicamente a base de raza, pundonor y creer: siempre creer.
Francisco Montero es un novillero gaditano, de
minúsculo bagaje y afición desmedida, que entró en Villaseca por la vía de la
sustitución de Maxime Solera. Carente de muchas virtudes para ejecutar el toreo
artista o el más clásico, pero sobradamente sobrado -valga la redundancia- de
oficio y condiciones para funcionar en ésto. El pasado día 25 de agosto dejaba
una gratísima impresión en su presentación en Las Ventas con un duro encierro
de Saltillo. El de este martes de Monteviejo no se quedó atrás. Sin haber
abierto la puerta grande aún, la gloria que da Villaseca ya la había tocado con
Coleterón. Un animal que sus peones quisieron echar por delante, por lo bonito
-como dicen los toreros- que era por delante, en cuanto a la comodidad de sus
pitones se refiere. Gachito y acodado pero con las puntas hablando de tú a tú.
Esas mismas navajas que utilizó para empezar a tirar gañafones y hacerse el
dueño del ruedo. Montero fue el primero al que le tocó probar de su jarabe,
cuando al pararlo de salida le dio un pitonazo a la altura de la rodilla con un
final a dos centímetros de la cara. Ismael Mora corrió peor suerte cuando le
alcanzó el glúteo derecho a la salida del segundo par de rehiletes. Bravo por
su vergüenza torera de no entrar a la enfermería hasta finalizar la lidia y la
actuación de su jefe de filas.
La prenda berrenda y calcetera de Victorino
llevaba en su mirar un peligro sordo. Gazapón, mirón y siempre con el torero.
El grifo empezó a manar raza y firmeza. A esa fuente nadie la iba a frenar del
desborde. Sin una duda, proponiéndole los trastos con el jugar de los vuelos y
esa colocación con alivio sí, pero de luto. El utrero le marcaba las cornadas
constantemente y Montero las esquivaba con gallardía en su hacer. De hecho, él
mismo se vio cogido desde el principio. Villaseca había tragado mucha saliva
hasta el momento. El entierro de la espada le llevó a ver con sus propios ojos
la cascada de pañuelos que le pedían las dos orejas, siendo una finalmente,
ante la negativa del presidente. Conrado Abad, el eterno maletilla
mirobriguense, seguro estará muy orgulloso de él.
Y con el sexto, un toro, por cierto, no sería
menos por mucho que la moneda hubiera caído de cruz antes de trenzar el
paseíllo. Al igual que había hecho dos semanas antes en Madrid, a la puerta de
chiqueros se dirigió con su capote de paseo. Tras una ejecución limpia y muy
vistosa, Villaseca se puso en pie a rendirle sus respetos con la jota de fondo
amenizando el suceso. Otra larga cambiada le dio en el tercio, siendo obligado
a saludar. Con alegría entró y salió del peto para llegar a la muleta con buen
son, aunque incierto como todos sus hermanos. Cinco tandas cinco. Cuatro y
variadas a diestras, entre el sometimiento y el intento de abandono, pese al protestar
del berrendo, y una de naturales de uno en uno, dando el do de pecho en cada
uno de ellos. El epílogo por manoletinas lo construyó y consumó con premura,
para acto seguido cuadrarse con la espada ante tal hervidero de sensaciones. La
lástima sería donde fue a parar la desdichada tizona, que surcaba los bajos.
Para Montero daba igual. Sus lágrimas evidenciaban lo que su ser había sentido
en cuarenta minutos de vida con dos faenas que, por H o por B le deben de poner
en el candelero de las ferias la próxima temporada.
Muy inteligente se le vio al almeriense José
Cabrera con el novillo que abrió la última de abono del Alfarero de Oro 2019.
Un utrero serio al que banderilleó con desacierto tras una lidia abultada de
capotazos, llegando a la muleta embistiendo con todo para pararse de repente.
Ahí entro la perspicacia del joven, sabiendo llevarlo tapado para que el
defecto de la falta de fondo no fuera tan notable. Con el cuarto se equivocó
midiendo el castigo en varas y en la muleta sacó mucha dificultad para obrar
con él con demasiado aseo.
El jerezano Cristóbal Reyes mostró una actitud
encomiable en su paso por el Alfarero. La firmeza y el oficio le llevaron a
sobreponerse a un segundo novillo complicado que se frenaba y reponía como un
cohete tras salir de los muletazos. Reyes le supo esperar con mucho valor. El
lucero y gargantillo quinto embestía con brío y muy por dentro. El novillero le
hizo todo correctamente, con mucha exposición y observando el vaho de la
quemazón que salía de sus tibias, de los derrotes que tiraba cuando venía
acostado.
Finalmente y tras la deliberación del jurado,
Diego San Román y el encierro de La Quinta, triunfadores de la XX edición del
Alfarero de Oro.
MONTEVIEJO - José Cabrera, Cristobal
Reyes y Francisco Montero
Plaza de toros de Villaseca de La Sagra.
Martes, 10 de septiembre de 2019. Última de feria.
Novillos de Monteviejo, muy serios, aunque desiguales en el conjunto,
encastados, peligrosos y complicados.
José
Cabrera, de azul rey y oro.
Pinchazo y estocada muy trasera (silencio). En el cuarto, pinchazo, estocada y
dos descabellos (silencio).
Cristobal
Reyes, de blanco y plata. Medio
bajonazo, pinchazo bajo y bajonazo (silencio). En el quinto, pinchazo trasero y
estocada (silencio).
Francisco
Montero, de blanco y plata. Gran
estocada (oreja con petición de las egunda). En el sexto, estocada baja
(oreja). Salió a hombros.
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