Este
sábado se cumplen 100 años de la alternativa del inolvidable torero de la
Alameda de Hércules en la Maestranza; fue el creador de la chicuelina y padre
de la denominada 'nueva faena'.
DARÍO
JUÁREZ
@dariojuarezc
@dariojuarezc
Diario EL
MUNDO de Madrid
"Mi abuelo sienta las bases de la faena moderna;
el auge del toreo al natural a través de la transmisión que da la
ligazón". Con estas palabras define Manuel Jiménez, nieto del maestro de
La Alameda de Hércules, la trascendencia de Chicuelo a lo largo de la historia
del toreo. Este sábado, hace 100 años ( 28 de septiembre de 1919 ) que El Pasmo
de Triana, Juan Belmonte, le daba la alternativa en la Maestranza de Sevilla
con el toro Vidriero del Conde de Santa Coloma. En los dos días posteriores,
Chicuelo vuelve a hacer el paseíllo en la ciudad del Guadalquivir: el 29, un
toro de Albaserrada le pega una cornada en el escroto e intentan quitarlo del
cartel para suplirlo por Alcalareño, pero le dice a su apoderado que él quiere
cumplir el contrato. Al día siguiente, el martes 30, y con la cornada en carne
viva, le corta el rabo al toro Correcostas de Manuel Rincón. Casi nada.
Del puente 'pa allá', donde habita el sigilo de la
pericia y el genio que se esconde en lo bello, armonioso y sofisticado de la
Triana profunda, nacía hace 117 años Manuel Jiménez Moreno Chicuelo (Sevilla
1902). Decano de la Escuela Sevillana por excelencia y un ilustrado entre los
coetáneos de su tiempo, que ni por asomo sería el más propicio. En su caso, la
cercanía que tuvo con ciertos toreros de su barrio le hizo decidir de manera
prematura hacia dónde dirigir su andadura profesional. Tras morirse su padre,
también torero, tomó las riendas de su carrera Eduardo Borrego Zocato, su tío
carnal. El viejo mentor quiso mostrarle la profesión con transparencia y
prontitud, desde que le hizo fraguarse como hijo adoptivo en las humildes
placitas sevillanas de La Venta Taurina y La Huerta del Lavadero; construidas
por los hermanos Gómez Ortega -los Gallos- para su entrenamiento, ocio y
disfrute. El gran Pepe Alameda lo bautizaría a la postre como "el
discípulo de Gallito", por ser uno de los descendientes del maná que
desprendía José.
El toro mexicano supo enseñarle, a través de la
suavidad de su embestida, el milagro impertérrito del temple a partir de esa
ligazón que aunó en el trienio de 1924 a 1927, hasta llegar a conseguir al año
siguiente la mayor obra artística de su carrera profesional en la antigua plaza
de Madrid, al toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero. El quinto de sus
siete hijos y también torero, Rafael Jiménez Castro, nos transporta hacia el
Chicuelo más personal haciendo ver que la profesionalidad, la educación y el
compañerismo de su progenitor eran sus banderas: "Sólo escuchar cómo te
hablaba, sabías cómo debías actuar para agradarlo. Él no admitía el cachondeo
en su profesión. Si decía que quedaba con un ganadero a las 7 de la mañana para
ir a tentar, él llegaba a las 6 porque decía que así las vacas no se asfixiaban
con el calor del amanecer y le duraban más. Mi padre era una persona muy
seria".
Gallista acérrimo, de los pies a la cabeza aunque,
en realidad, él "nació para ser gallista, belmontista y manoletista",
comenta Rafael. Pese a todo, para Chicuelo, Joselito el Gallo era el espejo en
el que mirarse. Cientos de anécdotas se aglutinan en el esportón de la historia.
Una de ellas la cuenta su hijo con especial recuerdo: "Una mañana, después
de un tentadero con Belmonte, estábamos tomando un refresco y andaban por allí
los críticos Cañabate y Luis Bollaín. Y Bollaín le preguntó a mi padre:
'Manuel, ¿tú de quién eres? ¿De Gallito o de Belmonte?'. A lo que mi padre
respondió 'yo de Gallito'. Y dice Belmonte: 'Y yo también, eh Luis'".
El nexo con los hermanos Gómez Ortega fue
imprescindible para el desarrollo profesional de Chicuelo, sobre todo con
Joselito el Gallo. "Él era discípulo de José, pero no deja de observar con
mucha atención la revolución de Belmonte, de acortar las distancias y cruzarse
al pitón contrario. Entonces, se da cuenta de que Juan enreda el nudo y ahí lo
deja, hasta que lo coge Gallito con su toreo en línea natural, de girar por el
mismo pitón. Esto a él se le mete en la cabeza y, sin salirse de su estética ni
su práctica, prolonga la estela de sus dos predecesores hasta dar con el tótem
de la transmisión, que no es otro que la ligazón que trajo tan bien pulida de
su paso por México", señala su nieto Manolo.
Chicuelo fue el vástago primero de una dinastía
originada por su padre -Manuel Jiménez Vera-, que supo influenciar un género
artístico, dando a luz a jóvenes neófitos que se agarraban al toreo en periodo
de entreguerras en la baja Andalucía.
Vertiginoso captador de los matices más depurados
de la técnica, quiso y supo hacerla cohabitar con el duende que poblaba su
interior para imprimir cadencia, frescura e innovación. Como bien es sabido, la
chicuelina, el pase de la firma o el de costadillo son tres suertes de su
creación. El Sabio de La Alameda no era como aquellos toreros, con el reflejo
tardo y el tobillo flojo, aún con el don carismático del arte. Chicuelo era un
torbellino con gracia, donaire y el escepticismo justo delante de la cara del
toro.
"El arquitecto del toreo moderno", como
bien le apodaban los críticos de principios de siglo, engalanó el camino
definitivo de la estrenada perspectiva del toreo a partir de José y Juan;
cerrando el triángulo de una época faraónica en la historia de la tauromaquia y
dando pie a los nuevos cortes de vanguardia, como prólogo de la nueva era
manoletista y siendo padre del acento gallardo de la Edad de Plata del toreo.
Concedió 77 alternativas; la más destacada fue la
de Manolete, el 2 de julio de 1939, en la Real Maestranza de Sevilla, y con
Gitanillo de Triana como testigo. Rafael Chicuelo recuerda con nostalgia cómo
su progenitor le hablaba del IV Califa del toreo: "Mi padre describía a
Manolete como el torero más honrado y con más personalidad que había conocido.
Decía que era un fuera de serie y le daba el mérito a quien de verdad lo
mereciera entre sus compañeros. Algo que hoy se ha perdido".
Durante los 65 años de su vida, parte de su
familia permanece en Triana pero Chicuelo decide no volver: "Mi abuelo era
todo lo contrario a Belmonte. Dicen que los toreros de Triana como Juan,
Cagancho, Curro Puya, Gitanillo... eran hijos de la noche, del duende, de la
bohemia. Y los que son más de Sevilla, de la parte de La Alameda, de La
Macarena, del barrio de San Bernardo, eran toreros del día, de la luz: Pepe
Luis Vázquez, Pepín Martín Vázquez, Manolo González, Chicuelo y los Gallos, que
vivían dos casas más allá", comenta su nieto Manuel. "Él sienta las
bases de la 'faena moderna'; el auge del toreo al natural a través de la
ligazón". Manolo, como le llaman los más cercanos, cree que Chicuelo fue
un "torero de la luz, por la seriedad que transmitía". Su
personalidad siempre ha ido ligada a la idiosincrasia de esta ciudad, "que
es muy contradictoria. El perfil del sevillano auténtico es serio y seco, pese
a que pueda parecer lo contrario. Mi abuelo tenía un carácter introvertido, su
alegría personal nacía a partir de la que él mismo desprendía delante de la cara
del toro".
Cien años después de convertirse en matador de
toros, su alma persevera en su amada Alameda de Hércules, donde en 2009 se
levantó un monumento en su honor; a la vera de la Niña de los Peines y del gran
Manolo Caracol.
TENDIDO CERO TAMBIÉN HOMENAJEARÁ A
CHICUELO
Con motivo del centenario de alternativa de
Chicuelo, Tendido Cero dedica un reportaje-documental centrado en su vida y
transcendencia. En el mismo intervienen familiares del torero, escritores y
periodistas que han estudiado su figura y el legado que dejó como padre de una
estructura de faena que llega hasta nuestros días. Su huella, México, el toro
"Corchaito", su influencia en Manolete, su personalidad o la dinastía
de los "Chicuelo" son algunos de los epígrafes de este trabajo para
el que se han recuperado documentos excepcionales, como el único testimonio que
queda hablado del torero de La Alameda de Hércules o las contadas imágenes
toreando recogidas a finales de los años veinte y primeros de los treinta del
siglo pasado. Este trabajo se incluye dentro de una nueva edición del programa
cuya actualidad se centra en la feria de Logroño y en otro reportaje aobre una
faceta poco conocida de Diego Urdiales enfocada a transmitir los valores del
toreo a niños y jóvenes.
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