El
lujoso festejo rondeño, cancelado este año por las nuevas medidas de prevención
de la Junta de Andalucía, no se interrumpía desde 1963
ÁLVARO R.
DEL MORAL
Diario
CORREO DE ANDALUCÍA
La pandemia y sus tentáculos –además de los
titubeos de la Junta de Andalucía- se han llevado por delante la que debía
haber sido la LXIII Corrida Goyesca de Ronda. Ya conocen de sobra la historia:
Morante, Roca Rey y Pablo Aguado tenían que haber estoqueado este mismo sábado
el encierro previsto de Núñez del Cuvillo atendiendo a unas normas –un máximo
del 50% del aforo cubierto- que se acabaron convirtiendo en papel mojado
después de la polémica que siguió a la corrida organizada en El Puerto de Santa
María el pasado día 6 de agosto.
No es la primera vez que Ronda –como veremos- se
queda sin su evento más característico. La Goyesca, por cierto, tampoco nació
con vocación de continuidad. El primer festejo, organizado para conmemorar el
segundo centenario del mítico matador rondeño Pedro Romero, se celebró en 1954
como una corrida concurso en la que se anunciaron Cayetano Ordóñez -el segundo Niño
de la Palma- César Girón y Antonio Bienvenida, caracterizados con enormes
patillas para evocar la atmósfera de finales del siglo XVIII. Los dos años
siguientes ni siquiera se celebró.
El festejo se consolida
La idea reverdeció en 1957 para cobrar definitiva
carta de naturaleza, consagrando su continuidad, en manos de Antonio Ordóñez.
Desde entonces sólo se interrumpió, por obras en la plaza, en 1963 y en
coincidencia con la primera retirada del maestro. Ordóñez llegó vestirse de
majo -casi siempre de blanco con pasamanería negra- hasta en dieciocho
ocasiones. Las primeras goyescas reeditaron el formato de corrida concurso del
festejo inaugural. Ordóñez, que alterna en esos años con toreros como Rafael
Ortega, Julio Aparicio o Antonio Bienvenida sólo falló a la cita en 1961. El
año anterior había sido testigo de la alternativa de Rafael de Paula de manos
de Julio Aparicio
1964 marca el nacimiento de una nueva etapa:
Antonio vuelve a ser fijo en los carteles en un lustro prodigioso que finaliza
en 1969. Ha cambiado la baraja de toreros: repiten Bienvenida o Aparicio pero
ya aparecen los nombres de Miguelín o Palomo Linares. Pero el maestro de Ronda
no comparecería en la Maestranza de piedra en 1970. Tampoco lo haría en 1971,
año de su auténtica retirada de los ruedos en San Sebastián. Pero Ordóñez
volvería a prepararse a fondo para volver a su festejo más querido en 1972,
mano a mano con Antonio Bienvenida. Llegó a matar más de 50 toros a puerta
cerrada -concentrado en Estepona- antes de volver a enfundarse el traje
goyesco. Se había encargado un nuevo vestido pero había adelgazado tanto
durante esa concienzuda preparación que tuvo que combinar la flamante casaca
blanca con la taleguilla celeste de un traje anterior. A los tres toros que
había sorteado sumó el sobrero a puertas abiertas, cuajando los cuatro entre el
delirio del público. Aquel año se inauguraba la penúltima época del maestro al
frente de la Goyesca. Retirado de la guerra de la temporada, su comparecencia
anual en la plaza de la Maestranza de Ronda se convirtió en una auténtica
peregrinación de aficionados de todo el mundo. Los antiguos viajes de ida y
vuelta en el expreso de Algeciras aún son añorados por los fieles de la
religión ordoñista que lo vieron alternar con matadores de la talla de Paquirri
o Paco Camino -bases de este periodo- además de Curro Romero o Manzanares, que
se convertiría en base de las goyescas de la década siguiente.
Gloria y ocaso del maestro
Ordóñez volvería a tomar distancia entre 1978 y
1979. Los carteles experimentaron un extraño bajón de calidad que se
recuperaría por completo en 1980, año del recordado mano a mano entre el
mismísimo Ordóñez y su yerno Paquirri. El maestro volvió a sumar el sobrero y
la acostumbrada apoteosis. Pero ésa fue la última Goyesca del genio de Ronda,
que también tenía previsto actuar en la de 1981 aunque se hizo sustituir por el
mismísimo Manuel Benítez ‘El Cordobés’, con el que nunca llegó alternar de
luces. No había sido un año grato para Ordóñez, que había intentado volver a
los ruedos espoleado por los retornos jubilosos de toreros como Manolo Vázquez
o Antoñete. El maestro había sufrido un tremendo golpe en los entrenamientos
previos que agravaron las secuelas de una antigua lesión. No pudo reaparecer en
Málaga, tal y como estaba previsto, y las sucesivas actuaciones en Palma de
Mallorca y Ciudad Real le hicieron desistir de su propósito. Había dejado de
torear para siempre.
Ordóñez toreó su última Goyesca en 1980, mano a
mano con su yerno Paquirri. Para la historia, esta vuelta al ruedo con sus
nietos Francisco y Cayetano
El genial rondeño no abandonó la corrida goyesca
pero no volvería a ponerse delante del toro. Se consagró a la función de
organizador de un evento al que le costaría recuperar su ausencia, el aura de
su irrepetible personalidad. No lo conseguiría, definitivamente, hasta 1987.
Paco Ojeda se encerró aquel año con seis toros de Torrestrella y cuajó de cabo
a rabo a un gran ejemplar, llamado ‘Bulería’, marcado con el hierro de
Torrestrella. La peste equina estaría a punto de dar al traste con el festejo
de 1989 pero el festejo se salvó gracias al empeño del propio maestro, que
encontró una yegua torda con la que se picó toda la corrida a base de derribos.
Cambio generacional
En 1994 -con Joselito, Finito y Barrera en el cartel-
se marca un nuevo cambio generacional en la terna. Francisco Rivera Ordóñez,
nieto del maestro de Ronda, actuó por primera vez en 1996. Al año siguiente fue
el estreno de Morante y en el 98 cumplió su primera Goyesca José Tomás. Fue la
última organizada por Ordóñez que ya delataba las huellas del cáncer. Murió en
vísperas de la Navidad de aquel año legando a su nieto el peso de la
organización y el alma de la fiesta.
Bajo la batuta de Francisco Rivera Ordóñez
llegaría un cambio de rumbo. El universo humano que rodeaba a su abuelo sería
sustituído paulatinamente por el entorno de Francisco, que otorga su propia
personalidad al evento. Lo social comienza a ganar la partida a lo meramente
taurino llegando a su cenit en la alternativa de Cayetano, mano a mano con su
hermano en la goyesca de 2006. Manzanares hijo se convierte en esos años en
otro torero ahijado por la Goyesca aunque Morante se lleva los titulares más
rutilantes al encerrarse con seis toros en 2013, recién salido de la
convalecencia de la cornada de Huesca. Sería Cayetano, el que acapararía los
mayores titulares en los años siguientes, transfigurado en el solar de los
suyos pero el hecho más resonante de ese período es la despedida de su hermano
Francisco en medio de una corrida coral –la de 2017- en la que volvió a brillar
el menor. Esa fue, hasta ahora, la última corrida en Ronda de Cayetano. En 2018
hay que anotar el triunfal debut de Roca Rey que no pudo comparecer en 2019 por
las secuelas de la compleja lesión que se produjo en San Isidro. Pudo ser
sustituido, con gestiones de alta política taurina de por medio, por Pablo
Aguado que salvó el festejo gracias al sobrero de Domingo Hernández que le
regaló Morante. Ahí se detuvo la historia. Por ahora.
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