FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Lamentablemente, parece que en lo tocante a la
fiesta de los toros este “verano caliente” español se empieza a calentar aún y
no para bien, precisamente. Mira tú por dónde, la calentura temida para el
otoño se adelanta a las previsiones y la bomba de relojería que ha fabricado la
polémica de la corrida celebrada la semana pasada en la Plaza Real del Puerto
de Santa María acaba de estallar: La Junta de Andalucía anuncia que endurece de
nuevo las medidas de seguridad para controlar la ubicación de los espectadores
en el graderío de los cosos taurinos: se hace inflexible –imprescindible-- la
condición de la distancia de seguridad de 1,5 metros, con lo cual, habrá de
reducirse de nuevo –muy notablemente-- el porcentaje del aforo. La conclusión
que se deriva de la nueva Norma, no tiene vuelta de hoja: la rigidez dictada
hará muy difícil –por no decir imposible—que durante esta “anormal normalidad”
se puedan dar toros en Andalucía. ¿Cerramos la tienda?
Dejémoslo bien claro: los festejos taurinos
anunciados y celebrados hasta ahora en esa Comunidad Autónoma han debido tener
en cuenta dos cuestiones esenciales: intentar alcanzar el 50% del aforo y
acogerse a la cláusula “oficial” de la Norma anterior, que dice: en caso de no
poder asegurarse el mantenimiento de esa distancia mínima interpersonal (1.5
m.) deberán adoptarse medidas alternativas de protección física con uso de
mascarilla (sic).
Por tanto, quien debería haber demostrado de forma
inequívoca el cumplimiento a rajatabla de las normativa es José María Garzón
presidente de la empresa Lances de Futuro, que organizó la corrida. ¿Cómo?:
entregando el talonario del billetaje,
con las matrices correspondientes del papel emitido por taquilla y la
facturación de las vendidas por Internet. Pero esto debió exigirlo la Junta de
Andalucía en el mismo instante que se anunció el “No Hay Billetes” con 5.300
entradas vendidas --según el empresario--, menos del 50% del aforo “oficial”.
Habida cuenta de la demanda de localidades, ¿por qué Garzón no apuró al máximo
el porcentaje permitido?
Nadie en su sano juicio puede pasar por alto
temeridades, indisciplinas e imprudencias que puedan acarrear contagios de
galopante escalada, y menos, quienes gobiernan una Comunidad Autónoma. Desde
luego, a ojo de buen cubero, las imágenes difundidas daban a entender que el
referido No Hay Billetes se refería al aforo completo. Otras imágenes, en
cambio, proporcionadas por la propia empresa, muestran la señalización de
asientos inutilizados y distancias de todo tipo, desde el arrejuntamiento
total, a la separación prudente. El caso es que yo de las fotografías no me
fío. Me fío de los datos numéricos. Ya refería en el artículo anterior la
anécdota de la Maestranza de Sevilla.
¿De quién habremos de fiarnos, pues? Visto lo
visto, habrá que esperar a que la Consejería pertinente lleve a cabo la
investigación exhaustiva anunciada y, en su caso, se depuren las
responsabilidades a que hubiere lugar, entre ellas, la sanción económica, que
puede alcanzar cifras astronómicas.
Así las cosas, no hay más que dos teorías: la de
la manipulación fraudulenta y la del desconcierto y desbordamiento de los
sectores implicados. La primera, enfoca directamente a la figura de José María Garzón, que podía haber incurrido
en un delito de falsedad documental, metiendo de matute a miles de espectadores por la retaguardia y
ocultando, supuestamente, otros ingresos. Sería de una gravedad tremenda, así
que habremos de conceder el elemental y democrático derecho a la presunción de
inocencia. La segunda tiene relación con
la euforia del éxito que confiere la expectación despertada y la respuesta del
público, arrasando con las localidades teóricamente sacadas a la venta, lo cual
puede propiciar que a unos y otros –controladores y controlados—se les haya ido
el asunto de las manos. En ambos casos, repito, hay una diana permanente con la
imagen de este empresario taurino, al que, por cierto, no conozco más que por
referencias. Creo que un nunca nos han
presentado.
Lo cierto es que el daño ya es difícil de reparar.
En Ronda se ha hecho pública la suspensión de la corrida que reunía un cartel
excepcional: Morante, Roca Rey y Pablo Aguado. Sevilla y su San Miguel taurino,
además de Linares, Sanlúcar y algunas otras ciudades andaluzas de gran
tradición taurina, se pueden quedar a verlas venir. Hemos regresado
–retrocedido— al famoso polígono de 9 metros cuadrados por espectador en los
graderíos. Con estas premisas, insisto, resulta poco menos que imposible
celebrar un festejo taurino, a no ser que sean festivales benéficos en que los
intervinientes actúen por el pago de los gastos.
Con la que
está cayendo en Sevilla al descubrirse la aparición en la Puebla y Coria del
Río de un mosquito diabólico que transmite el llamado “virus del Nilo”, si le
sumamos la creciente curva de contagios por Covid-19 en la Comunidad andaluza y
el clamoreo contra la asistencia de público a la corrida del Puerto, acabamos
de crear un cuadro clínico que provoca el lógico canguelo entre la población y,
por efectos colaterales, clava una estocada en la yema a la tauromaquia en esa
demarcación territorial.
Hace poco más de un siglo, las mascarillas se
vieron por primera vez en una plaza de toros, concretamente en la de la
carretera de Aragón, de Madrid, el 10 de octubre de 1918, con motivo de la despedida
(fugaz, como tantas otras) de Rafael el Gallo. Se protegen los aficionados con
mascarillas muy parecidas a las actuales, pero nada de distancia de seguridad.
Entonces trataban de protegerse de la mal llamada “gripe española”. Aquello
pasó cuando en España las pandemias se combatían con vinagre, opio y
permanganato. Así nos fue. Dicen que
murieron 200.000 españoles.
Con la distancia que separa el documento
fotográfico que se muestra y los que se han publicado en estos días por unos y
otros para encender la yesca de la polémica, no se aporta más que datos para la
incertidumbre. Es probable que en Andalucía –y en el resto de España—no ser
vuelvan a ver aficionados con
mascarillas en una plaza de toros. Ni sin ellas.
¿Cerramos la tienda? Para no hacerlo, mucho
tendrían que cambiar las cosas.
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