JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
El argumento más contundente contra las corridas
de toros es que no gustan a la mayoría. Golpea como quizás el garrotazo de un
cavernario.
Admitámoslo, cuarenta mil años después el mazo del
cavernario ha sido reemplazado por la tecla “like” (me gusta), y su número
aplasta.
Es la era digital. El poder en la punta del dedo.
De todos y de cada uno. ¡Clic y ya! ¿Democracia extrema? ¿La que no pudieron
sospechar los griegos, los revolucionarios dieciochescos franceses y
norteamericanos, ni nadie hasta Bill Gates? Lo sería, creo, si el albedrío de
los digitadores fuese inteligente y libre.
¿Lo es? ¿O ese fatal golpecito de tecla obedece
condicionamientos culturales, prejuicios, instrumentaciones subliminales,
pulsiones manipuladas? ¿Actúa siempre con sensatez la gente? ¿Elige siempre
bien?
¿A sus políticos por ejemplo? ¿A Hitler en 1936
con el 99% de los votos y nueve años después Alemania en cenizas, cargando una
culpa histórica y la mitad de su población muerta?
¿Lo hicieron cuándo crucificaron a Cristo por voto
popular? ¿O antes, cuándo (según Nietzche), Zaratustra bajó de la montaña
dispuesto a regalar la verdad a los hombres, la predicó en el primer pueblo que
topó y fue rechazado y ridiculizado?
“Márchate Zaratustra… Hay acá muchos que te odian…
suerte tuviste de que te tomaran a risa y en verdad has hablado como un bufón…”
le amonestó el payaso de la torre.
“No me entienden. No soy la voz para estos oídos”
--Dijo el santo a su corazón entristecido... y desengañado.
La verdad, la justicia y la virtud no son
decisiones electorales. No pueden serlo. ¿Por qué sí, la legitimidad moral de
la tauromaquia, rito ancestral, profundo, complejo, cuyas alegorías, liturgia,
ética y estética, no están al alcance de todos? ¿Por qué debe quedar a su
merced?
Así fuese que, igual a tantas otras cosas
vigentes, no guste a la mayoría, y hasta que dicha mayoría (no solo unos
cuantos intolerantes), quiera prohibirla. ¿Pero, la cantidad es el derecho?
Los países donde ofician corridas (y las execran),
se dicen democráticos, pregonan libertad de culto, respeto a la diferencia y a
la existencia de minorías, étnicas, ideológicas, etarias, de género,
culturales, artísticas..., aún las incomprendidas.
Eso, que debe proteger a los pocos de los más,
prevenir las avalanchas de la superioridad numérica, evitar segregación,
guetos, montoneras, linchamientos, asonadas, genocidios, está contemplado en
sus constituciones nacionales.
El derecho de todos, los menos incluidos, es lo
único que puede impedir que la democracia sea una pantomima, una dictadura de
masas, un abuso de la estadística, como acusaba Borges... Pues el cavernario
sigue ahí.
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