Espectáculo monótono, corrida plana, toros nobles pero en
huida o sin celo ni fondo, triunfo a pulso del torero de Béziers, derroche de
El Fandi, firmeza de Perera.
Sebastián Castella |
BARQUERITO
Fotos: EFE
POR LA
MANERA DE IRSE de engaños y no sujetarse con apenas
nada, la corrida de Zalduendo dio la impresión de venir muy corrida del campo.
Meneada, movida, entrenada. Para nada. La renuncia a engaños se sintió en
varias versiones: la falta absoluta de celo del segundo de la tarde, por
ejemplo, y el desconcierto de un tercero que pareció venirse arriba en
banderillas pero se vino de pronto abajo y, suelto, se salía distraído con
ganas de acabar. Ni mansa ni brava sino todo lo contrario, bondadosa, fue
corrida de escaso interés. Se rajó en toda regla el cuarto, estuvo rajado el
quinto hasta que Sebastián Castella
acertó a tenerlo en los medios a base de toques y reclamos de torero experto;
se paró el sexto, que parecía que sí pero fue que no. Noble pero inocua, bien
hecha sin más, la corrida, con su cuota de tres cinqueños abiertos en lotes
distintos, fue plana y con ella vino a servirse un espectáculo igual de plano.
La firmeza y los alardes técnicos de Castella y Miguel Ángel Perera; el tesón indesmayable de El Fandi para pescar
tiburones con caña y anzuelo; la suavidad con que los seis piqueros se
encargaron de cumplir de oficio; la lidia excelente del gran José Chacón, que acertó a contener el
instinto de huida del quinto. Pero nada de eso sirvió para animar la función, que
se dio a plaza casi llena.
Desde las gradas de lo que antes de cubrirse
la plaza era el sol de La Misericordia requirieron a los músicos en vano. Y,
mejor, porque, mal acoplado, el bombo fue martirio de tímpanos. El bombo se
comió en banderillas los pasodobles –música del maestro Lope- con que regalaron a El Fandi sus destrezas e ingenio con
los palos y, más que premiar, estuvo castigando con un machacón chundachunda la primera faena de la
tarde. El Fandi al aparato: fácil, a destajo, siempre bien colocado,
nunca sorprendido ni amenazado. Y una embestida predecible que terminó con
agónico acento. Rendido, dijo el toro que ya no más. Habilidad y repertorio de El
Fandi con el capote: lances de fijar cuando quiso escaparse el toro por
una rendija, un académico quite por las afueras, seguridad de lidiador preciso.
Y un picador veterano de alta y vieja escuela: José Manuel González. No se le va un toro. Ni manso ni bravo, que
fue, por cierto, el caso.
El primero de Castella no tuvo ni fuerza ni voluntad. Lo recibieron con palmas de
tango y lo despidieron en el arrastre con una pita cerrada. Se defendió de
manso y no de genio el toro, soltó dos o tres taponazos de reniego y Castella se aburrió con él. Como todo
el mundo. El tercero fue el más serio de los seis: hondo, vuelto de cuerna,
movedizo. Pero fue el toro de inestable y caprichoso temperamento, el más
original de los seis. Lo banderillearon muy bien Joselito Gutiérrez y Guillermo
Barbero; ceremonioso, Perera
abrió faena fuera de las rayas, con su encaje y su firmeza de siempre; una
primera tanda de tres de las flores cosidos con tres banderas y el de pecho;
una segunda en redondo bien tramada; y de ahí no se pasó a mayores porque el toro pidió la cuenta a los
doce viajes.
El Fandi recibió al cuarto
con tres largas cambiadas de rodillas, se envolvió en una de esas medias verónicas que parecen medias
chicuelinas al molinillo, dejó al toro en suerte con un farol, puso hasta cuatro pares de
banderillas, se hincó de rodillas, trató de torear a favor de querencia. Pero
el toro tenía sangre de caracol y poca conversación, No peleó; estuvo en
Zaragoza de paso y sin billete de vuelta. También este arrastre fue de pitada
general.
Castella le tapó al quinto las carencias, se metió en su terreno, lo enganchó
por el hocico y antes de soltarlo se aseguraba de que no se le iba a escapar.
La muleta, como una jaula o una red. Buen dominio de la escena y de los
instintos del toro, que tuvo más claro viaje que los demás. Vertical, firme y
seguro el torero de Béziers, listo además para cobrar a paso de banderillas una
estocada de perfecta puntería. ¡Una
oreja! Parecía el maná en tarde que entonces pesaba. Cerraron las lonas de
cubierta por un chaparrón y el ambiente se caldeó. 24 grados. Una tarde de
verano en Zaragoza.
El sexto fue el más grande de los seis. Ni el
mejor ni el peor. Un puyazo indigesto. Perera
brindó a Fernando Cepeda, su
apoderado. Final de temporada, que ha sido para uno y otro complicada. Buen
arranque: Perera atornillado,
muletazos de buen dibujo y sueltos de brazos, ligazón sin rectificar, una tanda
muy poderosa y, ay, tanto poder en tan poco tiempo fue castigo insuperable para
toro tan sin alma. ¿Solución? El
arrimón: los lazos y tirabuzones, las embestidas arrancadas a tenaza,
provocadas. A medio viaje sacaba el toro bandera blanca. “¡No puedo más…!”. Largo el trabajo. Un pinchazo, un aviso, una
estocada buena. Sin recompensa.
POSTDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- Un ladrillo. Y, a propósito del
ladrillo, qué maravilla la arquitectura mudéjar de esta ciudad y de esta
tierra. Teruel y tal. Como el mudéjar era arte o religioso o palaciego, a nadie
se le ocurrió hacer plazas de toros neomudéjares, como la de Toledo, que fue la
que abrió la ristra y marcó tendencia, o como la vieja de Madrid, la de la
carretera de Aragón, que más que tendencia hizo fortuna o fue plaga. El
regionalismo mal entendido. Plazas de toros pero no mezquitas.
La rehabilitación de la plaza de Zaragoza en
1917 o así es la más afortunada que conozco. Hablo de la fachada de piedra y
ladrillo en conjugación bizantina. Las imágenes anteriores a la reforma dan
idea de una plaza corral, que también fueron moda. La de Beziers parece
inspirada en la de Zaragoza -las reformas- pero es que en el Sudeste de Francia
los mudéjares plantaron más de un pino.
Zalduendo: el toro domado.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Zalduendo
(Fernando Domecq Solís). Corrida
pareja de buenas hechuras, en tipo. De más a menos sin casi excepción. Buenos
apuntes de un serio tercero que se vino abajo. Noble son de un quinto que quiso
irse. Pitaron con ganas en el arrastre a segundo, tercero y cuarto.
El Fandi, de turquesa y oro, saludos
tras un aviso y saludos. Sebastián
Castella, de canela y oro, silencio y una oreja. Miguel Ángel Perera, de carmín y oro, ovación y ovación tras un
aviso.
Jueves, 11 de octubre de 2012. Zaragoza. 8ª del abono del
Pilar. Luz artificial durante la segunda mitad de festejo. Tres cuartos largo
de plaza.
"El Fandi" |
Miguel Angel Perera |
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