jueves, 12 de septiembre de 2019

VALLADOLID – SEGUNDO FESTEJO: Pablo Aguado, un ejercicio de superación

La joven revelación sevillana afronta con entereza una tarde en soledad y a contraestilo con Morante negado y borrado del mano a mano; corta la única oreja de un desvarío de toros.
 
ZABALA DE LA SERNA
Diario EL MUNDO de Valladolid

Por la yema de la luz cruzaron el ruedo esos dos hombres fugados de otro tiempo. Morante de la Puebla y Pablo Aguado reeditaban su tumultuoso encuentro rondeño en tierras de Castilla. La plaza de Valladolid enseñaba demasiado sus dientes de piedra. Y el viento mostraba sus colmillos septembrinos. El ambiente, entre preotoñal y ausente, parecía trazar una frontera desabrida con el arte del sur. Una lejanía infranqueable, una montaña de espaldas. Despeñaperros volteada. Como la suerte o la espada. Todo el mal bajío se concentró en Morante. Un naufragio de infortunios y no sólo.

Así las cosas, Aguado afrontó en soledad un ejercicio de raza y fe por encima de su intuitivo don para detener el tiempo. Sin un toro preclaro y cristalino para lo suyo, impuso sobre las perlas de superclase un valeroso esfuerzo como le exigieron las circunstancias. Por hache o por be, pero sobre todo por la espada, su balance fue de una oreja. Escasez que cuenta y no cuenta en un torero al que nadie aspirará al final de temporada a contarle los despojos.

Después de lo de Ronda, los artistas y sus huestes prefirieron cambiar la corrida de Juan Pedro Domecq por un rebujito, un desvarío, de otras ganaderías: Jandilla y Domingo Hernández formaron otros dos lotes. Imagino los arrepentimientos a toro pasado. Y eso que el juampedro que partió plaza vino a darles la razón. Tan pobre de fuerza, tan triste de espíritu. Tan poquita cosa. Morante esbozó algunos redondos. Y dibujó un pase de la firma y una trinchera escandalosos. Entre las rayas, el aire despeinaba la cabeza del genio. Y el torete ni quería, ni podía. Ni siquiera para hacerlo con clase. La brevedad pretendida se eternizó en el hundimiento de pinchazos desganados.

Y sin embargo el otro superviente del hierro veragueño salvó el honor de la divisa. Con su mayor presencia, su buen aire y la distinción de su humillación, especialmente por su mano derecha. Aguado prendió la llama de la verónica en lances suaves. Como si flotaran en la atmósfera. Asidos sólo por la pinza de sus dedos. Del pulgar y el índice. El compás ya depende del corazón. Del que late en su pecho. La faena fue una faena exacta. De cuatro series en el tercio. Tres diestras en son, más fluido el muletazo cuando el toro viajaba hacia los adentros, y una intercalada de naturales cumplidores. Los redondos desprendieron esa sal de quien acompaña el toreo con el cuerpo entero. Ya el desatinado uso del acero se encargó de borrar las esencias.

La estocada (muy trasera) con la que despachó al toro de Jandilla se convirtió con el paso de las lidias en la única de la tarde. Y fue la que la valió el trofeo que compensó su serio empeño con el encastado pupilo de Borja Domecq. Que pronto le dijo que si apostaba por la media altura se lo comería. Así que la trinchera quedó aislada del planteamiento entero por abajo. Muy emotivo con aquellas embestidas de más disparo que ritmo, pero finalmente agradecidas. Acabaron atemperadas en una hermosísima tanda postrera y genuflexa. O en los vuelos de los naturales sincerísimos. Entre la belleza etérea y el admirable ejercicio de superación asomaban tiernas lagunas.

Algo parecido a lo que sucedió con el último toro. De Domingo Hernández. Que volteó a Pablo Aguado cuando galleaba. Tan loco y descompuesto. Iván García fue el profesional que salvó la honra de los hombres de plata. De todos. De uno y otro lado. No se puede afrontar un mano a mano con esas cuadrillas. Colosal Iván toda la tarde. Aguado se puso y tragó ricino. Tragar exponiendo y sin dominar tiene un mérito mayúsculo. Al garcigrande no se le veía jamás ni entregado ni metido en la muleta. Bárbaro el esfuerzo de Pablo. Que pidió un buchito de agua antes de enterrar con la espada la más que segura puerta grande.

Morante incedió una verónica con su jandilla, antes de que se pusiera a la defensiva, el toro, digo. Y lo pasó muy mal con un bruto muy bruto de Domingo Hernández. Que arrollaba con todo lo que se le pusiera por delante. Su cuadrilla, sin Carretero, fue lamentable. Caótica la lidia. Todo se pretendió arreglar en el caballo. Salió José Antonio Morante desconfiado, asustado como pocas veces. La espada montada para aliñar a la bestia infumable.

Pablo Aguado estuvo muy solo.

DIFERENTES GANADERÍAS - Morante de La Puebla y Pablo Aguado

Plaza de Valladolid. Miércoles, 11 de septiembre de 2019. Segunda de feria. Media entrada larga.

Toros de Juan Pedro Domecq (1º y 2º), Jandilla (3º y 4º) y Domingo Hernández (5º y 6º), de muy diferentes hechuras, remates y seriedades y muy desigual juego.

Morante de la Puebla, de caldero y azabache. Siete pinchazos y un descabello. Aviso (pitos). En el tercero, estocada corta y caída (algunos pitos). En el quinto, dos pinchazos, estocada defectuosa y descabello (bronca).

Pablo Aguado, de negro y oro. Pinchazo y media estocada baja (saludos). En el cuarto, estocada muy trasera y tendida. Aviso (oreja). En el sexto, cuatro pinchazos, metisaca y estocada defectuosa. Aviso (saludos).

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