Herido en el primero con una
cornada de 12 centímetros en la cara posterior del muslo izquierdo que alcanza
el pubis, el matador de Barajas volvió para matar los dos toros que le quedaban
y cuajó la faena de la tarde al quinto de la mansa, andarina, corretona y dura
corrida de Puerto de San Lorenzo.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Madrid
Diario ELMUNDO de Madrid
Fotos: EFE
Las pancartas de reivindicación de la Tauromaquia ante el
acoso pretendidamente animalista y podemita -antitaurinismo=totalitarismo-
levantaron las ovaciones de calentamiento de la tarde. Como la que le regalaron
de aliento a Diego Urdiales y López Simón. Un mano a mano esperado y arropado
por una entrada que aparentó el lleno: casi 24.000 almas, Carmena. El aliento
del público que necesitó Simón para concluir una épica global, herido desde la
faena a su primero, un toro sin hacer, tocado arriba de pitones, acobardado y
siempre, como los cobardes, con una bala en la recámara que no esperas.
La lidia había sido un correcalles, un mar de capotazos, la
inquietud del toro de Puerto de San Lorenzo que no para, un punto más allá de
la frialdad de salida de su encaste. La eficaz cuadrilla pasó rápido el trámite
de banderillas con Domingo Siro a la cabeza. El matador de Barajas no brindó a
nadie. Sabía que, salvo en algún lance por el derecho de Vicente Osuna, no había
regalado nada. Se dobló hasta los medios. Allí la remisión de la embestida se
manifestó con la marcha atrás puesta. Corto el viaje del toro aunque no
colocaba mal la cara. Pero sin empleo. Cambió el matador de terrenos, más
cerrado y cercano a la segunda raya. Y entonces LS tiró de quietud y sacó valor
para dejársela en la cara. Importante la serie por cuanto la entrega del torero
no se correspondía con la del toro. En la siguiente, en el remate del obligado
de pecho, en el sitio, se lo echó a los lomos. Certera la daga por la parte
donde el muslo izquierdo y el glúteo se unen. Y arriba lo tuvo entre las astas
como en un rito sacrificial al dios Uro. Ya cayó calado; la sangre se intuía en
los gestos de dolor. Aguantó, propuso la izquierda que con el viento se hacía
más canalla, y en un alarde de locura se inventó una espaldina y se enredó en
unas manoletinas de desesperado. Se perfiló muy en largo, como suele, en la
suerte de matar. Pinchó pero en el siguiente envite mató. Dolorido y entre
vahídos andaba. Como si fuese a doblar antes que el toro. No fue así. Simón
emprendió el camino de la enfermería mientras se cuajaba la petición. Le
llevaban la oreja, pero regresó para recogerla blanco como una lápida. Y se la
guardó en el chaleco antes de entrar definitivamente en el quirófano (to be
continued).
Diego Urdiales quedaba como único espada de momento. Un toro
duro el siguiente. Apoyado en las manos, siempre con ellas por delante, siempre
acostándose. Pesaba tela para embrocarse como se embrocaba Urdiales por la
derecha. Todavía más áspero el de Puerto por la zurda, violento, como si las
dobladas de sabor, poder y apertura no hubiesen causado ningún efecto.
Desagradecido el andarín funo como el público ante el esfuerzo del riojano. Un
espadazo contrario fulminó el suplicio que le sacó el aire.
Diego había dejado unos caros lances a la verónica en los
albores del toro de inicio del mano a mano. Y la media a pies juntos. Ya el
hondo y cuajado pupilo de Fraile abandonaba las telas desentendido, sin
humillar, mansurrón, cada vez con menos celo y con un incómodo gazapeo. Agua.
En este desorden cronológico de toros, cuando se había
corrido turno a la espera de que resucitase Simón, devolvieron el cuarto que no
podía ni con la penca del rabo. Y el sobrero de Valdefresno aleonado no valió
un dracma. Peor suerte no cabía para un torero que venía en sazón. La colada
del prólogo desmoralizó a Urdiales -dos toracos consecutivos en Madrid- contra
el muro de las lamentaciones de sus primos hermanos: ese andar constante y mentiroso
en la jurisdicción del torero. Lo cazó metiendo el brazo. No merecía más.
La emoción se desató cuando Simón regresó -contra el
criterio médico, explicó el doctor Padrós- cojitranco de la enfermería después
de que se negase a la operación -"12 centímetros que alcanzan el
pubis"-. Los tendidos literalmente volcados. La ovación en el tercio. Otro
aliento más. Y el toro quinto de inmensa alzada, negro como la noche, manso,
abanto y escupido del caballo. Siro volvió a estar enorme a los mandos. Simón
trae la verdad de la quietud, la verticalidad de la estatua, las zapatillas de
plomo. Entre las rayas, la fe, la firmeza, el atalonamiento para dejársela en
la cara con la mano derecha y esperar la duermevela del toro que pasaba con una
lentitud agónica, mejor hacia los adentros. Y, además de la épica de la
superación y la colocación cabal, el trazo largo del lento redondo y el fuego
que nace de la ligazón. Los pases de pecho provocaban bramidos en los que
desembocaban los oles de las tandas. No quería más el toro, nada más que las
tablas y la querencia. Lo apuró en la puerta de chiqueros. Los naturales pegados
a la barrera los protestó el del Puerto, que obedeció hasta entonces y a su
pesar. Listo Simón para darle la suerte natural, la salida a toriles, en la suerte
de recibir: la estocada se la llevó puesta. Delantera y mortal. Otro trofeo, la
llave de la Puerta Grande, tercera de su temporada. Y otro que se pidió para su
hombría y que el palco se reservó para ocasión mayor. La vuelta al ruedo era la
de un cuerpo vacío con tez anémica y una carita como para tirarle una bolsa de
plasma y un bocadillo de chopped.
El último toro lo brindó López Simón a Calamaro y a la
plaza. Como para redondear. Pero el toro, que dicen que apuntaba cosas buenas
como siempre sucede en caso de lesión, se partió una mano. Y no hubo causa. No
quedó otra que abreviar. Pidió perdón el torero. Ya ves. Como si hubiera algo
que perdonar. A hombros por la Puerta Grande lo alzaron entre algodones. Con
sumo cuidado. Como una camilla de gloria entre el dolor. De Alcalá lo
devolvieron directamente al quirófano. Un enorme respeto a la sangre de los
toreros, que debe brotar del respeto de los toreros a su propia sangre.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Viernes, 2 de octubre de 2015. Segunda de
feria. Lleno aparente.
Toros de Puerto de San Lorenzo
y un sobrero de Valdefresno (4º
bis), de diferentes remates y hechuras en su seriedad; mansos, corretones,
andarines, sin empleo; obediente por el derecho y mejor hacia los adentros el
5º; duro el y áspero el 3º; sin celo ni humillar el hondo 1º; se lesionó el 6º;
acobardado y remiso el 2º.
Diego Urdiales, de tabaco y oro. Dos pinchazos y media
estocada (silencio). En el tercero, espadazo contrario (saludos). En el cuarto,
espadazo (silencio).
López Simón, de azul pavo y oro. Pinchazo y estocada
(oreja). En el quinto, estocada delantera en la suerte de recibir (oreja y
peticion). En el sexto, pinchazo y descabello (gran ovación de despedida).
Salió a hombros por la Puerta Grande.
Diego Urdiales |
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