viernes, 1 de enero de 2021

El toreo, en el año del burka

Hemos sobrevivido al 2020 desde la ignorancia electiva. Elegir la ignorancia es el método más infalible para sobrevivir. Hay una diferencia sustancial entre lo selectivo y lo electivo. Así, la Covid-19 selecciona mortalmente entre los débiles y fuertes, pero ninguno de nosotros puede elegir tener un ADN fuerte o débil. Y, siendo así, elegimos ignorarlo. Y, al elegir así, aceptamos el déficit de libertades, de afectos, el déficit de vida humana impuesto. Los padecemos, pero elegimos ignorar para sobrellevarlo. Mejor no preguntarse no sea que haya respuestas. Y la diferencia entre el ADN de la Tauromaquia y el que no lo posee, es que el primero jamás eligió sobrevivir eligiendo ser un ignorante de la muerte, del sacrificio, del trato humano natural.
 
Puede ser ésta la razón de nuestro difícil encaje social. El ADN de la Tauromaquia es (lo fue) selectivo y solidario por naturaleza. Un mapa de lo que es la vida de forma natural, con su muerte y esas cosas. Nunca quisimos ignorar nada, ni la muerte misma. Ni ignorar la sangre. Por eso la vida pasional se desarrolla entre nosotros al galope. Un gen taurino en cada español sería la mejor vacuna contra esta peste. Nosotros no dejamos a los viejos morir a su libre indiferencia. No dejamos indiferentes los primeros pasos de los que, más jóvenes, comienzan. Nosotros tenemos un senado de sabios (senado, senectud) que son nuestro oráculo. Nosotros sabemos hacer frente a corazón abierto a la adversidad, somos los primeros en el cante, en el placer, en el dolor. A la muerte podemos decirle espera tantito, que he de pegar un abrazo.
 
La diferencia entre el ADN de la Tauromaquia y el que no lo posee, es que el primero jamás eligió sobrevivir eligiendo ser un ignorante de la muerte, del sacrificio, del trato humano natural
 
Nos dicen que las ideas y el progreso son nuestra identidad de ser humano de progreso. Y nos lo dicen cuando el progreso fracasó ante la naturaleza feroz de un bicho invisible que nos desnudó de lo que nos viste la ignorancia elegida. Nos quitó la ropa de la infalibilidad del progreso. Una sociedad, un país infalible, desarrollado, capaz de todo frente a todo. Menos frente a un cabreo de la naturaleza. Frente al fracaso del llamado progreso nos azuzan con más progreso: bienestar animal, bienestar de muerte elegida y otros bienestares de género y lenguaje. No hay mayor estupidez que combatir el fracaso con las armas que nos llevaron al fracaso.
 
Nosotros, los de nuestro ADN, no creemos en ideas de progreso que derivan en fracaso del progreso y así en un bucle ideológico o de poder. Nuestro ADN nos libera de riendas porque nos las apañamos con los sentimientos. No hay ideología en la naturaleza, solo hay emociones, pasiones. Entre una ideología y una emoción, el toreo respondió siempre con el óle. Y a veces con el ¡ay! La vida es óle y ay. No existe, sin embargo, ideología ni progreso alguno que tenga esas cuatro letras.
 
Ya hemos visto el efecto de la ideología frente a un virus. El efecto preventivo del progreso infalible frente a un bicho. Fracaso y muerte. Pobreza. Y, lejos de variar el paso frente a la muerte y el fracaso, insistimos en él como la mosca en la ventana. Sin embargo, tan dados a despreciar ideologías o, al menos, relativizarlas frente a los sentimientos, la gente del toreo ha vivido este año la misma peste con otro horizonte humano. El gremio mejor preparado, el más vivo, el más solidario, el de mayor entereza frente al bicho ha sido el nuestro, y el de la gente de lo rural, y el de la gente del campo y del monte. Allí donde la ideología y el progreso nada tienen que ver con el parto de una vaca o la siembra y siega del trigo. No se trata de sentirnos superiores. Pero, al menos, salgamos del armario para mostrar nuestro orgullo de ser quiénes somos y cómo somos. No caigamos en la cobardía de silenciar los primeros pasos de un becerro.
 
Mientras este país y sus gentes eligen la ignorancia electiva para admitir que no tienen salud, libertad, empleo, nosotros, a lo nuestro. A no olvidar. Primero dijeron que era como una gripe, como si la gripe no matara. Luego nos encerraron cuando los muertos tuvieron que ser congelados. Un país de sanidad infalible, de progreso y animalismo social, hubo de luchar contra una peste con métodos medievales: aislamiento, encierro, ausencia de libertades y… el burka.
 
‘Tenemos una Ley de Bienestar Animal y once millones de animales humanos pobres o en el umbral de la pobreza’
 
Ese objeto integrista que cosifica a la mujer en el islam más integrista, ese taparse en público porque ella me pertenece, es la panacea machista y anti libertades de un estado y una sociedad progresista, científicamente avanzada y libre, fue, ¡oh gran progreso!, la medida filosofal. El confinamiento y el toque de queda ha sido y es el remedio, la fórmula del progreso y la ideología frente a un cabreo de la naturaleza. Eso es tan así como que no es de otra forma.
 
Mientras nadie en medios y diarios alza la voz, mansa voz tras ser alquilada por el dinero público, mantenemos la esperanza de que un día nos regrese lo que fuimos. Y, para más bochorno, en este año del burka, el progreso para una ley de eutanasia, pero da a luz a nada que detenga la otra eutanasia, la que ya existe desde hace décadas. El suicidio (uno cada tres horas y media). Tenemos una Ley de Bienestar Animal y once millones de animales humanos pobres o en el umbral de la pobreza. Puede que progreso sea una traducción fiable de hipocresía humana.
 
Nosotros somos los que hablamos de estas cosas. Un reducto de progreso natural a través de la máquina más progresista que jamás hasta existido: el ser humano. Somos entonces conservacionistas, animalistas, pro gays y lesbianas, tolerantes, cultos naturales, vida y muerte, llanto y risa. En este año del burka, hemos sido lo que es la vida. Somos, queridas y despreciadas ideas y progreso de progresistas, el óle y el ¡ay! Las cuatro letras que definen a un ser humano redondo y cumbre.
 
Feliz año.
 
CARLOS RUIZ VILLASUSO - MUNDOTORO

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