El
vibrante encuentro entre el torero de Arnedo y un toro de exigente bravura en
los albores de la tarde abre una corrida triunfal; Cayetano, a hombros con un
fabuloso lote de Garcigrande.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Logroño
A la corrida le sucedió un contratiempo más grande
que su propio éxito. Pues también se puede morir de éxito. Entre la puerta
grande de Cayetano, el triunfo de Garcigrande y 165 minutos de gloria inflada
hasta las seis orejas, lo importante: un toro de bravura tan revolucionaria
como la de Basilisco no debería nunca madrugar tanto. No había hecho más que
desperezarse la tarde cuando el garcigrande se puso a embestir como si no
hubiera mañana. Con el carbón de sus hechuras portentosas pero muy serias
hechuras de tío a toda máquina. Desde las primeras huellas en la suelta arena
de La Ribera, la fijeza exultante, la humillación clamorosa y la repetición
incendiaria.
A Diego Urdiales le debió de parecer también muy
pronto la dosis de brava exigencia. Desde las verónicas de hermoso trazo que
terminaron por apilarse sin respiro en una larga cadena. Como el galleo por
chicuelinas de ritmo trepidante: Basilisco se amontonaba de puro celo. El mismo
con el que levantó al caballo por los pechos en los dos encuentros contados
como derribos. Aunque a mí el caballo me pareció un poco teatrero, la codicia
del torazo era cierta. Como su potencia de cuerpo y fondo.
Diego Urdiales escuchó el amor de su tierra. En el
brindis a un niño postrado en silla de ruedas. Como cuando se deshizo el paseíllo.
Un clamor de aliento para todo lo que tocaba apretarse. Un señor toro entre
pecho y espada. Diego se fue con Basilisco hasta la boca de riego con genuflexa
torería. Esa forma de ser y estar en la plaza y en la vida se sostuvo como hilo
conductor de la vibrante faena. Como el embroque máximo. El garcigrande cuanto
más abajo iba apretado, más viajaba en su tensa embestida. Y cuando no, aquello
parecía no rebosarse o salirse de los vuelos. Hubo momentos de una pasión
excelsa. Una bárbara serie de naturales, la segunda de dos, y la última o
penúltima ronda de derechazos inmensos. Que la repetición urgente exigía un
mundo. O el muletazo poderoso de Perera más que la belleza antigua de Urdiales,
la pureza a palo seco. Los ayudados finales desprendieron también el sabor de
lo auténtico. La estocada no trajo la muerte exacta. Una demora de aviso y
descabello. La oreja descorchó una piñata de ellas. Ninguna igual ni del mismo
peso.
Lo jodido de la historia es que sucedió demasiado
temprano. Algunos toros de Garcigrande y Domingo Hernández se antojaban
inferiores por contraste con Basilisco siendo de un altísimo nivel. El lote de
Cayetano, por no irnos muy lejos, fue fabuloso. Más torero en todos los
aspectos. El colorado de hechuras divinas y preciso poder que estrenó su turno
derrochaba una nobleza mayúscula. Un inoportuno toque recién iniciada la faena
abajo provocó un volatín que condicionó al toro. Que aun así no paró de
embestir bien en una faena periférica, profusa y premiada. De miradas
seductoras a última hora y un espadazo marca de la casa.
La calidad del quinto, tan estrechito de sienes y
trapío, fue un disparate superlativo. Esas embestidas que piden hacer el toreo.
O reunirse alguna vez con él. Cayetano hizo lo suyo y volvió a matar con una
autoridad pasmosa. La gente se exaltó locamente. Y el palco se rindió también a
la fiesta de la seducción: la entrega de las dos orejas se convirtió en un
dispendio hiperbólico.
Urdiales ya se había trabajado afanosamente una
más de un cuarto pegajoso, de mansedumbres volubles. Que en sus manos de
alfarero acabaron mejoradas. Como en los naturales del adiós a una faena de
irreductible constancia. Su marcha a pie se hacía una crueldad reglamentista,
el contraste definitorio y definitivo con Cayetano: los públicos del siglo XXI.
Ginés peleó vozalón a contraestilo con un toro sin
ritmo. De cara muy suelta y no poco mal presentado. Que lo desarmó un par de
veces pero jamás lo rindió. De derrota en derrota hasta la victoria final. Pese
al espadazo, la recompensa sonó excesiva. No hubo lugar con la desacompasada
movilidad de un sexto que no hacía justicia a lo mucho bueno de Garcigrande.
Qué lejos quedaron Basilisco y Urdiales: 165
minutos, seis orejas y una puerta grande después, siguieron siendo lo
importante.
GARCIGRANDE - Diego Urdiales, Cayetano y
Ginés Marín
Plaza de La Ribera. Sábado, 21 de septiembre
de 2019. Primera de feria. Casi tres cuartos.
Toros de Garcigrande y tres de Domingo
Hernández (3º, 5º y 6º), de diferentes hechuras y seriedades; de exigente y
extraordinaria bravura el 1º; notable el 2º; de calidad superior el 5º; bajaron
nota 3º, 4º y 6º que se movieron mucho más que embistieron bien.
Diego
Urdiales, de gris plomo y oro.
Estocada desprendida y descabello. Aviso (oreja). En el cuarto, estocada
rinconera (oreja).
Cayetano, de azul pavo y oro. Estocada (oreja). En
el quinto, estocada (dos orejas). Salió a hombros.
Ginés
Marín, de tabaco y plata.
Estocada pasada y contraria (oreja). En el sexto, dos pinchazos y estocada
(silencio).
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