FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
Todos los años, cuando media octubre, la
temporada de toros recoge velas por el Pilar y se deja empujar por los últimos
vientos del muy jaenero monte Jabalcuz, allá por San Lucas. Todos los años,
estas calendas nos traen novedades de rompimientos entre apoderados y
poderdantes, deserciones de empresarios y, a veces, alguna que otra
sorprendente retirada de los ruedos de toreros que han mantenido erecto su
palmito y alumbrado con fucilazos de diversa intensidad el solar de la Fiesta y
la opinión de los aficionados desde ese lugar más o menos ostentoso que llaman
“el candelero”.
En el candelero estaban dos hermanos de raza y
de sangre, de raza de artistas bien acreditada y de sangre bien torera: los
Rivera Ordóñez. El mayor, Francisco, arribó al toreo porque parecía no tener
otro remedio. Era el propósito que necesariamente había de influir en su
voluntad. Le obligaban sus apellidos y su árbol genealógico, sus vivencias y
sus recuerdos. Llegó al toreo Fran (diminutivo que odiaba si no era pronunciado
por sus íntimos o muy allegados del entorno familiar) y el toreo se llenó de
expectativas. Se hizo matador en Sevilla, un luminoso Domingo de Resurrección
del 95 y en seguida su figura se fue rodeando de las máximas atenciones,
culminando las dos temporadas subsiguientes como una de las referencias y
novedades más sobresalientes de su escalafón. Esto es así, aunque lo nieguen
sus muchos y muy acérrimos detractores. Triunfó en la Maestranza sevillana la
tarde del doctorado y, sobre todo, con aquella faena poderosa a un encastado
toro de Torrestrella. Se la jugó en las plazas de máxima responsabilidad
–recuerdo un palizón tremendo en Pamplona, del que salió vivo milagrosamente y
alcanzó un triunfo de clamor–. Le plantó cara a los “gallitos” de su escalafón,
Joselito y Ponce, con quienes formó una terna bautizada como “los tres tenores”
que llenó las plazas durante esos primeros años de su incipiencia matadora.
Encontró, cómo no, la reticencia y acritud del público de Madrid, hasta el
punto de pagar un alto precio por arrancar el triunfo en el sanisidro más
retador y áspero que haya padecido torero alguno en estos últimos tiempos: se
le declaró “non grato” por parte del sector más contestatario. Y, en fin,
prosiguió una trayectoria más alejada de los escenarios de máxima
responsabilidad (salvo el de Sevilla, donde solo faltó una feria de abril),
buscándose la vida por ese segundo escalón de plazas de toros, cuyos
empresarios acogen con alborozo la presencia de quien le puede llenar hasta
arriba el graderío.
La llegada de Cayetano al toreo fue motivada
por una ignota circunstancia. Ni estaba ni se le esperaba. Se le veía en los
callejones de las plazas de toros las tardes en que su hermano Francisco se la
jugaba en la arena, pero nadie pensaba –seguramente ni el mismo Cayetano—que le
daría por vestir el chispeante. Su tardía decisión causó el inevitable impacto
mediático y se reavivaron las expectativas. Inevitables, también, las
comparaciones. Francisco, más Rivera, Cayetano, más Ordóñez. Eso decían los
veteranos aficionados, los que vieron –vimos—al padre y al abuelo, dos figuras
cumbres de la tauromaquia de su tiempo.
Ciertamente, los dos Rivera Ordóñez han
acaparado un protagonismo incesante al margen de los ruedos. Ambos han sido
pasto de un periodismo que troca la noticia por el chisme soez. Más proclive a
formar parte de ese pastizal , por sus especiales circunstancias, el mayor de
los hermanos, porque el segundo se ha “medido” más y mejor en estas tesituras.
Antaño, los toreros presumían de conquistas o
amoríos más o menos duraderos, y la prensa lo contaba en la sección de “ecos de
sociedad”, un espacio que los lectores consumían con la levedad de un
pasatiempo. Ahí están los ejemplos de Cagancho, Luis Miguel, Mario Cabré,
Victoriano Valencia…, habituales protagonistas de la cosa social. Célebres
fueron los amores y divorcios de toreros: El Gallo y Pastora Imperio, Gaona y
Carmen Ruiz Moragas, Curro Romero y Concha Márquez Piquer… etcétera. Todos
ellos (y ellas) ocuparon titulares de prensa, con la magnitud y seriedad que el
tema exigía. A los padres de los Rivera Ordóñez, cuando entraron en conflicto
conyugal, ya les invadió y acosó la mal llamada “prensa del corazón”, entonces
incipiente y ahora insufrible.
Cayetano ha hilado más fino y se ha llevado un
”pastizal” sirviendo su cuerpo serrano de torero guaperas como imagen
publicitaria de las firmas más encopetadas de la moda masculina. Hay quien se
escandaliza con estas cosas, pero, ¿acaso es pernicioso que la figura de un
torero ocupe miles de páginas de la prensa internacional, aunque sean de
publicidad? Sépanlo: los antitaurinos españoles echaban las muelas con estas
cosas, y algunos taurinos, también ¡Qué país!
Con la serenidad que impone el paso del
tiempo, la historia juzgará la obra taurina de los Rivera Ordóñez. Ahora mismo,
es la histeria “antirriverista-ordoñista” la que se felicita por su proclamada
ausencia. Les puedo asegurar que, como torero, Francisco obtenido éxitos muy
meritorios en sus más de mil corridas toreadas. De Cayetano, déjenme destacar
dos actuaciones verdaderamente clamorosas: el rabo que cortó de novillero en
Zaragoza y su batida a cara de perro con José Tomás cuando el de Galapagar
reapareció en los ruedos, en Barcelona. Ambos han derramado su sangre en los
ruedos del mundo. Especialmente, Cayetano, que está cosido a cornadas. Les
puedo asegurar, también, que en las distancias cortas, son dos tipos
formidables. Se van de los ruedos los Rivera Ordóñez y de los carteles dos
rótulos de obligada reverencia . Oigan, un respeto.
Estupendo Blog Fernando. Lamenté no haber compartido contigo en Valladolid. Habrá tiempo en la próxima visita a España, pero necesito conocer cómo contactarte para que podamos ponernos de acuerdo ... En este momento copio tu Blog para reproducirloen mi Bog A los toros, con toda la seguridad que tus admiradores en Venezuela lo agradecerán...
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