Tres
toros de impecable calidad, de signo distinto los tres, y un conjunto de
notable claridad por su brava nobleza. *** Herido grave Joaquín Galdós al
cobrar una estocada.
BARQUERITO
EL PRIMERO de los seis toros de La Quinta,
cinqueño, terciado y sacudido, tan noble como falto de celo, se descaró con los
tendidos como buscando a quién, salió distraído de las suertes y en ese son
dormido lo hizo por las dos manos. Duro de manos fue. Octavio Chacón anduvo al
aire del toro, trató de provocarlo más con la voz que con la muleta y lo tumbó
sin puntilla en una versión heterodoxa de la estocada recibiendo. Y soltando el
engaño.
Iba a ser corrida variada de pintas, pero primero
y segundo fueron fieles a la paleta clásica del toro de Buendía: cárdenos, casi
transparentes. El segundo fue el más astifino de los seis. Pocas carnes pero un
respeto imponente. Aire frio y distraído en los dos primeros tercios, se dejó
sentir en la muleta con peculiar estilo: tanta dulzura como nobleza, más prontitud
que entrega, ritmo regular pero no vivo. Siendo franco, no fue toro sencillo.
Román volvía a Bayona al cabo de un año. Aquí lo
hirió entonces un toro de La Quinta en un lance desafortunado y de azar: un
patinazo en la cal fresca de una raya de picar, caída inerme a merced del toro,
una voltereta brutal y una cornada en la pantorrilla. Pudo haber sido peor. Con
el son algo inquietante del toro del regreso no se entendió. Una tanda de
sedicentes manoletinas se celebró. Desconfiado Román con la espada. Dos
pinchazos y una entera defectuosa.
La corrida iba a romper a lo grande en el toro
siguiente, un tercero corto y bien relleno, enmorrillado y cabezón. El más en
Santa Coloma de todos. No pareció de partida toro de romper –volvió contrario,
amagos de irse, pelea blanda y dolida de bravucón en el caballo- pero en
banderillas empezó a descolgar y querer. Y de ahí en adelante. Templadas
embestidas, repeticiones seguras, notable fijeza en el engaño. Lo vería claro
Joaquín Galdós antes de embarcarse en un trasteo serio pero de acompañar viajes
más que de gobernarlos. Un punto forzada la figura. Dos tandas rehiladas en
redondo, logros pobres por la zurda, que fue mano tan segura como la otra. La
gente se calentó. Media estocada tendida, que no bastó, y siete golpes de
verduguillo porque el toro no descubría.
De buena nota ese tercero, pero todavía mejores y
más completos los de la segunda mitad de corrida, que tuvo por singularidad el
ser de hechuras bastante distintas –cada toro, de una manera- pero de comunes
calidades. También las calidades parecieron abiertas en abanico. El cuarto, de
porte y postura espectaculares, hondo, poderosos pechos, fue de embestidas muy
pastueñas. Llenaba la escena cada vez que quedaba solo en ella. Chacón le tuvo
el hilo perdido desde casi la primera baza. Abusó de pausas y cortes gratuitos,
pero, cuando volvía, el toro lo estaba esperando no sumisamente sino con una
suerte de paciente curiosidad.
El quinto, que descabalgó en el primer
encontronazo de varas al veterano Justo Jaén y cobró un brutal segundo puyazo
de mucho sangrar pero no trasero, fue pura exquisitez. Apoyado en las pezuñas y
cañas mínimas del toro tipo de La Quinta –el más frecuente en todas sus
camadas-, se empleó con dulzura parecida a la del segundo, el compañero de
lote, pero con un recorrido, una entrega y una fijeza muy superiores. En los
parones de faena silbaba y casi turreaba. No hubo más música de fondo para la
faena que ese querer cantar del toro, con el que, a pesar de los pesares, no
llegó a acoplarse Román. Algo de viento de pronto levantado. Un vacío. Este
quinto no tuvo tanta vocación de protagonista como el cuarto. Fueron igual de
buenos los dos. La bondad brava.
Alto, esbelto y largo, el sexto, cinqueño a punto
de cumplir la edad límite de los seis años, escarbó –el único-, guerreó en el
caballo –picó y montó muy bien David Prados- y, con su porte tan elegante, y su
cuerna remangada e insolente, rompió a embestir sin esperar ni al segundo
viaje. Galdós sentiría que la ocasión era única. Las embestidas más humilladas
y asaltilladas de toda la tarde. Traído por delante, venia humillado y
planeando. Y, si no, se dejaba querer de casi la misma manera. Un son singular.
Estaba difícil elegir entre cuarto y quinto. El
sexto puso la elección imposible. Galdós arrancó con pasión, pero fue acusando
poco a poco la fatiga de estar en los medios con tanto toro, con la izquierda
no se templó y antes de la igualada optó por los socorridos molinetes de
rodillas, aquí del todo inoportunos. Se perfiló muy largo con la espada al
borde de la segunda raya, atacó en la suerte natural casi a ciegas y de la
reunión con la espada salió volteado muy aparatosamente y herido en el muslo
derecho de cornada parece que de gravedad. Se asustó todo el mundo. El
desdichado final de una corrida tan distinguida e importante. Casi un festín.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 1 de agosto de 2019. Bayona. 3ª de
la Feria del Atlántico. Estival. 3.500 almas. Dos horas y media de función.
Seis toros de La Quinta (Álvaro Martínez Conradi).
Octavio
Chacón, saludos y saludos tras
aviso.
Román, palmas y silencio tras aviso.
Joaquín
Galdós, palmas y herido al matar
al sexto.
Picaron a modo Juan José Esquivel al cuarto y David
Prados, al sexto.
Postdata
para los íntimos.- Los dos grandes pasos de frontera entre España y
Francia son territorio vasco (Irún, Behobia) o catalán (La Junquera/Jonquera,
Port Bou, Figueres(Fiigueras). Solo La Junquera conserva su carácter de ciudad
de frontera. Era y es término de carretera nacional, la segunda de las seis
radiales desde Madrid. Port Bou, adonde llegan todavía trenes franceses del
corredor oriental que viene desde Estrasburgo a Perpignan, es ahora mismo un
pueblito de la Costa Brava pobre. El único pobre.
La estación término de ferrocarril es muy bonita.
Los modernistas dejaron sello. En las taquillas, en los enlosados. La
marquesita, inglesa, hierros Eiffel, es muy elegante. La escalinata que comunica
estación y pueblo merece la pena. Un poco desarraigada. Pero te lleva desde el
tren al mar. El mar de Port Bou, que es una bahía escondida. Hace unos años
ardieron todos los montes del entorno. Fue el infierno. Aquí se suicidó en 1940
Walter Benjamin, pensador alemán de la modernidad. Su obra ha pasado el examen
del tiempo. La obra accesible, no los ensayos academicistas. Las reflexiones
sobre el paso de los días. No todas las traducciones de sus ensayos dispersos
son igual de fiables ni legibles. De Port Bou ni una línea. Porque, como casi
todo el mundo, Benjamin estuvo en Port Bou de paso. Y tan de paso. Y para
siempre.
El cementerio de Port Bou está en lo alto de un
acantilado y al cabo de pina cuesta. Los restos mortales de Benjamin no fueron
nunca identificados, sino vertidos a fosa común. El recuerdo de Benjamin es un
túmulo que baja del cementerio a la bahía. Como en todas las bahias se pesca
buen lenguado.
En el Txingudi, que es la frontera fluvial y
marítima entre España y Francia, términos de Irún y Fuenterrabía a un lado, y
al otro Hendaya, se come gallo finísimo. Gallo de mar. Se come infinitamente
mejor en el País Vasco español que en el francés. Y mucho más barato. En
Figueras hay dos lugares excelentes: el afrancesado Hotel Durán, donde Dalí
comía a diario cuando comía, y el Hotel o Motel Empordá, a la salida de la
ciudad y camino de La Junquera, poblada
de restaurantes chinos. Y bazares. En los toros esta tarde he sabido que en lo
poquito que queda de Irún como ciudad maldita de frontera hay, junto al Puente
de Santiago, un sitio de comer estupendo, el Mikel. Probaré. Antes de venir a
Bayona estuve el jueves ganduleando por ese barrio de Irún crecido en torno a
la antigua frontera. Ha desaparecido casi toda la parte maldita. Pero aún
quedan en pie un hotel -el Aitana- y un pensión -Maricarmen- donde Walter
Benjamin habría conservado viva su lúcida inteligencia hasta el último día, Él
puso la fecha y la hora.
Venir a Bayona y no picar en el mercado de libros
viejos sería pecado. El viernes compré una Historia de Bearn de la colección
Que sais Je? tan famosa, la biblia en píldoras de la cultura universitaria francesa. Años 40, 50,
60 y 70. Y creo que ahí dejó de crecer esa enciclopedia dispersa, y tan
didáctica. He devorado unos cuantos capítulos. Y he descubierto que para
fronteras malditas la montañosa que separaba y sigue separando el Bearn -Pau,
Oloron- del norte de Aragón, Canfranc. Si se hubiera abierto en serio el túnel
ferroviario de Somport y establecido el hilo entre las dos regiones, no habría
padecido el Bearn tanta pobreza. Ni Huesca habría sido parte de la España
abandonada y vacía. No se sabe por qué nunca llegó a abrirse esa frontera
cerrada. Lo investigaré.
La
exposición de fotografía del Musee Basque está dedicada al ayer y hoy de la
Costa Vasca. No ha cambiado tanto en el ultimo siglo. Hemos cambiado nosotros.
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