PACO AGUADO
La feria del Pilar de Zaragoza cierra estos días la
temporada taurina española dejando muy elocuentes lecturas en medio de esta
especie de guerra fría que nos han declarado los antitaurinos. Y la primera es
que los aficionados, hartos ya de estar hartos, están empezando a reaccionar a
esta descarada persecución.
Para abrir boca, la víspera del día de la Hispanidad, y sin
que se le haya dado la importancia que el hecho supone y merece, se produjo la
rotunda noticia de que el coso de la Misericordia se llenara hasta la cubierta
en cuatro ocasiones en un plazo de menos de quince horas.
A plaza llena, como cada amanecida y al precio de seis euros
la localidad, se celebró primero la tradicional suelta de vaquillas, que en
realidad son esas hermosas y cornalonas "pepas" de las ganaderías de
la tierra que sacuden a golpes y volteretas la resaca de los trasnochadores.
Tres horas después, a mediodía, los tendidos se colmaron de
nuevo al reclamo de los recortadores, y a la noche aún hubo otro concurso de
tauromaquia popular, en este caso con los mozos que intentan meter el mayor número
de anillas posibles en los pitones de esas mismas vaconas doctoradas en
habilidades callejeras.
Y, cómo no, a las cinco y media en punto de la tarde, con la
corrida formal de Morante, Urdiales y Talavante, se colgó en las taquillas el
siempre ansiado cartel de “no hay billetes”, que no se ponía en esta plaza
desde hace quince años, en aquellos tiempos en que José Tomás andaba
barruntando su largo descanso de la primera década de los 2000.
Fue así como en un corto intervalo de tiempo acudieron al
bicentenario coso de Pignatelli unos cuarenta mil aficionados a las distintas
modalidades de tauromaquia. Y que dejaron no sólo un buen dinero en las
taquillas sino también, y eso es lo realmente significativo, una cantidad que
el economista Juan Medina estima en más de 120 mil euros (unos 2 millones 196
mil pesos) en concepto de impuestos para la administración central y
autonómica, sin olvidar tampoco lo que los aficionados viajeros atraídos por la
cita taurina gastaron en los hoteles y los restaurantes de la ciudad.
En cambio, tan apabullante demostración de salud económica
de la tauromaquia, de la que la gente del toro no ha sabido hacer alarde, ha
sido mal acogida y ninguneada por los políticos del nuevo
ayuntamiento populista de Zaragoza, que no han incluido las corridas en el
programa de fiestas para correr un estúpido velo sobre los espectáculos de pago
que más gente reúnen durante toda la semana pilarista.
Es más, hasta la delegación del Gobierno, del mismo PP que
dice defender la fiesta de los toros, volvió a cometer la irresponsabilidad de
permitir una manifestación antitaurina a las mismas puertas de la plaza y a la
hora de entrada a la corrida de la tarde. De tal modo que los animalistas
volvieron a permitirse el lujo de insultar y agredir a los aficionados que
entraban pacíficamente a un espectáculo legal y por el que dejan en las arcas
públicas una considerable suma de dinero en concepto de IVA.
Pero esta vez la inquina de los antis era mucho mayor, con
la carga añadida de la ciega agresividad que les ha provocado la efectiva
campaña de promoción de la feria, la de esas originales fotos de toreros
semidesnudos que han reivindicado su dignidad artística por todos los puntos de
la ciudad.
Los furiosos antis, doliéndose al castigo, llegaron hasta la
plaza sin que les cortara su camino hacia la querencia el capote de la
autoridad y dando arreones verbales a un público que no entró al trapo pero
que, una vez a resguardo en los tendidos, reaccionó con gritos de “¡Libertad!”
en cuanto asomó una pancarta reivindicativa de los exiliados aficionados
catalanes solidarizándose con los ahora
también amenazados de Baleares.
Fue realmente emocionante, una vez acabado el paseíllo,
escuchar a más de diez mil personas entonando a coro ese grito que no se
escuchaba tan ansiosamente en España desde los duros tiempos de la transición
del franquismo a la democracia, cuando estos nuevos políticos radicales
desconocían siquiera, igual que ahora, el verdadero significado de esa mágica
palabra: libertad.
Pero con su discurso de apolillada demagogia ellos mismo
están poco a poco revelando sus verdaderas cartas, poniendo de manifiesto su
tendenciosa y sectaria política fascista de tierra quemada contra todo lo que
no cabe en su estrecha moral de torquemadas de la progresía.
Tal es el caso de otra de las nuevas "heroínas" de
la política, la que nos venden como cándida y comprometida alcaldesa de
Barcelona, Ada Colau, que se ha permitido el lujo de prohibir que la foto
daliniana de Morante cuelgue en tamaño gigante de una fachada en obras de la
que ella también considera "antitaurina" Ciudad Condal.
Claro que, en su demencial y retroactivo revanchismo, no se
sabe muy bien si tal ataque contra la libertad de expresión se produce por
tratarse de la imagen de un torero o por lo que tiene de alusión a Salvador
Dalí, el genio catalán a quienes estos nuevos comisarios del gulag podemita
consideran un colaboracionista con el régimen de Franco.
La cuestión es que bajo su piel de corderos “concienciados”
todos ellos van enseñando ya sus garras de lobos totalitarios, al tiempo que
contrarrestan su inoperancia e inutilidad ante los temas sociales de verdadera
importancia con sus populacheros golpes de efecto, más propios de malos toreros
que de verdaderos valientes capaces de echar la pata palante ante el toro de la
realidad social.
Por eso la gente normal, la que sólo quiere vivir en paz y
en una bien ganada libertad respetando a los demás, la que no entiende esta
regresión política a debates de trenka y pana que parecían enterrados hace más
de treinta años, les está ya tomando la matrícula.
Y, afortunadamente para el toreo, va a ser el propio pueblo
español, esa mayoría de gentes sensatas que casi siempre han sabido reaccionar
a tiempo en este azarado país, el que frene con sus votos esta deriva
abolicionista ante la que los sectores profesionales del toreo aún no han
tenido ni la voluntad ni la capacidad de reaccionar con el orgullo y la
contundencia que la ocasión se merece.
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