Puesto, atrevido,
firme, resuelto y ambicioso, y favorecido, además, en el sorteo, el torero de
Ciudad Rodrigo sorprende con aire fresco de torero nuevo pero ya hecho.
Juan del Álamo |
BARQUERITO
Fotos:
EFE
La primera o, si acaso, la segunda corrida del
Marqués
–de Domecq,
naturalmente- que saltaba este año en plaza de fuste. No con el hierro del Marqués
sino con el de Martelilla, nombre de la finca donde los Mora-Figueroa labraron hace sesenta años la versión pura de lo que
al cabo del tiempo vino a llamarse el encaste Domecq. Corrida ésta
cumplida y astifina; estrechas las sienes propias, serias las caras de todos
sin excepción; descarados tres de los seis o siete del envío –entró en liza un
sobrero-, y muy en particular segundo, quinto y sexto.
No sobrada de fuerzas, pero pronta en general,
fue corrida con plaza. Antes de arrancar la fiesta, los cabales andaban
ponderando la calidad y el trapío de tres de los toros de Ana Romero jugados el
domingo y el buen aire de la corrida de Cebada Gago que abrió abono y feria
en Zaragoza el pasado viernes. De modo que esta cuajada y bien corrida de Martelilla
se midió por referencias tanto como por el acento propio. Había en la plaza muy
poca gente. Serían los mismos que con tanto gozo vivieron los cebadas y los santacolomas de Ana Romero.
El toro pechugón y ancho, cuello frondoso,
limpio de pitones, rabón, fino de cabos, de culata cargada, algo barrigón: el
toro del Marqués. Seis años estaba a punto de cumplir un «Loquillo» tercero que escarbó de
partida pero se empleó luego mejor que ninguno. Hubo que templarlo: tocar,
traer y llevar, y eso lo hizo de capa y muleta Juan del Álamo de muy risueña manera y con seguro asiento, posado,
sin forzar, sin componendas postizas. Lances de saludo de gran encaje y vuelo
bueno; y una faena puesta enseguida y sin pruebas, descarada, ni dudas ni
tibiezas, ligada. Mecido el toro en casi todos los viajes, tandas abrochadas,
el pecho por delante, erguida planta, brazos sueltos, dos desplantes de recurso
y no de alarde, fácil la manera de llegar y salir de suerte el torero de Ciudad
Rodrigo, que ha toreado poco este año pero parecía llevar treinta corridas
sumadas.
Y, luego, esa ambición nada nueva. Fue su sello
cuando novillero rampante y primero del escalafón. No hace nada. Todo eso se
estuvo dejando sentir. Como siempre que se encuentra consigo un torero. Por
ambiciosa pecó la faena por exceso. El toro pidió la muerte a su hora. Una
tanda más y de más. Y una de manoletinas
ceñidas para remover el fuego. Una estocada apurada y tendida. Una bien ganada
oreja.
Ese toro de seis años, tan bien templado, fue
el de mejor son de todos. Y luego del tercero, el sexto, que se llamaba «Otrocorte» y otro corte tenía: tenía
sobre todo, una ancha cuerna abierta en largo balcón. Aunque dio en básculas
cincuenta kilos menos que el tercero, abultaba más. Sería más corto y más alto.
De tanto querer, se ahogaba un poco.
Otra vez se le encendieron las ideas a Del Álamo: todavía más seguro que en la
baza primera; ahora con la mano izquierda en muletazos largos a media altura de
consentir mucho y embraguetarse; dos tandas espléndidas con la diestra y en
redondo; bello asiento. Y, cuando se apagó o aplomó el toro, una dosis abundante
de toreo entre pitones, cambiado y en circular. Y el broche de bernadinas casi académicas. No contó
tanto el efecto como la manera de respirar el torero. Sobrado. Pero aquella
espada que se le torció de novillero más de una yes sigue sin afilar del todo.
Una estocada tendida y sin muerte. Casi la puerta grande. Faltó un dedito. Un
dedo de espada.
La corrida empezó tropezada porque el primero,
de impecable remate y casi 600 kilos, se tronchó un cuerno por la cepa al
enterrar un pitón y lo perdió. El sobrero, de Martelilla, estaba en la
frontera de los 600 también y no pudo con ellos. Elástico pero sin alma,
claudicó. Breve y seguro Antonio Nazaré.
Castaño retinto, el segundo, muy armado, cuesta arriba o levantado, fue toro
mutante: tomó capa con alegría, protestó después de picado, topó y perdió
fijeza. El extremeño –de Badajoz- anduvo fino en un recibo de lances
genuflexos. No lo vio claro cuando el toro le hizo amagos en falso.
Nazaré cayó en la cara del cuarto desplazado al enredarse en una chicuelina, pero tuvo la sangre fría de
hacerse una suerte de autoquite que lo salvó de grave percance. Muy oportuno un
quite salvavidas de Joselito Ballesteros.
Brindis al público, pero el gozo en un pozo porque el toro, que apretó de
partida, se desinfló casi de golpe. Un metisaca, una estocada. El quinto,
veleto y apuntado, como los toros camargueses, descarado, fue noble pero tardo.
Se lo pensaba, escarbó. Luego, metía la cara con desgana. Faena de Parejo de
cierto son, pero sin continuidad. Más firme ahora que antes. Pero se fue de
tiempo. O sobraron los tiempos muertos, que solo aguantan contadas faenas
mágicas.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Martelilla
(Gonzalo Domecq López de Carrizosa).
El primero, sobrero. Corrida muy llena, seria, bella, astifina. El tercero,
casi seis años, fue de buena condición. Noble un sexto que duró solo lo justo.
Se aplomaron eenseguida primero y cuarto. Incierto y agresivo el segundo;
manejable un frágil quinto.
Antonio Nazaré, de lila y oro, silencio en
los dos. Julio Parejo, de blanco y
oro, silencio tras aviso en los dos. Juan
del Álamo, de nácar y plata, oreja y ovación tras un aviso. Era debutantes
en Zaragoza los tres de terna.
Un oportuno quite de Joselito
Ballesteros. Completo con capa y banderillas Pablo Pirri, que toreó con Del
Álamo.
Zaragoza. 5ª del abono del Pilar. Veraniego. Plegada la
lona de cubierta. 2.000 espectadores.
Juan del Álamo |
Julio Parejo |
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