Indultado
el último toro de su carrera de veinte años. *** Ambiente de desatado
triunfalismo en el Anfiteatro. *** Un diluvio de orejas sin rigor, un rabo
protestado, dos vueltas en el arrastre.
BARQUERITO
EL DECORADO de la goyesca de Arles, a cargo de la
Fundación Van Gogh, rindió homenaje a una de las más deslumbrantes y sencillas
obras maestras del pintor –Los girasoles- y al sol cegador de la Provenza, que tanto
le obsesionó durante la corta pero intensa estancia del pintor en Arles. En los
cuatro burladeros del anfiteatro se habían pintado otros tantos soles con su
cerco. Un sol de otra dimensión, en el portón de toriles.
En el telón mayor detrás de la presidencia lucía
una copia a escala de Los Girasoles. La arena se tiñó de polvo amarillo, pero,
dentro de rayas, unos manchones de tono oliva interpretaban por libre el cuerpo
mismo de las flores solanas. La segunda barrera que circunda el ruedo estaba
oculta por una larguísima banda corrida de tejido amarillo chillón. A pesar de
lo llamativo del reclamo, el decorado fue sobrio y severo. Solo que las dos
capas de polvo tintadas en el ruedo no compactaron. Tal vez por falta de
tiempo. El decorado se ejecuta durante la noche previa a la corrida y esta vez
un viento bastante fuerte debió de dificultar la tarea. Hubo que regar hasta
cinco veces a lo largo de la corrida. Durante la lidia de los dos primeros
toros se levantaron cortinas de polvo.
Era la despedida sin vuelta posible al toreo
activo de Juan Bautista, que anunció aquí mismo hace un año y por sorpresa su
retirada. Le puso fecha al último adiós: la primera de las dos corridas de la
Feria del Arroz. La célebre goyesca de Arles, que su difunto padre, Luc Jalabert,
el fotógrafo Lucien Clergue y el modisto Christian Lacroix idearon hace quince
años y convirtieron en un espectáculo particular. La ciudad y su entorno, al
servicio de la causa.
Más lleno que nunca el Anfiteatro. Más festivo que
nunca el ambiente. Intervenciones heterodoxas y discutibles de orquesta y
coros. Una presidencia que se sumó a la fiesta regalando orejas y más orejas, y
hasta un rabo muy protestado. Una vuelta al ruedo legítima para un nobilísimo
toro de La Quinta, otra de regalo gratuito y muy protestada para el toro de
Juan Pedro Domecq y el indulto bien ganado de un completísimo sexto de
Vegahermosa –es decir, Jandilla- que tomó tres varas, arreó en banderillas,
tuvo no menos de cincuenta embestidas por abajo, de motor menguante, naturalmente,
y se resistió a volver al cajón una vez indultado.
Fue corrida de seis hierros. Con mayoría Domecq.
Cuatro. Codicioso y noble el de Cuvillo; de mucho recorrido pero algo informal
el de Garcigrande, que escarbó mucho; inocuo el de Juan Pedro; bravo el de
Jandilla, que a todo quiso. Y minoría de Buendía y Albaserrada. Exquisito el de
La Quinta; de mucho interés el de Adolfo Martin, sacrificado en tres puyazos
brutales. Antes del tercero se oyeron protestas. Las mutaciones del toro de
Adolfo fueron singulares: noble y fijo, pero tardo. Por distinto, le dio a la
corrida otro color. Y no solo por entrepelado.
Ponce se embarcó con el de Cuvillo y el de Juan
Pedro en faenas largas y planas, de exagerada teatralidad el gesto en las
salidas de tanda. A los dos toros los tumbó sin puntilla y de muerte casi
súbita. Eso encendería el fuego de la presidenta, que se llevó una bronca por
larga de manos. Era nueva en Arles. Con el toro de Adolfo no se entendió Ponce,
y se lo hicieron saber desde las gradas altas del anfiteatro, menos
consentidoras que las tribunas bajas.
La sorpresa fue ver a Juan Bautista tan fácil y
compuesto como siempre pero tras un año de ausencia de los escenarios. La misma
voz, el mismo timbre, idéntico fraseo, la misma seguridad. Del toro de
Garcigrande sacó notable partido pero en faena interminable. Con el de La
Quinta, que es su ganadería de cámara, estuvo tan a gusto que pareció coquetear
con la idea del indulto. Le hizo tomar de largo una segunda vara de nota, bien
cobrada por Alberto Sandoval. Y, en fin, si el ideal era retirarse del toreo con
un indulto de toro, vino a cumplirse con uno de Vegahermosa de calidades nada
comunes. Esa última faena de Juan Bautista en su patria fue la más completa de
las tres, la más elocuente y ambiciosa. La hizo descalzo. Y la brindó a la
memoria de su padre, Luc Jalabert.
FICHA DEL FESTEJO
Sábado, 7 de septiembre de 2019. Arles. 1ª
de las Primicias del Arroz. Goyesca. Soleado, templado. No hay billetes. 14.000
almas. Tres horas y diez minutos de función.
Toros de seis ganaderías. Por orden de
lidia, de Núñez del Cuvillo, Garcigrande, Adolfo Martín, La Quinta, Juan Pedro
Domecq y Vegahermosa. Indultado el toro de Vegahermosa, Ingenioso, número 19.
Vuelta en el arrastre para el de La Quinta, Secretario, número 36, y para el de
Juan Pedro Domecq, Jaraíz, número 87. Muy protestada la vuelta del de Juan
Pedro.
Ponce, que sustituyó a Roca Rey, dos orejas, división tras aviso y dos orejas y muy
protestado rabo.
Juan
Bautista, que se despidió, oreja
tras aviso, dos orejas tras aviso y máximos trofeos simbólicos del toro
indultado.
Picaron muy bien a cuarto y sexto Alberto Sandoval y Puchano.
Postdata
para los íntimos.- Los edificios de la estación,tomados,del modelo
austrohúngaro de arquitectura palacial, pero modelo puesto al día -al día de
1929-, no se están cayendo a pedazos, sino que resisten. Los techos de los
vestíbulos aguantan también. Hasta tan alto no alcanzan las garras destructoras
de la Renfe, los vándalos y sus secuaces. Igual que la de Irún, la de Port Bou
es estación doble. Un andén internacional, adonde llegan trenes procedentes de
Estrasburgo. Y otro nacional y transfronterizo; los media distancia de
Barcelona llegan a Cerbere. Y vuelven
El viaducto de Colera, penúltima estación de la
línea de Madrid a la frontera, es otra obrita maestra del tendido. Parecido al
viaducto de Ormáiztegui. No tan alto. Pero el de Ormáiztegui está fuera de uso,
y por el de Colera se sigue pasando. Con cierto temblor. El caserío disperso de
Colera tiene su gracia. Llançá, con sus playas largas, parece comparada con
Colera una ciudad de rango mayor. La gente de Port Bou es acogedora. No todas
las ciudades de frontera, ya sabéis.
Y, en fin, Arles está de fiesta. Degustación de
arroces camargueses de muchos colores en la plaza de la República en torno al
obelisco y frente a San Trofimo. Están limpiando mucho la ciudad, que estaba
algo sucia. El paseo por el Quai de la Roquette, esta mañana, cuando más batía
el viento, no tiene precio. Manso, el Ródano parecía ajeno al vendaval. No era
día de mistral. Se vio en los toros por la tarde. Ni gota de aire. Sí dosis
abrumadoras de aburrimiento. De ver cosas cien veces vistas. Cien o mil.
La Roquette estaba como nunca. Cuesta pensar en un
barrio pesquero, ya no lo es, tan bien trazado. La piedra blanca de sus
viviendas de solo dos plantas, las flores, las paredes y ventanas. las forjas,
los llamadores, las puertas, su silencio. Si, cerraron la pastelería de la rue
de la Roquette. Pero la place Doumier es toda luz. Estaba cerrada la pastelería
tunecina. Cerrada también la ostrería. Los gatos, a sus anchas. También cerró
la floristería de la place Antonelle. Nada es eterno.
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