Versión
emotiva y convincente del torero de Tlaxcala con un toro descaradísimo y de
original aire de Valdefresno. *** Adrian Salenc, casi a placer con un vibrante
santacoloma.
BARQUERITO
La primera concurso en la historia de Lachepaillet
fue en realidad una corrida de seis hierros. Y de seis encastes distintos. Y de
seis toros de dispar condición. Y, además, corrida de seis espadas. No se
atendió a las estrictas reglas de las concurso francesas, y eso fue en
beneficio del espectáculo, porque lo despojó de los fastidiosos espacios
muertos que conllevan. Se picó los seis toros en el mismo terreno y no hubo
reclamación para que tomara ninguno una tercera vara. No hubo lugar.
Los dos únicos toros que se emplearon en el
caballo fueron el de Valdefresno, segundo de la tarde, y un quinto de Los Maños
que lo hizo protestando. El de Valdefresno, de muy original temperamento,
cumplió sin más en una segunda vara bien medida. Con uno y otro se vivieron los
momentos más brillantes de la corrida. Y en el caso de Sergio Flores, por su
manera de estar, arriesgar y entregarse, no solo brillantes, sino estelares.
El toro de Valdefresno, sacudido de carnes, cortos
de manos y bajo de cruz, apenas pasó de los 500 kilos, El peso liviano se
tradujo en mucha movilidad. Con muchos pies, pero abanto de salida, y a pesar
de más de tres o cuatro tentaciones de irse a tablas de media faena en
adelante, no captó la atención de todos por su elástica manera de moverse, sino
por otras razones. Ante todo, por su cuerna sencillamente disparatada,
descomunal. No solo cornalón, sino tan descarado que la cuerda de pitón a pitón
rondaría el metro. Imponente envergadura. De los de no caber en los engaños.
Pero cupo.
Fue de notable nobleza, humilló y, a reclamo,
cuando pretendió soltarse a querencia, vino con entrega. El toro solo no bastó.
Lo que puso a la gente a hervir y de pie fue una faena de emociones muy
intensas del mexicano Sergio Flores, que en Bayona tomó la alternativa hace
siete años y, solo el curso pasado, volvió a Lachepaillet, y toreó más que
bien. Con el toro por ver antes de varas, Sergio cobró en los medios y en
viajes vivos de largo tres chicuelinas de ajuste dramático y rematadas con
larga bien templada por abajo. Tito Robledo clavó dos pares perfectos, Jarocho
lidió con maestría, Sergio brindó desde los medios, bramó el toro y entonces
empezó la función.
Órdago: desde el platillo, cite en distancia, el
cambiado por la espalda. El toro rozó franela y taleguilla. Y ahí se prendió la
llama. No cesó el fuego. Lo temerario tuvo el sello de la serenidad, y solo fue
el principio. Lo de peso fue el orden sin sobresaltos del conjunto, el temple
bueno en muletazos largos, en toques o al vuelo, el asiento que se hizo
durísimo cuando el toro empezó a pensárselo y hasta probar. Con las dos manos
brotaron muletazos de sencillo trazo. La búsqueda de toro cuando se le iba tuvo
acento de torero maduro. Un adorno final por circulares cambiados no tuvo el
mismo interés. La estocada fue extraordinaria por todo: la ejecución, la
reunión y la salida. El toro rodó. La negativa del palco a conceder la segunda
oreja provocó una bronca formidable. Sergio dio dos vueltas al ruedo
apoteósicas.
El propio palco premió con largueza, dos orejas,
la faena de Adrien Salenc al quinto, un santacoloma de Los Maños. Salenc tuvo
el detalle de la tarde, que mucho le honra y dejará recuerdo. Al recoger las
orejas, hizo salir a Sergio del callejón, le entregó una de las dos, le pegó un
abrazo de fundirse y le invitó a acompañarle en la vuelta al ruedo. No quiso
Sergio.
El toro de Los Maños se movió más que ninguno, con
un puntito de informalidad, pero más que suficiente para dar alas al joven
Salenc, que progresa a pasos agigantados. Templado y descarado a la verónica,
resuelto con la muleta, capaz de torear en un solo terreno, con más o menos
ajuste, pero gobernando las embestidas, en distancia o no, y a veces muy
despacito. El gancho con la gente no es nuevo en Salenc. Pero el mérito fue
hacerlo cuando, cumplidas dos horas y pico de corrida, y con luz de focos
macilenta, la gente parecía cansada. Y una estocada letal.
El resto tuvo mucho menos calado. El murube de 600
kilos y cinco añitos que abrió fiesta, se revolvió por las dos manos, las
apoyaba mal y pegó trallazos. Murió aculado en tablas defendiendo terreno.
López Chaves resolvió con calma segura.
El toro de El Retamar hizo cosas de reparado de la
vista. Miguel Ángel Pacheco dejó probado que es torero de valor. Juan Ortega,
demasiado parsimonioso, firmó con un cinqueño aplomado de José Cruz los
muletazos de más cadencia de la tarde. El joven Dorian Canton, ante un
gigantesco cinqueño de Pedrés que salió manejable, estuvo firme, tranquilo.
Valor del bueno. Una esperanza.
FICHA DEL FESTEJO
Sábado, 31 de agosto de 2019. Bayona. 2ª de
la Feria del Atlántico. Estival, nublado. 4.500 Almas. Dos horas y media de
función. Corrida de seis espadas y concurso de ganaderías.
Por orden de lidia, toros de Murube (José Murube), Valdefresno (José Enrique y Nicolás
Fraile), El Retamar (José Luis
Pinto), José Cruz (Rafael Cruz), Los Maños (José Marcuello) y Pedrés (Pedro Martínez).
López
Chaves, saludos tras aviso.
Sergio
Flores, una oreja y dos
clamorosas vueltas al ruedo.
Miguel
Ángel Pacheco, que sustituyó a
Tomás Campos, silencio.
Juan
Ortega, saludos.
Adrien
Salenc, dos orejas –entregó la
segunda, protestada, a Sergio Flores-
Dorian
Canton, aplausos.
Brega notable de Roberto Jarocho con el toro de Valdefresno, al que Tito Robledo prendió dos pares de ejecución
y méritos nada comunes.
Postdata
para los íntimos.- La historia de Bayona se ha tenido que rescribir
muchas veces. La literatura gratuita, es decir, la turística y municipal, lleva
tiempo años tratando de poner en claro el pasado. No es fácil. Hay hechos
indiscutibles: fechas, lugares, personas y testimonios escritos. Con todo lo
cual no basta. Vascos, gascones, galos de rebote, romanos, normandos, ingleses,
corsarios, judíos, belgas, marinos, marineros, portuarios.
La ciudad es preciosa. La Grand Bayonne, la ciudad
antigua crecida en la margen izquierda de la Nive, es la razón de ser de tanta
belleza. Pero la Petit Bayonne, instalada entre los dos ríos, tiene un frente
de río, el de la Nive, espléndido. El arrabal militar de SAint Esprit no tiene
casi nada que ver con los otros dos cuerpos de la ciudad. Casi nada, pero el
casi tiene su misterio. La estación de ferrocarril se halla en el Saint Esprit,
por ejemplo. En torno al tren, y a una precaria estación de autobuses
periféricos, creció una madeja de mundos marginales -población emigrante, una
precaria zona industrial- y en ellos anidan distintas maneras de ser. Es más
barato todo, hay más paro.
No siempre el tren trae prosperidad. En vísperas
de grandes reformas -la conexión en serio de la Alta Velocidad por Irún-Hendaya-
se avecina sombrío futuro para las tres estaciones clave del tinglado. Bayona
es la tercera, porque de aquí se abre la línea que lleva, Burdeos aparte, a Pau
y Toulouse. La transición está siendo bastante triste. Las dos cafeterías de la
Gare de Bayonne están cerradas. El café de Hendaya, también.
La que fue Estación Internacional de Irún ya tiene
categoría de fantasmal. En el vestíbulo se conservan los bancos de espera
construidos con material de desecho: traviesas, maderos, soportes de acero. Un
mobiliario cuidado, logrado. Todas las edificaciones anexas a la Internacional
están abandonadas, los tejados a medio caer. Ya no quedan ni nidos de palomas.
Eran edificios muy graciosos, con elementos de arquitectura rural adaptados a
la construcción vasca de caserío, severa y ligera. Dentro de tres o cuatro
años, los Aves que cruzan frontera no harán parada ni en Irún ni en Hendaya. En
Bayona, sí. La parada vale la pena. ¿Harán estación nueva en remoto lugar? Es
de temer.
Y, entre tanto, el centro de la ciudad, en el día
que el Avirón Bayonnais volvía a jugar en la Primera Liga francesa de rugby,
estaba invadida por seguidores, miles, de Aviron, y por cientos de seguidores
del Clermont-Ferrand, que era el rival de esta tarde. "Por dos puntos han
perdido (los de Bayona)", me ha dicho Lavie. Mientras trataba de dormitar
siesta en el Basses Pyrenees, ventana a la Port d'Espagne, me llegaba el rugido
del estadio Dauger, en Saint Leon. Cánticos, y subrayados. Rugido suave. He
leído en un panel de la Place des Basques que se avecina una transformación
integral del glacis de Bayona, y de todo el inmenso parque amurallado. Ya han
empezado las obras para meter el trambús desde Saint Esprit a la Alameda.
La remodelación del Hotel des Basses Pyrenees ha
sido una obra maestra. Las habitaciones de muralla -esta en que vivo- son
celdas silenciosas y luminosas. El restaurante, que abrió a mediodía, es de
todos los que conozco de Bayona el mejor de todos. Sencillo, exquisito, carta
corta, buena relación calidad/precio. El pavé de merluza "a la
española", espectacular. Con sus pasteles de calabacín y judía verde` y su
champiñón relleno, y su lluvia de crema de boniato. Y una copita de burdeos.
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