FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Arranca este agosto del veinte/veinte con la cosa
del toro en el alero y los termómetros como grandes protagonistas. Serán dos
instrumentos que, en nuestro caso, habrán de cumplir dos funciones bien
diferentes: la habitual de medir el grado de calor que abrasa los cuerpos en
tostación permanente, y los que tendrán que calibrar el punto en que se
encuentra la afición taurina en esta España embozada por la --todavía-- inseguridad sanitaria y asolada por un
batacazo económico demoledor. Nótese, pues, la diferencia entre lo que asolea y
lo que asuela.
Hoy, primer domingo de agosto, se anuncian toros
en Huelva, donde arrancan las fiestas colombinas, y en Navas de San Juan, ese
recodo olivarero de la provincia de Jaén que bien puede considerarse cuna del
“poncismo”. Dos corridas, cada cual con atractivos bien diferentes. Es lo que
hay, para empezar agosto, el mes más taurino del calendario, con el toro de la
calle prácticamente desaparecido en combate, algo que no se conocía desde la
guerra, hace más de ochenta años. Oficialmente, en agosto están anunciados
treinta y cuatro festejos, la inmensa mayoría en España, con asomadas puntuales
a Francia y Portugal, en algunos de ellos con la presencia de las consideradas
primeras figuras del escalafón. Asoman la gaita estas figuras con las lógicas
medidas precautorias que la presente situación aconseja, algunas de las cuales
habrán de reportar no pocos motivos para engrosar el anecdotario taurino o
azuzar el ingenio de los que observamos desde afuera. Por ejemplo: ¿habrá
mascarillas en esos patios de cuadrillas atestados de curiosos? A la vista del
aluvión de gentes que se agolpan en ese camarín de las plazas de toros para
manosear los vestidos de luces y echar el brazo por encima del hombro de los
diestros famosos, ¿deberían utilizar también mascarillas los toreros antes del
paseíllo? Tómese en cuenta que son espacios semicerrados y la normativa actual
en algunos lugares de España ya contempla la obligatoriedad de protegerse hasta
en espacios abiertos, cuanto más, mejor. ¿Habrá corridas de toros en fase 1 y
en fase 2? Por citar algo concreto: como tengo la certeza de que el callejón de
la placita de Navas de San Juan se pondrá hasta los topes de curiosos –hay ya
una multitud de medios de comunicación acreditados para cubrir el evento, la
mayoría por cuestiones bien alejadas del tema taurino-- ¿se guardará entre
barreras la distancia de seguridad? Solo nos faltaba a los taurinos que hubiera
un brote del COVID-19 en una plaza de toros…
Metidos ya de lleno en el campo de lo hipotético,
me preocupa la situación en que se hallan aquellos novilleros que tenían
previsto tomar la alternativa esta temporada. Una alternativa sin los abrazos
de rigor entre toricantano, padrino y testigo puede acabar en una ceremonia
esperpéntica. No me imagino a tres toreros separados metro y medio entre ellos,
intercambiándose utensilios de uso personal y dándose el codo o el puño como
colofón de tan entrañable y emotivo momento.
Chances aparte, creo que lo importante es echar a
andar, aunque sea a la pata coja. Hay que dar toros y, sobre todo, hay que
divulgar aquellos espectáculos que ofrezcan evidentes atractivos. La televisión
es imprescindible; y la cobertura informativa o crítica en los distintos
soportes, también, que se está pasando por alto la importancia que siempre ha
tenido la prensa taurina en la salud de la Tauromaquia. Hay que dar toros y que
la gente se entere del hecho, así como de las circunstancias de su desarrollo.
Toros ya se han dado, desde luego; pero tampoco
hay que forzar la máquina por capricho a la aventura o por vindicaciones
exógenas. Ya han visto lo sucedido en Ávila, donde la respuesta de público ha
sido paupérrima y el empresario ha salido escaldado –sobre todo,
económicamente—de la experiencia. Es muy bonito requerir con vehemencia, exigir
desde la libre demanda que se organicen corridas de toros y después huir de la
taquilla y provocar la ruina del promotor del espectáculo. Con los dineros
ajenos es fácil quejarse a grito lleno de demagogia.
El estado de la cuestión es bien claro: la gente
todavía tiene el miedo metido en el cuerpo y los bolsillos tiritando, con un
horizonte nada halagüeño. En estas condiciones, hay que ir poco a poco, pian
pianito. Exigir quijotismos y baladronadas a los demás está fuera de lugar. En
este agosto taurinísimo y acalorado, la corrida de El Puerto de Santa María
parece que ya ha agotado el boletaje. Lo que interesa, cunde. Ahora habrá que
esperar a ver qué ocurre con el resto de los festejos anunciados, todos ellos
en plazas de segunda y tercera categoría, y comprobar el “tirón” que tienen
entre los aficionados. Cada cual está en su derecho de obrar en consecuencia
con su situación personal. Lo de vender el colchón para ir a los toros es tan
añejo, cañí y anacrónico, que pertenece a unos tiempos nebulosos y,
probablemente, no pase de ser una entelequia.
Arranca un mes de agosto lleno de incertidumbres
taurinas –las políticas, que las cuenten otros--, pero tiene su puntito de
misterio, de que algo trascendental está a punto de suceder. El termómetro de
la fiesta de los toros está prensado en el sobaco de todos nosotros. Es el
agosto taurino más atípico de la historia de la Tauromaquia. Aunque soy
consciente de que en este verano abrasador es lo natural, estoy en ascuas.
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