domingo, 20 de mayo de 2012

OCTAVA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE SAN ISIDRO: Una imprevista corrida de Bohórquez


Dos toros de buen juego, uno con genio, otro demasiado informal y un primero endeblito. Y uno devuelto por flojear. Valiente Saldívar, Abellán en veterano

BARQUERITO

DE LOS SEIS TOROS que los Bohórquez trajeron a Madrid tan inesperadamente –se jugaron por la corrida rechazada de los González Sánchez-Dalp- el mejor fue el sexto y último. Su peso propio: 540 kilos. Pero sobrado trapío. Bizco y astifino, enmorrillado, muy bien rematado, lustroso. Se llamaba «Maragato». Como legítimo murube, cumplió con dos ritos: descararse de salida y, con buenos pies, barbear las tablas para buscar punto por donde saltar. Tres amagos.

Hasta que vino a fijarlo Víctor Barrio con un capote sin apresto ni vuelo. Entonces atacó el toro con excelente estilo. Cuando se soltaba, se estiraba con aire grande. El galope al segundo puyazo fue de bravo. Y la pelea, también. Sólo que incompleta. Un picador seguro y bueno como Luciano Briceño vino a marrar inoportunamente; la vara, caída y rectificada, no hizo honor a la ocasión.

En banderillas apretó y galopó el toro. Codicia y son. Pero estaba por levantarse viento suficiente para desbaratar la empresa. Brindis al público del sepulvedano Víctor Barrio, todavía en la cuarentena de la alternativa. El 8 de abril en Madrid. Una idea sin lógica: abrir faena de largo –el toro amarrado en un burladero, el torero en los medios, casi el platillo- y forzar dos embestidas por alto que no convinieron. Al cuarto muletazo, ya de tirón, perdió las manos el toro. Ni el terreno ni la distancia convinieron más que el primer trato. No dejó de embestir el toro, que fue pronto y descolgaba siempre, pero empezó a perder fuelle. La distancia corta resultó agobiante. Algo agarrotado Barrio, que se tuvo, sin embargo, firme. Una trenza lograda con la mano diestra. Confianza cuando se echó del todo el viento. Ya tarde. Una estocada a capón. Murió de bravo el toro. La joya de la corona.

Había ganas de ver jugarse en Madrid una corrida de Bohórquez en puntas, y a pie y no a caballo. Pero se tuvo desde el principio la sensación de corrida improvisada. Porque lo estaba. Contra costumbre en la ganadería, fue corrida de desigual remate y, en apariencia, muy abierta de líneas. El primero, en tipo, guapo y peludo, acarneradito, muy llorón, fue tan noble como endeble, y hasta en exceso sumiso. Coser y cantar para Miguel Abellán, más pendiente de que el toro no se fuera de manos que de enredarse con él. Demasiado dulces los pies del toro. Y demasiado larga la faena que, fácil, se fue desinflando tanto como el toro. Una caída de Abellán en la cara, se hizo el quite él solo en una rodadita.

Galopó el segundo –cornidelantero, muy astifino- pero Arturo Saldívar no le cogió el aire con el capote en el recibo. Sí luego en un precioso quite improvisado casi en tablas: tres lances de caro dibujo. No es común ver quites entre rayas y tan sobre la marcha. Después de la segunda vara salió a quitar Barrio de frente por detrás –dos lances de tosco acento- y un remate que quiso ser una larga y no pudo. Llorón en banderillas el toro, que iba a tener vida suficiente para encarecer una ardorosa primera mitad de faena. Encajado Saldívar en dos banderas de apertura –a suerte cargada las dos-, templado y firme en dos tandas en redondo ligadas sin perder paso, rematada la segunda con bella trinchera. Y, luego, una caída de tensión porque no hubo con la zurda acople. En la corta distancia, al fin, Arturo jugó la baza de la temeridad: las bernadinas –mejor la reunión que el cite- y un firme desplante. Y una estocada soltando el engaño. Y un descabello.

El tercero sacó mal aire. Antes de asomar lo esperó Barrio en los medios. Es un gesto que prodiga. Dos tafalleras y una revolera sin vuelo, que no fue, por tanto, una revolera propiamente. Blandeó el toro en dos varas, se salió suelto, hizo hilo en banderillas y sacó en la muleta brusco temperamento. La cara arriba, genio. Lo mató por derecho y arriba Barrio.

Abierto de cuerna –tan raro en Bohórquez- el cuarto fue toro mutante. Una virtud: la prontitud. Un defecto: la falta de formalidad. En su quite Saldívar remató con un recorte cambiado de acento belmontino, antiguo, singular. Abellán compuso clásico en la apertura con muletazos genuflexos; decidido, tocó casi todos los palos, le aguantó al toro sus repeticiones celosas, que no entregadas, acertó en toques, enganches y sueltas –la veteranía- y se dio el gustazo de pegar en tablas, antes de la igualada, tres muletazos gloriosos a pies juntos. De toreo de Madrid.

Grandes hechuras las del quinto: amplio, alto, serio. Toro frágil, se desplomó. Pañuelo verde. Y un sobrero atanasio de Juan Manuel Criado (Encinagrande), altón y ofensivo, de malos apoyos, protestadísimo, lidiado con mimo impecable por Víctor Hugo y de juego pobre. De un porrazo con la pala echó al suelo a Saldívar, que no se atrevió a bajarle la cara al toro por temor de que perdiera las manos. Una porfía ingrata. Sacrificio.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- ¿Dos toros? ¿Tal vez tres? Para el torero. ¿Para quién, para qué? ¿Ganaderías con hache intercalada? ¿Bohórquez? No Miura.

Una observación botánica. Las dos barreras de árboles que protegen el talud de las Ventas no son castaños -plantados, sí, en la acera de pares de la Avenida de los Toreros, que es una calle de traza de horquilla- sino pinos piñoneros, en el flanco norte -el que conduce a Biarritz y Bruselas-, y abetos alpinos en el flanco oeste, la calle de Julio Camba. Camba es un escritor delicioso y de una ambigüedad política única. Era gallego. Y mundano. Corresponsal en Londres, en Nueva York. En los años de entreguerras. Vivía en Madrid en el Ritz, que era su casa. Una de sus amantes lo destroza en un libro de memorias. No le gustaban los toros. Ni en el plato. "La casa de Lúculo" es un brilllante libro de gastronomía. ¡Quién fuera Lúculo...!

Me divierte caer en la cuenta de los nombres de las dos calles paralelas a Biarritz. La paralela baja se llama Bayona. La alta, Luis Calvo, por el periodista y espía que fue director de ABC y llegó a firmar durante un año crónicas taurinas de brillante pluma. Con el seudónimo de Don Jorgito. Luego, vino (el maestro) Cañabate, que tiene la calle bastante lejos de aquí. Cerca de la calle de Antonio Casero, el dibujante taurino, que es una calle de traza de alcayata.

La calle más rara de Madrid es la de Juan Esplandiu, maravilloso dibujante, la cual no se sabe ni dónde empieza ni dónde termina, ni cómo es de larga ni ancha porque está como sembrada en medio de uno de esos parques insólitos de Madrid apenas conocidos, el Parque de Roma, donde tiene una estatua el presidente Sandro Pertini, que lo fue de la República Italiana. Y que inauguró ese parque, en 1982. Esplandiu tenía la costumbre de pintar otoños con parques llenos de hojas caídas y gente cándida pero triste. La posguerra.

FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Fermín Bohórquez, de variadas hechuras y desigual condición, y un sobrero -5º bis- de Encinagrande (Juan Manuel Criado), flojo y de pobre juego. Rechazada la corrida anunciada de Manolo González.
Miguel Abellán, de marfil y oro, división al saludar saludos y silencio. Arturo Saldívar, de tabaco y oro, saludos tras un aviso y silencio tras un aviso. Víctor Barrio, de marino y oro, silencio y saludos.
Brega resuelta y acertada de Pablo Pirri y Víctor Hugo, que parearon, además, tan bien como suelen.
Viernes, 18 de mayo de 2012. Madrid. 9ª de San Isidro. Veraniego, algo ventoso. Casi lleno.

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