GUILLERMO
SUREDA
Publicado
por www.deltoroalinfinito.com
Guillermo Sureda Trata de todo lo que pueda tener
cierta importancia para la causa del buen toreo. Este periodista mallorquín
testigo excepcional de una época dorada del toreo, desde Manolete a El
Cordobés, procura un análisis con la cabeza clara, el corazón caliente, con la
mano generosa, como Unamuno quería que fueran tratadas todas las cosas de los
hombres.
Su propósito no es de humilde talante, pero
bastante más difícil es darle a un toro media docena de buenos muletazos, dice
con arrogancia, y hay quien tiene el valor -y la templanza y el arte- de
dárselos. El teórico toro de la crítica no tiene por qué ser más peligroso que
el toro real de la corrida.
Jean Cau, escritor francés que se hizo aficionado
a los toros, ha dejado escrita una de las más bellas e inteligentes
definiciones sobre la esencia última del aficionado: “Amar a los toros es, cada
tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro”.
Guillermo se mueve, pues, en un mundo donde lo mágico
tiene, por lo menos, tanta importancia como lo lógico. Incluso se reafirma en
que lo mágico y lo lógico se casan cada tarde cuando los clarines lanzan sus
afilados sonidos y cuando los toreros, con los pulsos alborotados por el miedo
inevitable, inician el paseíllo.
Hay en la corrida un orden que la regula y la
preside, que la ordena y tipifica, pero también hay como una corriente
subterránea, todo un veneno mágico que la dignifica y embellece. No está sólo,
no, Apolo en el ruedo, sino que también debe estar en él Dyonissos.
Si lo lógico y lo mágico no está presentes en una
corrida de toros, en una faena de muleta, incluso en un mismo muletazo, la obra
bien hecha se quiebra y se diluye, unas veces por los dudosos caminos del arte
por el arte, otros por los fríos caminos de la técnica deshumanizada. Solo
cuando la cabeza y el corazón, la inteligencia y el sentimiento se cruzan y se
mezclan de un modo sólido, entrañable y radical, la corrida, la faena, y el
pase tienen eso que podemos llamar “una suerte de eternidad”.
Convencido está Guillermo Sureda de que un
aficionado es aquel que busca la perfección del toreo y espera encontrarla seis
veces en cada corrida.
Se trata, pues, de un iluso, de un hombre que,
como decía Jean Cau, cree en los Reyes Magos. Y se pregunta el analítico
Sureda: ¿no es bonito esto? ¿no es bonito cada tarde a eso de las cinco,
sentirse niño, saber que la plaza es una caja de sorpresas, pensar que el
torero tiene, sobre su talante lógico, algo así como el don del prestímano? Por
eso estima que se debe conservar, pura, intacta, decente, la corrida de toros.
Por eso, en su análisis, en su estudio, procura
defenderla ante los abusos y los fraudes, contra las imposturas y los malos
usos que tratan de envilecerla.
El docto y apasionado Guillermo Sureda alza su voz
y quiere unirla a otras voces-voces que suelen clamar en el desierto, voces
repartidas por toda la geografía española- que quieran seguir creyendo que
mientras exista la arrogancia fiera de un toro auténtico y la gallardía
indómita de un auténtico torero, la fiesta taurina seguirá siendo algo que vale
la pena defender.
EL TOREO Y SU TÉCNICA (I): SER TORERO,
ESA LOCURA
¿Qué extraña cosa es ser torero? ¿Se ha estudiado
a fondo el fondo el fondo de esta insólita profesión? ¿Es segura la
“normalidad” sicológica del hombre que decide ser torero, es decir, del hombre
que decide hacer de su vida un espectáculo, poniéndola en juego cada tarde, -en
una plaza- frente a la media luna de las astas? Por otra parte ¿se ha estudiado
esta profesión desde un punto de vista sociológico?, puesto que el torero es,
en un tanto por ciento muy elevado de veces, un ser influido notabilísimamente
por eso que solemos llamar “nivel de vida”?.
Una mañana cualquiera, un chico cualquiera, a lo
mejor hijo o nieto de torero, a lo mejor ni una cosa ni la otra, sin ninguna
relación anterior con el mundo taurino, decide, en la recóndita intimidad de su
alma, hacerse torero. Pero ¿Se toma la determinación de ser torero como quien
toma la determinación de salir a la calle o de ir al cine? No, no es eso. Se
trata de algo que va germinando lentamente, al principio casi
subconscientemente, hasta que un día necesita aflorar a un primer plano. Por
otra parte, toda vocación implica una determinación para elegir el camino, y si
toda elección es dramática porque consiste, por de pronto en renunciar a otras
posibles maneras de llenar la vida, es decir, de ser hombre, la de ser torero
lo es todavía mucho más, precisamente porque trata de llenar la vida con una profesión
que consiste en poner esa vida cada tarde en una situación límite.
Se han hecho distinciones fundamentales entre
profesión y vocación. Según ellas, la vocación es algo ultraconcreto, como la
persona vocada. En cambio, la profesión es una realidad que pertenece a la vida
colectiva y que está, por consiguiente, genéricamente estereotipada. Las
profesiones se pueden ejercer con vocación, pero también sin ella. La auténtica
vocación, en cambio, no coincide casi nunca con la profesión preestablecida, es
decir, con el repertorio de conductas que ella propone, sino que exige siempre
de dicha profesión una interpretación más original. De ahí que cada “gran
torero” aporte algo nuevo y original a su profesión.
Y es vocación de ser torero es, por de pronto una
locura. Una locura por cuanto significa poner la vida en constante peligro, y
una locura por cuanto quien la siente, siente que se está volviendo loco por
ser torero.
He hablado con hombres que han sido figuras del
toreo, con otros que han sido modestos toreros y con otros que no han llegado
ni siquiera a eso, y todos, todos, todos, a la hora de la verdad, a esa hora de
confidencia sincera y terminante, me han dicho lo mismo: la vocación de torero
es como una llama poderosa que nos prende, nos envuelve, y no nos deja ya nunca
quietos.
También todos, absolutamente todos, coinciden en
lo mismo: si nacieran mil veces, mil veces querían nuevamente ser toreros.
¿Qué ingredientes se combinan en esa vocación para
hacerla irresistible a los ojos de quien la tiene, e incluso de muchos que no
la tienen? Son varios, unos de tipo idealista y otros de índole materialista.
Por de pronto, estos –aunque, claro está, no siempre, ni mucho menos,
coincidan-:
a) necesidad de salir de un estrato social nada
agradable;
b) la satisfación de ser eso que se llama “un
triunfador”;
c) la necesidad de henchir una vanidad poderosa;
d) el impulso de una rebeldía interior contra unas
estructuras socioeconómicas a todas luces injustas;
e) el deseo de ser un vengador social y de
codearse con quienes le han ignorado antes de ser torero e incluso, en
ocasiones, humillado;
f) el puro, escueto, y limpio placer de torear;
g) el apetito de ovaciones, triunfos y popularidad;
h) el brillo del dinero, ganado “a lo loco” y
prontamente;
i) la emoción indescriptible que lleva implícito
el hecho de “o pasarse el toro por la faja”, etcétera.
Por todo eso, algunos dicen que ser torero
triunfador es una alucinante aventura que le convierte a uno de rebelde con
causa a un reaccionario sin ella...
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