La
joven revelación sevillana afronta con entereza una tarde en soledad y a
contraestilo con Morante negado y borrado del mano a mano; corta la única oreja
de un desvarío de toros.
ZABALA DE
LA SERNA
Diario EL
MUNDO de Valladolid
Por la yema de la luz cruzaron el ruedo esos dos
hombres fugados de otro tiempo. Morante de la Puebla y Pablo Aguado reeditaban
su tumultuoso encuentro rondeño en tierras de Castilla. La plaza de Valladolid
enseñaba demasiado sus dientes de piedra. Y el viento mostraba sus colmillos
septembrinos. El ambiente, entre preotoñal y ausente, parecía trazar una frontera
desabrida con el arte del sur. Una lejanía infranqueable, una montaña de
espaldas. Despeñaperros volteada. Como la suerte o la espada. Todo el mal bajío
se concentró en Morante. Un naufragio de infortunios y no sólo.
Así las cosas, Aguado afrontó en soledad un
ejercicio de raza y fe por encima de su intuitivo don para detener el tiempo.
Sin un toro preclaro y cristalino para lo suyo, impuso sobre las perlas de
superclase un valeroso esfuerzo como le exigieron las circunstancias. Por hache
o por be, pero sobre todo por la espada, su balance fue de una oreja. Escasez
que cuenta y no cuenta en un torero al que nadie aspirará al final de temporada
a contarle los despojos.
Después de lo de Ronda, los artistas y sus huestes
prefirieron cambiar la corrida de Juan Pedro Domecq por un rebujito, un
desvarío, de otras ganaderías: Jandilla y Domingo Hernández formaron otros dos
lotes. Imagino los arrepentimientos a toro pasado. Y eso que el juampedro que
partió plaza vino a darles la razón. Tan pobre de fuerza, tan triste de
espíritu. Tan poquita cosa. Morante esbozó algunos redondos. Y dibujó un pase
de la firma y una trinchera escandalosos. Entre las rayas, el aire despeinaba
la cabeza del genio. Y el torete ni quería, ni podía. Ni siquiera para hacerlo
con clase. La brevedad pretendida se eternizó en el hundimiento de pinchazos
desganados.
Y sin embargo el otro superviente del hierro
veragueño salvó el honor de la divisa. Con su mayor presencia, su buen aire y
la distinción de su humillación, especialmente por su mano derecha. Aguado
prendió la llama de la verónica en lances suaves. Como si flotaran en la
atmósfera. Asidos sólo por la pinza de sus dedos. Del pulgar y el índice. El
compás ya depende del corazón. Del que late en su pecho. La faena fue una faena
exacta. De cuatro series en el tercio. Tres diestras en son, más fluido el
muletazo cuando el toro viajaba hacia los adentros, y una intercalada de
naturales cumplidores. Los redondos desprendieron esa sal de quien acompaña el
toreo con el cuerpo entero. Ya el desatinado uso del acero se encargó de borrar
las esencias.
La estocada (muy trasera) con la que despachó al
toro de Jandilla se convirtió con el paso de las lidias en la única de la
tarde. Y fue la que la valió el trofeo que compensó su serio empeño con el
encastado pupilo de Borja Domecq. Que pronto le dijo que si apostaba por la
media altura se lo comería. Así que la trinchera quedó aislada del planteamiento
entero por abajo. Muy emotivo con aquellas embestidas de más disparo que ritmo,
pero finalmente agradecidas. Acabaron atemperadas en una hermosísima tanda
postrera y genuflexa. O en los vuelos de los naturales sincerísimos. Entre la
belleza etérea y el admirable ejercicio de superación asomaban tiernas lagunas.
Algo parecido a lo que sucedió con el último toro.
De Domingo Hernández. Que volteó a Pablo Aguado cuando galleaba. Tan loco y
descompuesto. Iván García fue el profesional que salvó la honra de los hombres
de plata. De todos. De uno y otro lado. No se puede afrontar un mano a mano con
esas cuadrillas. Colosal Iván toda la tarde. Aguado se puso y tragó ricino.
Tragar exponiendo y sin dominar tiene un mérito mayúsculo. Al garcigrande no se
le veía jamás ni entregado ni metido en la muleta. Bárbaro el esfuerzo de
Pablo. Que pidió un buchito de agua antes de enterrar con la espada la más que
segura puerta grande.
Morante incedió una verónica con su jandilla,
antes de que se pusiera a la defensiva, el toro, digo. Y lo pasó muy mal con un
bruto muy bruto de Domingo Hernández. Que arrollaba con todo lo que se le
pusiera por delante. Su cuadrilla, sin Carretero, fue lamentable. Caótica la
lidia. Todo se pretendió arreglar en el caballo. Salió José Antonio Morante
desconfiado, asustado como pocas veces. La espada montada para aliñar a la
bestia infumable.
Pablo Aguado estuvo muy solo.
DIFERENTES GANADERÍAS - Morante de La
Puebla y Pablo Aguado
Plaza de Valladolid. Miércoles, 11 de
septiembre de 2019. Segunda de feria. Media entrada larga.
Toros de Juan Pedro Domecq (1º y 2º), Jandilla
(3º y 4º) y Domingo Hernández (5º y
6º), de muy diferentes hechuras, remates y seriedades y muy desigual juego.
Morante
de la Puebla, de caldero y
azabache. Siete pinchazos y un descabello. Aviso (pitos). En el tercero,
estocada corta y caída (algunos pitos). En el quinto, dos pinchazos, estocada
defectuosa y descabello (bronca).
Pablo
Aguado, de negro y oro. Pinchazo
y media estocada baja (saludos). En el cuarto, estocada muy trasera y tendida.
Aviso (oreja). En el sexto, cuatro pinchazos, metisaca y estocada defectuosa.
Aviso (saludos).
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