domingo, 25 de octubre de 2015

Cayetano, la hora de la verdad

Es tiempo de decisiones para el diestro. Vuelve a los toros para quedarse, en un momento de crisis para la fiesta; también dará el "sí quiero" a Eva González el día 6 de noviembre.

RUBÉN AMÓN
Madrid
Diario ELPAIS de Madrid

Torero casado, torero acabado. Este viejo y agorero aforismo taurino no le incumbe a Cayetano (Madrid, 1977). Y no porque sea futbolista. Ni porque vaya a permanecer soltero, sino porque representa un caso atípico de su profesión. Tardó 29 años en tomar la alternativa y ha esperado hasta los 38 para volver a casarse.

Sucederá el 6 de noviembre en Mairena del Alcor (Sevilla). Que fue donde nació su prometida —la presentadora y miss España Eva González— y donde se presume un hito mediático, aunque Cayetano ha aprendido a convivir con las patrullas de paparazis. También para despistarlos o distanciarlos en una “gira de despedida” de soltero que lo ha entretenido estas semanas en Nueva York, México, París, Milán y Lisboa.

Es una prueba de su itinerario cosmopolita. Habla idiomas Cayetano. Ha sido modelo de Armani. Ha dado la vuelta al mundo. Colecciona arte contemporáneo. Y ha reaparecido este año en los ruedos. Para quedarse. El triunfo de Ronda despejó todas las dudas. "No estoy de visita. El toreo es mi profesión, mi vocación y mi vida. Muchas veces se ignoran los esfuerzos y los sacrificios que hay detrás".

Cayetano sabe posar y sabe expresarse. Habla despacio, como torea. Y reviste su discurso con una voz oscura de barítono, como si las palabras más graves necesitaran acomodarse en las entrañas.

"El toro fue el primero que me enseñó a odiar. El toro me quitó a mi padre [Francisco Rivera, Paquirri] cuando tenía siete años. Y con esa edad ni entiendes ni comprendes. Con el tiempo, con la educación taurina que me han dado, el respeto que me han inculcado, fui aprendiendo a entenderlo, a respetarlo, a quererlo y ahora incluso a dedicar mi vida y mi tiempo a esta profesión que tanto se ha llevado de mí y que tanto, a cambio, me ha dado”.

Tiene sentido esta confesión en la incomprensión e incredulidad que le suscita la pujanza del movimiento antitaurino. Lamenta que los toros se hayan convertido en argumento incendiario del debate político e identario. Le "indigna y entristece" que Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, haya convertido la retirada de la subvención a la escuela de tauromaquia en una declaración de beligerancia. Cuando, dice, Madrid es la capital mundial del toreo. Cuando un millón de espectadores, añade, han acudido este año a Las Ventas, y cuando la alcaldesa, concluye, adopta una posición de intolerancia, pero también alineada en las reivindicaciones animalistas.

"No entiendo cómo los animalistas quieren proteger el toro prohibiendo las corridas. Porque ese es su camino hacia la desaparición del animal. Yo arriesgo mi vida cuando mato a un toro. Y creo que ese gesto da al animal mucha más dignidad de la que encuentra en un matadero. En estos tiempos de tanta sensibilidad medioambiental, urge reconocer que el toro, las dehesas, aportan una riqueza ecológica que sería inconcebible sin la existencia de las corridas. No me gusta hablar de economía para defenderlas, aunque las evidencias demuestran el impacto de una industria en la que trabajan 200.000 personas y que aporta a las Administraciones mucho más dinero del que recibe".
Nos recibe Cayetano en un estudio fotográfico de las afueras de Madrid. Y lo acompaña Curro Vázquez, su maestro, su mentor, su tío, su apoderado y hasta el padrino de su boda. ¿Por qué ha decidido casarse? "Son decisiones importantes que tomas durante tu vida y cuando encuentras una persona con la que quieres compartir tu vida y formar una familia, creo que es el paso natural. Yo me he criado con una cultura católica y me gusta. Por ese motivo hemos querido dar el siguiente paso. Creo que llega en el momento adecuado y desde el total convencimiento".

No le han disuadido de la decisión los preparativos extenuantes. Ni tampoco va a hacerlo el revuelo que va a convertir Mairena del Alcor en una ciudad bajo estado de excepción de la prensa rosa. Y de la prensa de los demás colores.

"He aprendido a intentar convivir con esa vida mediática. A la que nunca te acostumbras. Porque somos personas, tenemos nuestros días, nos gusta nuestra privacidad. Pero también entiendo que soy un personaje público, por la profesión que tengo. Y eso forma parte de mi vida, siempre pidiendo un respeto, para que no se pasen ciertas líneas".

Cayetano sí ha cruzado muchas otras líneas. Un torero que se anuncia en las marquesinas de los autobuses, que divulga un perfume de Loewe y que "convierte" a Giorgio Armani en el sastre de su vestido goyesco.

La genética —hijo, hermano, sobrino, nieto, bisnieto de toreros— le puso en las manos una muleta y una espada, pero la repercusión de Cayetano en la sociedad, observada con recelo desde la ortodoxia taurina, se ha convertido en un vehículo de comunicación inequívoco.

"Quizás hay más miradas puestas en mí porque traspaso el reconocimiento del mundo del toro. Lo tomo como un compromiso con mi profesión. Me implico en la seriedad con la que hago las cosas. Sí creo que tengo una responsabilidad. Y estoy dispuesto a darlo todo por defender lo mío, con orgullo y con honor. En algunos casos me siento incomprendido. El movimiento antitaurino se origina por razones políticas o por desconocimiento. Y ese desconocimiento proviene de la falta de oportunidad o de interés. No pido que guste. Pido que se respete".

Le interesa a Cayetano la política. La conoce. Votaría al PP si fuera por razones taurinas, pero no tiene claro el destino de su voto. Simpatiza con el fenómeno de Ciudadanos. Le atrae la sensatez y la franqueza de Albert Rivera, no lo suficiente todavía para definir su periodo de reflexión. Primero, el 6 de noviembre. Después, el 20 de diciembre.

"La aparición de los nuevos partidos no solo ha roto el bipartidismo. También ha dinamizado la política. La ha hecho más interesante. Ha removido los cimientos. Creo que los toros también necesitan un cambio. Nos falta más unión y más organización. Y una visión menos interesada de lo que representan, pero estoy seguro de que no van a desaparecer nunca. Es un fenómeno estético y artístico único".

Manzanares, el modelo torero

Cuando José María Manzanares —Josemari para casi todos— (Alicante, 1982) tiene corrida se ve obligado a salir del hotel antes que sus compañeros porque tarda más que los demás en llegar al patio de cuadrillas. Una marabunta de admiradores —mujeres jóvenes en su mayoría— lo espera en la puerta de la plaza, lo asalta y lo secuestra para admirarlo, tocarlo y robarle una sonrisa, un roce, una foto…

Es lo que tiene ser el Marlon Brando de los toreros, el agradable precio que deben pagar quienes poseen un atractivo insultante, una elegancia innata, y unas facciones con las que los demás sueñan. Es el caso de este Manzanares, hijo de artista, que se siente atractivo, seductor y objeto de deseo, e irrumpe en el ruedo como si pisara una pasarela y mueve los engaños con la sensualidad y la parsimonia de quien se sabe escudriñado y admirado. Cuida mucho su imagen, es perfeccionista y pasa por ser, además, un torero moderno porque tiene página web, una cuenta en Twiter (152.000 seguidores) y perfil en Facebook (164.000).

Un personaje así, famoso de cuna y guapo de cara, un pimpollo, que se enfunda cada tarde en un traje de colores chispeantes y despierta pasiones, no pasa desapercibido a la moderna industria de la moda que busca con ahínco destellos nuevos.

Josemari es un buen torero que se ha dejado seducir por los vapores de la imagen y parece haberle encontrado la cara exitosa a las sesiones de fotos y las campañas de publicidad. De hecho, este año ha triunfado más como modelo que como torero. Se le ha visto más rodeado de guapas compañeras de rodaje que saliendo de las plazas a hombros de los capitalistas. Ha trabajado con fotógrafos famosos, se ha maquillado y engominado, ha probado caros trajes de marcas de lujo y ha lucido su cuerpo esbelto en portadas de revistas mientras miraba a la cámara con un aire de seductora tristeza.

Porque Josemari llora aún la muerte de su padre, fallecido el 28 de octubre del año pasado, y así lo ha expresado, vestido de negro y azabache, en las 44 corridas en las que ha actuado; y porque es un hombre tímido y precisa de la asistencia de un psiquiatra amigo para gestionar sus emociones. En el fondo, como todos los toreros, es un tipo raro que reconoce padecer profundos cambios de ánimo, porque la mirada del toro le hace sentir muy cerca la fragilidad de la vida.

Tiene dos hijos y una esposa a la que le da pavor verlo torear y, quién sabe si, también, cierta turbación cuando se ve obligada a compartir a su marido con las miradas y fantasías ajenas.

Un buen amigo que lo conoce bien comprende sus aspiraciones como modelo porque "así gana dinero sin pasar miedo", pero le pide que no olvide que "es famoso gracias al toro". "El día que no toree –dice–, no lo llamarán para hacerle fotos". 

De momento, aún resuenan en los oídos del torero la definición que le dedicó la modelo Eugenia Silva en la entrega del premio ICON de Estilo: "Es un personaje único, una mezcla entre tradición taurina y vanguardia extrema". Ahí queda eso.

Morante, la excentricidad

José Antonio Morante de la Puebla (La Puebla del Río, Sevilla, 1979) no es la marca de ningún producto, ni aparece junto a modelos famosas, pero vela por su imagen con un mimo tan cuidadoso como aparentemente desaliñado.

Como torero artista, personalísimo y genial para muchos, es capaz de convertir el vuelo de una verónica en una de las bellas artes —todo repeinado él y vestido de un clásico terno azul y oro—, y aparecer al día siguiente transfigurado en Dalí, con la taleguilla torera desabrochada, el torso desnudo, pintorreado todo de tallos floridos, el largo bigote del genio de Figueras, la mirada enloquecida, la montera calada, los ojos abiertamente redondos y el nombre del genio, Salvador, escrito a la altura de los hombros, como escudo y bandera. Y todo, para anunciar la feria taurina del Pilar de Zaragoza. Morante es otro tipo raro, sometido a vaivenes psicológicos que repercuten en su obra y su vida, bohemio y sorprendente, lenguaraz cuando se le enciende el alma, silencioso y de pocas palabras casi siempre, capaz de tomar prestada una manguera para regar el polvoriento ruedo de la plaza de Alicante, denunciar en el juzgado a un antitaurino procaz que lo llamó "asesino", o disfrazarse de lince para las Colombinas de Huelva.

Ese es el caleidoscopio de una imagen variopinta y, a veces, estrafalaria de un torero que no se parece a nadie en el triunfo ni en el fracaso; ni en la búsqueda constante de su misterio artístico; ni en sus manías ni en esas formas sublimes de tomar la embestida de un toro, fundirse con él y dibujar una línea que se convierte en fogonazo luminoso que deja una huella indeleble.

A ese hombre solo le esperan en la puerta de la plaza curiosos y aficionados que quieren comprobar que el arte existe y tiene vida, y le piden que su duende se haga carne esa tarde y les permita el gozo de la belleza. A veces, así es, pero no siempre se hace posible. Porque no resulta fácil que la obra artística se haga presente a una hora y en un lugar anunciados en un cartel. Por eso, Morante vuelve, muchas tardes, solo, al hotel, cabizbajo y serio, consciente de que el arte no se puede programar. Cuando se despoje del vestido sagrado, reaparecerá otro Morante, el de la melena ensortijada, una camisa de flores a medio abotonar, un pañuelo a modo de corbata frondosa y una gorra campera. O un sombrero de paja o un bombín. ¡Ah! y un puro humeante en los labios, así de grande y de buena factura.

Es la imagen de un artista que se siente diferente. Clásico y moderno; romántico y excéntrico, extraño y singular, pero nunca vulgar. Sin pasarelas, sin modelos ni relojes de marca. Otro personaje, excéntrico y genial.

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