ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de Madrid
Asomado a la balconada, como el soberbio ultimo par de
Trujillo al encastado garcigrande (herrado con el fuego de Domingo Hernández),
Alejandro Talavante se encunó entre los pitones con la conciencia del corazón
entregada a una de las faenas de la temporada, la más bella de la Feria del
Pilar, la más inmensa de su año. La estocada se hundió en todo lo alto
-tendida, sí- y el cuerno no lo hizo en su ingle porque estaba como estaba.
Talavante rubricaba con el descabello una verdad incontestable: el toreo
alcanza unas cotas de emoción como ninguna de las bellas artes.
El pulso de AT había latido en sus muñecas, que rugían en la
garganta profunda de La Misericordia. El toro exigía con su fondo de bravura un
fondo de torero descomunal. Como lo es Talavante. La coda por bajo de la
monumental obra rasgó con su torería la cubierta de Beltrán.
La duda no residía entre la oreja y las dos orejas, sino
entre las dos orejas y las dos orejas y rabo, como decía un matador retirado
que veía la corrida con Rosario Pérez. Lo veía todo el mundo menos los cuatro
tontos de baba y el más bobo de todos los tontos del mundo: el presidente
asomado a otra balconada, la de la estulticia ensoberbecida.
Alejandro no quiso ni recoger el despojo de la oreja, un
insulto para su memorable faena. Directamente inmortal.
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