Rotundo,
ambicioso y atrevido con un bravo toro de El Montecillo. Un quite memorable por
temerario del torero de Orduña. Serenidad de César Jiménez, oficio de El Cid.
BARQUERITO
Los que
desigualaron la corrida de El Montecillo fueron, de un lado, un cuarto toro
boyancón, sardo y descarado, destartaladísimo por lo mucho que montaba y que
hizo honor a sus hechuras de buey; y un sexto de carnes mollares, atacado -620
kilos-, ancho de verdad y algo descabalado, y que fue, sin embargo, toro
sorpresa porque descolgó a las primeras de cambio y, pese a escarbar a modo,
sacó más codicia que los cinco restantes juntos.
La corrida se
abrió con dos toros de muy hermoso remate. Un primero retinto, vuelto de
pitones pero recogido, que se empleó con tranco bueno pero devino ya en
banderillas trotamundos y buscapuertas. Huido, rajado. Una frustración. Y un
segundo negro carbonero, coletero y rabicano, corto de manos, armado en
proporción, en peso. Fue de muy suave son y notable bondad. Le faltó la chispa
con que se retrata mejor un toro de nota. Y una gota o dos de fuerza. El
tercero, muy badanudo, bruto y brusco, no se sujetó en engaño; el quinto, muy
astifino, bizco, el de más cara de todos, tuvo de pitón izquierdo un garfio
carnicero. Falto de fijeza o de formalidad, o las dos cosas juntas, resultó más
incierto que pérfido.
La suerte, por
tanto, se repartió sin equidad. La fama de buena fortuna de El Cid en los
sorteos se truncó en la primera de sus dos tardes de San Isidro. Ni el toro que
cantó la gallina tan antes de tiempo ni el gigantesco cuarto. Ninguno de los
dos. El cuarto mataba moscas con el rabo, pero solo las moscas propias. Puro
oficio y moral de El Cid para resolver sin apuros, viajes trompicadotes como
los de los bueyes de guía y, al segundo viaje, una estocada de extraordinaria
habilidad, ligeramente ladeada y dos descabellos. Al primero le pegó El Cid
demasiados capotazos más de doma que de brega y la receta fue una pócima.
Encelado largo tiempo en el peto del caballo, el toro salió aburrido y suelto
del castigo. Del cuarto muletazo en los medios salió ya de naja. Lo persiguió
El Cid pero no hubo caso: estuvo de más casi todo. Una estocada trasera y
contraria -¡qué difícil!- y tres descabellos. Murió de manso el toro.
El signo de la
corrida cambió enseguida: el torito carbonero segundo se empleó en el caballo y
galopó en banderillas. Iván Fandiño le hizo un quite temerario por gaoneras en
el mismo anillo. La tarjeta de visita. Sólo limpio el cuarto lance, y airoso el
remate en revolera, pero intensa la emoción del quite todo, tan desafiante.
César Jiménez abrió faena con buen criterio: toreo por alto –banderas- o en la
media altura, un gracioso pase de la firma, suavidad.
Firme y segura,
un punto mecánica, vino bien hilvanada una faena abundante. Acoplado César –una
preciosa tanda con la zurda enganchando al toro con las bambas-, bien colocado,
preciso en los toques. Pero faltó descaro. Tanto como chispa que encendiera al
toro el motor. Pecó de académico el trabajo. Hubo algún grito reventón contra
el torero de Candeleda. O de Fuenlabrada. Una estocada atravesada. Aunque la
arboladura del quinto no animaba precisamente, César estuvo con ese toro sereno
y entero, puesto en todas las bazas, mandón, fino con la mano izquierda y todo
lo seguro que dejó estar un toro que ni tapado dejó de desparramar la mirada.
Fue toda la faena en los medios: detalle mayor. Cuatro pinchazos sin fe.
El quite de
Fandiño al segundo había sido una declaración de intenciones. Lo fue también su
manera de plantarse con el tercero de corrida. De largo el cite primero en
serio, sólo que la pretensión de torear en distancia fue un error de
estrategia. Viajes algo descompuestos y, con ellos, enganchones de muleta. El toro
se iba suelto y, a su aire luego, no hubo manera de cuadrarlo.
Pero estaban
la suerte y la fortuna para Fandiño, porque el sexto, aparatoso en el caballo,
fue toro de triunfo mayor. Toro con corazón. Éste sí quiso la distancia, y tomó
la muleta por abajo. Y repetía, y hasta llegó a planear. Nobleza y bravura en
simbiosis. Y las escarbaduras en los descansos entre asaltos. Y el carácter de
Fandiño, su ambición desenfrenada. Abierta en pausas una faena de rotundo
acento y formato clásico, con sus ligeros vaivenes y sus remontadas cuando los
ataques del toro pecaron por celosos o no bien gobernados. En las rayas y no en
los medios Fandiño, dueño siempre de la cosa. Una estocada formidable.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de El
Montecillo (Francisco Medina). El Cid, de añil y oro, silencio y
silencio tras un aviso. César Jiménez,
de rosa y plata, ovación tras un aviso y silencio. Iván Fandiño, de malva y oro, silencio tras un aviso y una oreja.
Notables en brega y banderillas Roberto Jarocho, Carlos Casanova y Jesús Arruga.
Madrid. Corrida de la Prensa (7ª de San Isidro).
Casi lleno. La infanta Elena en una
barrera junto a Carmen del Riego,
presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid.
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