Y una corrida muy desigual de
Palha marcada por las complicaciones de dos toros muy distintos. Una estocada
extraordinaria de Aguilar. Castaño, ileso tras feísima cogida.
Javier Castaño |
BARQUERITO
Foto: EFE
Por desigual, la de Palha pareció corrida improvisada.
Un quinto toro cornalón desigualó por arriba un envío dispar. Muy astifino un
sexto que llevaba en la cara la huella de la línea Torrealta de la
ganadería. Cabezón, veleto y astigordo un cuarto carifosco donde parecía
reconocible pero pervertida la morfología de la sangre Contreras-Baltasar Ibán.
Un segundo jabonero sin trapío ni cuajo para Madrid entró en lote con el
descaradísimo quinto. Éste, en el aire de Oliveira-Conde de la Corte; el
jabonero, tal vez de algún goterón de Torrealta. Podría haber pasado por
un toro de Cuvillo y, si llega a llevar el hierro de Cuvillo, se echa encima
la gente. Sólo tímidas protestas. Justo de trapío también el toro que abrió el
fuego. Y leves palmas de tango al asomar un tercero que, astifino de verdad,
era toro muy bien hecho.
No fue, por tanto, y descontando el lírico o épico perchero
del quinto, corrida particularmente aparatosa. En Azpeitia, que es plaza de
segunda, las ha echado más serias y rematadas el ganadero. Y, en fin, no
embistió la corrida. El tercero, bravucón, fiero y a la defensiva, salió
particularmente difícil. Hubo quien tomó por bravura el instinto agresivo del
toro, que pegó muchos cabezazos y peleó en el caballo y en banderillas como los
toros de Pedrajas o los tulios:
haciendo hilo, encelándose con quien lo ha herido y hasta persiguiendo
banderilleros. En un momento dado ese toro zurció a cornadas las tablas de la
barrera junto al burladero del capote.
El toro cornalón fue, con las fuerzas justas, el de mejor
son –pronto, gana de galopar-, pero empujó más con el cuello que con los
riñones. O se columpiaba rebrincado. El cuarto fue tan toro pesadilla como el
tercero, pero de otra manera: listo y levantado, violento, atizó revoltoso,
arreó enterado, escarbó, fue toro de sentido. El jabonero sacó inocua bondad,
tomó engaño al paso y, falto de fijeza primero, se acabó dejando con inercia
boba. Mansito, apagado y mirón, el primero no tuvo la menor voluntad. El sexto
barbeó de salida las tablas, cobró suelto dos lanzazos, fue toro incierto y,
pese a ser elástico, no descolgó.
De modo que no salió propicia la corrida, que se fue casi
sin excepción suelta de varas, sino deslucida y con la carga de dinamita de dos
toros muy difíciles –tercero y cuarto- y un sexto con gatos en la barriga. Los que mansearon –los dos primeros- no
llevaban mucho dentro. El de mejor estilo perdió las manos unas cuantas veces y
llegó a desparramarse en tres ocasiones.
Cumplieron bien los toreros. Robleño, asentado y templado, resolvió sin empacho con el primero
y, firme, le sacó limpios y templados los doce muletazos que el toro tuvo: los
cuatro primeros, tapado Robleño en
el toreo cambiado, fueron preciosos. Una suave faena bien medida. Al cuarto lo
toreó con tiento –versión de nuevo del toreo cambiado por delante de alta
escuela- y, en cuanto el toro se puso las pinturas de guerra –hachazos,
gaitazos-, un trasteo de castigo, de pitón a pitón, breve, suficiente, en un solo
terreno, rematado con un desplante clásico. Y media estocada.
Javier Castaño se
entendió con el torito jabonero para sorpresa de la mayoría y hasta del toro.
Un arranque garboso en tablas de toreo a pies juntos por alto y, luego, llamado
el toro en la distancia y llevado a media altura, dos tandas de muy bello
ritmo. Hasta que el toro se paró o no quiso engaño. De la estocada, cobrada a
cámara lenta, salió el torero de Cistierna prendido por la taleguilla y luego
volteado muy aparatosamente. Pero ileso. La paliza tuvo efectos psicológicos y
físicos. Mermado, cojeando, le costó aguantar en serio los viajes irregulares
del quinto toro, tan de artillería. Digno papel.
La más clamorosa fue la pelea aguerrida de Alberto Aguilar con el tercero de la
tarde, que se defendió a cabezazos cuando parecía atacar, y no eran ataques
sino todo lo contrario. Firme de verdad el torero de Fuencarral. Pura guapeza
para sostenerle el duelo al toro hasta llegar a asustarlo: Alberto, columpiándose en la cara y entre pitones, y el toro,
reculando. Soberbia estampa. Pelea emotiva. Fue de mérito ganarla. Y la guinda:
una estocada extraordinaria por la ejecución y la colocación. Sin puntilla el
toro prenda.
Pelea también a cara de perro y sin escatimar riesgos ni
rectificar con el duro sexto, que se venía al cuerpo la mano derecha como si
barriera. Le buscó las cosquillas por la izquierda Alberto en una faena de nuevo notable por la firmeza, la decisión,
la soltura y el encaje. Una tanda excelente con la izquierda. Tensión, confianza.
Una dura batalla.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Palha (Joao Folque de Mendoça), de desiguales
hechuras y discutible presentación. Sin trapío los dos primeros. Cornalón un
quinto sin carnes. Basto el cuarto, que fue el más aparatoso. Bien hechos
tercero y sexto. Desigual en el caballo, fue corrida de condición dispar. El
genio agresivo del tercero y la violencia del cuarto dejaron marcada la cosa.
Mansearon los dos primeros. Se emplearon los dos últimos: el quinto, sin
apoyos, rodó dos veces y claudicó mucho; el sexto, sin entrega.
Fernando Robleño, de verde aceituna y oro, silencio y
ovación. Javier Castaño, de violeta
y oro, saludos y silencio. Alberto
Aguilar, de azul real y oro, saludos y silencio.
Brega notable de Raúl Blázquez
con el quinto y Raúl Ruiz con el
sexto. Un soberbio par de dentro afuera de David
Adalid al quinto. Picó como suele Tito
Sandoval.
Madrid. 4ª del abono de Otoño. Casi lleno. Veraniego.
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