miércoles, 14 de octubre de 2015

DESDE EL BARRIO: Las cartas boca arriba

PACO AGUADO

La feria del Pilar de Zaragoza cierra estos días la temporada taurina española dejando muy elocuentes lecturas en medio de esta especie de guerra fría que nos han declarado los antitaurinos. Y la primera es que los aficionados, hartos ya de estar hartos, están empezando a reaccionar a esta descarada persecución.

Para abrir boca, la víspera del día de la Hispanidad, y sin que se le haya dado la importancia que el hecho supone y merece, se produjo la rotunda noticia de que el coso de la Misericordia se llenara hasta la cubierta en cuatro ocasiones en un plazo de menos de quince horas.


A plaza llena, como cada amanecida y al precio de seis euros la localidad, se celebró primero la tradicional suelta de vaquillas, que en realidad son esas hermosas y cornalonas "pepas" de las ganaderías de la tierra que sacuden a golpes y volteretas la resaca de los trasnochadores.

Tres horas después, a mediodía, los tendidos se colmaron de nuevo al reclamo de los recortadores, y a la noche aún hubo otro concurso de tauromaquia popular, en este caso con los mozos que intentan meter el mayor número de anillas posibles en los pitones de esas mismas vaconas doctoradas en habilidades callejeras.

Y, cómo no, a las cinco y media en punto de la tarde, con la corrida formal de Morante, Urdiales y Talavante, se colgó en las taquillas el siempre ansiado cartel de “no hay billetes”, que no se ponía en esta plaza desde hace quince años, en aquellos tiempos en que José Tomás andaba barruntando su largo descanso de la primera década de los 2000.

Fue así como en un corto intervalo de tiempo acudieron al bicentenario coso de Pignatelli unos cuarenta mil aficionados a las distintas modalidades de tauromaquia. Y que dejaron no sólo un buen dinero en las taquillas sino también, y eso es lo realmente significativo, una cantidad que el economista Juan Medina estima en más de 120 mil euros (unos 2 millones 196 mil pesos) en concepto de impuestos para la administración central y autonómica, sin olvidar tampoco lo que los aficionados viajeros atraídos por la cita taurina gastaron en los hoteles y los restaurantes de la ciudad.

En cambio, tan apabullante demostración de salud económica de la tauromaquia, de la que la gente del toro no ha sabido hacer alarde, ha sido mal  acogida  y ninguneada por los políticos del nuevo ayuntamiento populista de Zaragoza, que no han incluido las corridas en el programa de fiestas para correr un estúpido velo sobre los espectáculos de pago que más gente reúnen durante toda la semana pilarista.

Es más, hasta la delegación del Gobierno, del mismo PP que dice defender la fiesta de los toros, volvió a cometer la irresponsabilidad de permitir una manifestación antitaurina a las mismas puertas de la plaza y a la hora de entrada a la corrida de la tarde. De tal modo que los animalistas volvieron a permitirse el lujo de insultar y agredir a los aficionados que entraban pacíficamente a un espectáculo legal y por el que dejan en las arcas públicas una considerable suma de dinero en concepto de IVA.

Pero esta vez la inquina de los antis era mucho mayor, con la carga añadida de la ciega agresividad que les ha provocado la efectiva campaña de promoción de la feria, la de esas originales fotos de toreros semidesnudos que han reivindicado su dignidad artística por todos los puntos de la ciudad.

Los furiosos antis, doliéndose al castigo, llegaron hasta la plaza sin que les cortara su camino hacia la querencia el capote de la autoridad y dando arreones verbales a un público que no entró al trapo pero que, una vez a resguardo en los tendidos, reaccionó con gritos de “¡Libertad!” en cuanto asomó una pancarta reivindicativa de los exiliados aficionados catalanes  solidarizándose con los ahora también amenazados de Baleares.

Fue realmente emocionante, una vez acabado el paseíllo, escuchar a más de diez mil personas entonando a coro ese grito que no se escuchaba tan ansiosamente en España desde los duros tiempos de la transición del franquismo a la democracia, cuando estos nuevos políticos radicales desconocían siquiera, igual que ahora, el verdadero significado de esa mágica palabra: libertad.

Pero con su discurso de apolillada demagogia ellos mismo están poco a poco revelando sus verdaderas cartas, poniendo de manifiesto su tendenciosa y sectaria política fascista de tierra quemada contra todo lo que no cabe en su estrecha moral de torquemadas de la progresía.

Tal es el caso de otra de las nuevas "heroínas" de la política, la que nos venden como cándida y comprometida alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que se ha permitido el lujo de prohibir que la foto daliniana de Morante cuelgue en tamaño gigante de una fachada en obras de la que ella también considera "antitaurina" Ciudad Condal.

Claro que, en su demencial y retroactivo revanchismo, no se sabe muy bien si tal ataque contra la libertad de expresión se produce por tratarse de la imagen de un torero o por lo que tiene de alusión a Salvador Dalí, el genio catalán a quienes estos nuevos comisarios del gulag podemita consideran un colaboracionista con el régimen de Franco.

La cuestión es que bajo su piel de corderos “concienciados” todos ellos van enseñando ya sus garras de lobos totalitarios, al tiempo que contrarrestan su inoperancia e inutilidad ante los temas sociales de verdadera importancia con sus populacheros golpes de efecto, más propios de malos toreros que de verdaderos valientes capaces de echar la pata palante ante el toro de la realidad social.

Por eso la gente normal, la que sólo quiere vivir en paz y en una bien ganada libertad respetando a los demás, la que no entiende esta regresión política a debates de trenka y pana que parecían enterrados hace más de treinta años, les está ya tomando la matrícula.

Y, afortunadamente para el toreo, va a ser el propio pueblo español, esa mayoría de gentes sensatas que casi siempre han sabido reaccionar a tiempo en este azarado país, el que frene con sus votos esta deriva abolicionista ante la que los sectores profesionales del toreo aún no han tenido ni la voluntad ni la capacidad de reaccionar con el orgullo y la contundencia que la ocasión se merece.

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