El
joven sevillano borda el toreo al natural en una tarde triunfal junto a las
figuras ante una buena corrida de Luis Algarra.
GONZALO I.
BIENVENIDA
@GonIzdoBienve
San
Sebastián de los Reyes
La tarde encapotada, sin viento ni calor, se
antojó la ideal para hacer el toreo. Triunfó la maestría de Ponce, la estética
de Manzanares y la clásica cadencia de Pablo Aguado. El sevillano llegaba con
el runrún del triunfo de Ronda 24 horas atrás.
El anovillado tercero embistió
de ensueño desde el saludo capotero. Se jalearon sus laceas verónicas sin
afectación. Una fragilidad extraña que conecta porque va a destiempo. Unas
veces pronto otras tarde, pero en pocas ocasiones la embestida venía enganchada
por el vuelo. La figura tan compuesta, tan natural, que gira según pasa la cara
del toro. También acompañó al de Algarra en el inicio de la faena ganando
terreno. Tras los toreros doblones, lo mejor llegó al natural. Uno
especialmente resultó colosal por su cadencia, por su naturalidad, por su
temple. Palabras mayores. Cuajó al toro de Algarra por los dos pitones, dándole
sus tiempos. Los cites enfrontilado, los muletazos justos en cada tanda para
ayudar con su suavidad la clase derrochada del toro. Una sonrisa tímida se
dibujaba en el rostro de Aguado entre tanda y tanda. Terminó como deben acabar
las grandes faenas: por bajo, con remates de muchos quilates. Las trincherillas
engarzadas con lentos pases de la firma, el cambio de mano por delante, los
pasos cortos hacia el pitón contrario, el desplante con la muleta recogida. Su
fe dejó media estocada eficaz que le dio las dos orejas.
José María Manzanares ha vuelto definitivamente
por sus fueros tras encontrarse a Ruiseñor en Bilbao. Ayer se le vio disfrutar
del segundo al que administró desde el breve y apasionado saludo. La faena tuvo
importancia. Abrió los caminos del buen toro de Algarra para después redondear
en una faena marcada por el ritmo. La estética recuperada tras regresar a su
versión erguida, compuesta. Fina obra rematada con una estocada colosal en la
suerte de recibir. Los arreones del quinto no mermaron la actitud del
alicantino que porfió con autoridad.
Enrique Ponce se encontró a dos Hermanitas de la
Caridad en su lote. Lo ideal para el maestro en este momento. Al primero le
faltó humillación, al segundo algo de transmisión. La infinita nobleza permitió
al valenciano explayarse en su vuelta a Sanse tras 18 años. Las alturas,
siempre tan complejas de descifrar, no suponen ningún handicap para Ponce. A
media altura entendió el contado poder del sobrero de Luis Algarra que
sustituyó a su hermano por su evidente falta de fuerza. Los pases de pecho
resultaron excesivamente despegados en un conjunto bello. La espada cayó en lo
alto y desembocó en dos orejas muy de pueblo. Más contenido tuvo la segunda
faena a un toro de escasa cara. Tan abrochado y de tan corto pitón que
contrastaba con su pesada hechura. Lo toreó con el capote con exquisito temple.
Hubo momentos de mucho gusto, sin arrebato posible por el contado poder del
oponente. Remató con sus poncinas.
La fiesta no se redondeó en el bastote sexto.
Tampoco se vio tan fresco a Aguado. Exigió mayor oficio y poder por su falta de
clase aunque tuvo la misma noble base que sus hermanos. Mostró habilidad para
andar con él y para quitárselo de encima.
LUIS ALGARRA - Enrique Ponce, José María
Manzanares y Pablo Aguado
Plaza de toros de SS de los Reyes. Domingo,
1 de septiembre de 2019. Última de feria. Tres cuartos de entrada.
Toros de Luis Algarra, desiguales de presentación, mal presentados 3º y 4º.
Nobles en su conjunto. El 2º fue premiado con la vuelta al ruedo en el
arrastre.
Enrique
Ponce, de pizarra y oro. Estocada
(dos orejas). En el cuarto, pinchazo y estocada (oreja).
José
María Manzanares, de sangre de
toro y oro. Estocada en la suerte de recibir (dos orejas con petición de rabo).
En el quinto, pinchazo y bajonazo (saludos tras petición).
Pablo
Aguado, de verde botella y oro.
Media estocada (dos orejas). En el sexto, estocada contraria y un descabello
(saludos).
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