El mejor toro de una armadísima
corrida de Zalduendo, en el lote del torero jerezano, que lo da todo y más en
una faena de tremendo aparato. Una oreja, pero se reclaman dos.
BARQUERITO
UNA CORRIDA DE
ZALDUENDO añosa, astifina de cepa a pitón, armada hasta los dientes.
Habrían cumplido el tope reglamentario de los seis años dentro de veinte días
el primero y el quinto. Cinqueños cumplidos los otros cuatro. No acusó el
sentido de la edad ninguno. Hubo uno de buena nota, el cuarto, Repipi, 500
kilos. Dos de los toros más ligeros, ese cuarto y un tercero de 490 que hizo
gestos de afligido, fueron los mejores de una corrida de movilidad, prontitud y
nobleza generales.
No sin borrones ni sombras: muy quebradizo, tal vez enfermo,
el segundo se vino abajo y, ahogado, llegó a echarse; el sexto, que metió la
cara de partida, dio en salirse suelto con aires de toro rajado. Ningún celo, pero tremendas las dos
ganzúas. La falta de celo, el instinto del toro que topa, fue la nota
distintiva del primero de los dos abuelos, el toro que partió plaza. Padilla no
puso banderillas y, breve, mató de estocada trasera y tendida. No le gustó el
toro. Ni a él ni a nadie.
El Fandi salió al ataque con el que iba a ser único
zalduendo de porcelana de este proceloso envío: dos largas cambiadas de
rodillas en tablas, lances raudos y
mixtos en la vertical, media de hinojos. El toro perdió las manos en varas, El
Fandi le dio cuerda en banderillas, tres pares distintos, de alardes desmedidos
los dos primeros.
Era mayoría el público de vaquillas. Lo pedía el cartel,
de innegable gancho popular. Estaba,
además, anunciada de postre gratuito y con un toro en puntas, una exhibición de
saltos y recortes del repertorio de tauromaquias del país. El Fandi corrió al
toro por delante, de costado, en regates y quiebros, dejó los palos arriba y
encendió a las masas. Público inflamable. Cada vez que el toro se trompicó,
tropezó o perdió las manos, se oyó un ay de desilusión colectiva. Los toros sin
fuerza pero encastados tienden a revolverse. El Fandi se llevó un par de
varetazos y trastazos. Hizo de tripas corazón. Un pinchazo, una estocada.
Luego salieron dos toros que le cambiaron a la corrida el
signo. El tercero, afligido a ratos, claudicó, oliscó y escarbó, pero fue de
mucha nobleza. Por culpa de un artero capotazo a destiempo, el cuarto estuvo a
punto de reventarse contra un burladero tras el primero de los tres pares de
banderillas que le puso Padilla. Solo a punto.
Luque se acopló seguro al sonecito del tercero. Listo para
perderle pasos, listo y preciso en los toques, sutil y ligero, el torero de
Gerena anduvo casi a gorrazos. No le pesa la muleta. Salidas desaliñadas de la
cara del toro. Y abundante repertorio de moda: el cambio de mano nada más abrir
tanda, el molinete cosido con el de pecho, el toreo rehilado. Lo que fue
heterodoxo y ha dejado de serlo. A paso de banderillas, una estocada.
Padilla abrió la caja de los truenos en su última baza. De
rodillas en la segunda raya, frente a la porta gayola, una larga cambiada de la
que salió escupido y lanzado el toro como un proyectil de ida y vuelta. En el
viaje de vuelta, y en tablas, lo estaba esperando Padilla de rodillas para
librarlo en una segunda larga. A pies juntos, lances voceados de excelente
colocación. Y una revolera. Un galleo envuelto antes de varas.
Estaba el toro claro. Parecía justo de fuerzas –engañosa
impresión- y Montoliu picó lo mínimo. Un quite por faroles de Padilla con la
coda de un mandil y la revolera. Hubo jaleo. Tres pares de banderillas de los
de sacar los brazos hasta la luna, brindis al público y un arranque de faena
aparatosísimo: casi una docena de muletazos rodilla en tierra, gateando hasta
casi ganar los medios, por alto, por bajo y por la media altura. Señales de
humo, pinturas de guerra.
Iba a venir una faena más que animosa, con su fondo de
trapisonda, sus momentos planos también, los guiños cómplices propios de las
llamadas faenas de sol, molinetes de rodillas, un desplante frontal de hinojos
e inerme, abierto el chaleco y enseñando el pecho como una diana. Mucho más
oficio que sosiego, eco no siempre clamoroso, una tanda con la izquierda muy
bien tirada, otra perdiendo pasos y, detalle mayor, el gesto de cuadrar en los
mismos medios y, a favor de querencia del toro, una estocada desprendida y
soltando el engaño. Una oreja, se pidió la segunda, el puntillero se entretuvo
lo indecible cortando la oreja, la única. La gente quería más, Padilla se echó
a llorar sin consuelo sentado en el estribo, dos vueltas al ruedo, gritos
contra el palco. Y soltaron el quinto toro después.
El Fandi sacó ese capote suyo magnético que lleva grabados
en hilo blanco y en la esclavina hierros ganaderos, y el toro pareció sedado al
segundo viaje. Una larga enroscada para dejar al toro en suerte fue el momento
mágico de la corrida. Un tercio de banderillas sin ánimo de lucro, con un
segundo par de olímpico cuarteo y un tercero de tres rehiletes que se celebró
con un doble olé. De rodillas y de largo el cite desde los medios para abrir
una faena que iba a pecar de abusos de la muleta como parapeto y de cites muy
en uve con la mano izquierda. Cierta monotonía o reiteración. El toro pidió
árnica pero no bajó los brazos. La gente estaba cansada de aplaudir. Una
estocada tendida. No cundió la petición de oreja. Estaba claro que el palco no
tragaba aldabas.
Valiente Luque con el tremendo sexto. A toro exhausto, se
esmeró en una trenza sin espada de cinco muletazos cambiados o naturales, los
cambiados con el envés y no con el haz de la muleta. Hay quien llama luquecina
no se sabe si al muletazo o al ovillo. La denominación es gramaticalmente
insostenible. Ya ha entrado la fórmula en el repertorio: Talavante el domingo,
el lunes El Juli también…
Postdata para los
íntimos.- Lo bueno de las albóndigas de ternera del Artigas no es tanto
lo fresco de la carne, que va sin engaños de ajo y perejil, sino que la salsa
de tomate es casera. Casera, hecha en casa, y no se parece a ninguna otra salsa
de tomate. Será que le traen a Artigas los tomates de huerta propia. El
Artigas, en la semiesquina de Pamplona Escudero y Juan José Lorente, es el bar
más frecuentado de Delicias. Calidad y precio.
La barra, larga, está repleta de pinchos de invención
particular. Hay uno de picadillo de Soria con queso Camembert y patata que no
está nada mal. Del picadillo puede predicarse lo mismo que de la salsa de
tomate. Y hay setas, el inevitable bacalao, fruslerías varias. Buen vino, el
jefe ama su negocio -y se nota-, da gusto ver salir a las dos cocineras, porque
se nota que les gusta la cocina popular. Ayer, después de la ofrenda, había
cola para entrar. Y para salir. El bar es del año 67. No me acordaba de que
hace dos años cumplió los cincuenta. Hay un gran escudo del Barsa en una pared.
El apellido Artigas es catalán, pero de origen aragonés.
Han caído como moscas los bares del barrio, que en tiempos
eran unos cuantos y de todos los colores. Pero el Artigas ya era lo que es
antes de la Ley Boyer, de la crisis y de las inversiones de los chinos de
provincias.
FICHA DE FESTEJO
Martes, 13 de octubre de 2015. Zaragoza. 3ª de feria. Media plaza.
Desplegada la capota de cubierta. Festejo con luz artificial. Dos horas y
veinte minutos de función.
Seis toros de Zalduendo
(Alberto Baillères).
Juan José Padilla, silencio y una oreja. El Fandi, silencio y saludos. Daniel
Luque, una oreja y ovación.
Dos buenos pares de Abraham
Neiro al sexto.
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