El
toledano potencia las virtudes de un serio y buen toro de Daniel Ruiz y cuaja
una importante faena que sólo el palco no reconoce ; Ponce también logra un
trofeo; El Juli, sin suerte.
GONZALO I.
BIENVENIDA
Diario EL MUNDO de Albacete
Albacete esperaba el primero de sus carteles
estrella. Ponce por Roca Rey. Ambientazo. Un castaño y veleto toro de Daniel
Ruiz cruzó como un rayo el ruedo de La Chata. Montado, con tanta potencia, que
parecía cortar el vendaval que estaba arruinando la tarde. Álvaro Lorenzo soltó
sus muñecas para torear por verónicas. El arrebato llegó en la media. Varios
picotazos con mal tino afearon la suerte de varas. Iba y venía sin entrega ni
ritmo hasta que recibió las órdenes de Rafael González. La brega perfecta. Los
andares crispados de Lorenzo no pegan con la seda de su muleta. Puro temple
toledano para enseñar al toro a terminar los muletazos por abajo, no con el
gañafón final de las primeras series. Tan importante el dominio como la
limpieza del trazo. La figura compuesta. Un cambio de mano por la espalda
desembocó en un natural infinito. Asentado y sentido toreó entonces Lorenzo.
Los circulares últimos coronaron la obra, no así el espadazo tan trasero. Se
pidió con fuerza la segunda oreja pero la presidenta ni cambió el gesto.
No volvió la cara Lorenzo con el áspero sexto.
Ancho de sienes, astifino, altote. El más desagradable del conjunto en su
hechura y comportamiento. Con peligro sordo. Acudía al cite pero cambiaba la
velocidad y soltaba gañafones con saña. Demasiado lo intentó Lorenzo que su actitud
enfadada ahora cobraba sentido recordando la oreja sisada en su turno anterior.
Una oreja logró Enrique Ponce del buen cuarto. Que
colocó sus pitones tocados arriba desde que apareció en escena. El maestro de
Chiva se dobló en redondo con él para ahormar la embestida. Respondió el toro
con una humilladora transmisión. Pese a la querencia evidente, no cambió de
terrenos para zafarse del viento. La faena fue desordenada. Los bellos
chispazos se intercalaban con probaturas, cites más allá de la pala y despegadísimos
pases de pecho. De pronto un pase de la firma, un gran derechazo en redondo,
también aquellos naturales. El toro a menos en su poder y cada vez a más en su
calidad, hasta las poncinas. De nuevo el recurso genuflexo para mostrar su
elegancia de siempre. Y el toro rompió a embestir en redondo, haciendo el
avión, para soñar el toreo. La estocada, rinconera, resultó fulminante y
desembocó en la cariñosa pañolada. Ponce había porfiado ante el primero que se
acabó demasiado pronto.
El Juli pechó con el peor lote. Exigió desde el
saludo capotero al sobrero que sustituyó al segundo tras hacerse daño en una
mano. Entonado fue el inicio y las primeras tandas, pero una vez que se sintió
obligado comenzó a sacar mal estilo, fruto de su geniudo fondo. Por el izquierdo
se puso imposible. El noble quinto, bien presentado como toda la corrida,
desarrolló una nobleza demasiado anodina. Juli trató de torearlo despacio, con
la figura erguida, dejando pasajes de auténtica calidad. No transmitió nada el
toro pese a los esfuerzos del madrileño. La polémica llegó cuando la banda
eludió colaborar con la laboriosa labor de la figura madrileña.
DANIEL RUIZ - Enrique Ponce, El Juli y
Álvaro Lorenzo
Plaza de toros de Albacete. Martes, 10 de
septiembre de 2019. Tercera de feria. Tres cuartos de entrada.
Toros de Daniel Ruiz y un sobrero del mismo hierro (2º bis), serios,
astifinos, cuajados y de juego desigual; a menos el 1º, sin fondo el 2º, bueno
el 3º, enclasado el 4º, soso el 5º y malo el 6º.
Enrique
Ponce, de buganvilla y oro. Tres
pinchazos y estocada. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada baja (oreja).
El
Juli, de nazareno y oro. Pinchazo
bajo y hondo y un descabello (silencio). En el quinto, pinchazo, estocada
trasera y dos descabellos. Aviso (saludos).
Álvaro
Lorenzo, de canela y oro.
Estocada trasera. Aviso (oreja con petición de la segunda). En el sexto, media
estocada baja (silencio).
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