Dos toros de
buen juego, uno con genio, otro demasiado informal y un primero endeblito. Y
uno devuelto por flojear. Valiente Saldívar, Abellán en veterano
BARQUERITO
DE LOS SEIS TOROS que
los Bohórquez
trajeron a Madrid tan inesperadamente –se jugaron por la corrida rechazada de
los González Sánchez-Dalp- el mejor
fue el sexto y último. Su peso propio: 540 kilos. Pero sobrado trapío. Bizco y
astifino, enmorrillado, muy bien rematado, lustroso. Se llamaba «Maragato». Como legítimo murube, cumplió con dos ritos:
descararse de salida y, con buenos pies, barbear las tablas para buscar punto
por donde saltar. Tres amagos.
Hasta que vino
a fijarlo Víctor Barrio con un
capote sin apresto ni vuelo. Entonces atacó el toro con excelente estilo.
Cuando se soltaba, se estiraba con aire grande. El galope al segundo puyazo fue
de bravo. Y la pelea, también. Sólo que incompleta. Un picador seguro y bueno
como Luciano Briceño vino a marrar
inoportunamente; la vara, caída y rectificada, no hizo honor a la ocasión.
En banderillas
apretó y galopó el toro. Codicia y son. Pero estaba por levantarse viento
suficiente para desbaratar la empresa. Brindis al público del sepulvedano Víctor Barrio, todavía en la cuarentena
de la alternativa. El 8 de abril en Madrid. Una idea sin lógica: abrir faena de
largo –el toro amarrado en un burladero, el torero en los medios, casi el
platillo- y forzar dos embestidas por alto que no convinieron. Al cuarto
muletazo, ya de tirón, perdió las manos el toro. Ni el terreno ni la distancia
convinieron más que el primer trato. No dejó de embestir el toro, que fue
pronto y descolgaba siempre, pero empezó a perder fuelle. La distancia corta
resultó agobiante. Algo agarrotado Barrio,
que se tuvo, sin embargo, firme. Una trenza lograda con la mano diestra.
Confianza cuando se echó del todo el viento. Ya tarde. Una estocada a capón.
Murió de bravo el toro. La joya de la corona.
Había ganas de
ver jugarse en Madrid una corrida de Bohórquez en puntas, y a pie y no a
caballo. Pero se tuvo desde el principio la sensación de corrida improvisada.
Porque lo estaba. Contra costumbre en la ganadería, fue corrida de desigual
remate y, en apariencia, muy abierta de líneas. El primero, en tipo, guapo y
peludo, acarneradito, muy llorón, fue
tan noble como endeble, y hasta en exceso sumiso. Coser y cantar para Miguel Abellán, más pendiente de que el
toro no se fuera de manos que de enredarse con él. Demasiado dulces los pies
del toro. Y demasiado larga la faena que, fácil, se fue desinflando tanto como
el toro. Una caída de Abellán en la
cara, se hizo el quite él solo en una rodadita.
Galopó el
segundo –cornidelantero, muy astifino- pero Arturo Saldívar no le cogió el aire con el capote en el recibo. Sí
luego en un precioso quite improvisado casi en tablas: tres lances de caro
dibujo. No es común ver quites entre rayas y tan sobre la marcha. Después de la
segunda vara salió a quitar Barrio
de frente por detrás –dos lances de tosco acento- y un remate que quiso ser una
larga y no pudo. Llorón en banderillas el toro, que iba a tener vida suficiente
para encarecer una ardorosa primera mitad de faena. Encajado Saldívar en dos banderas de apertura –a
suerte cargada las dos-, templado y firme en dos tandas en redondo ligadas sin
perder paso, rematada la segunda con bella trinchera. Y, luego, una caída de
tensión porque no hubo con la zurda acople. En la corta distancia, al fin, Arturo jugó la baza de la temeridad:
las bernadinas –mejor la reunión que
el cite- y un firme desplante. Y una estocada soltando el engaño. Y un
descabello.
El tercero
sacó mal aire. Antes de asomar lo esperó Barrio
en los medios. Es un gesto que prodiga. Dos tafalleras
y una revolera sin vuelo, que no fue,
por tanto, una revolera propiamente.
Blandeó el toro en dos varas, se salió suelto, hizo hilo en banderillas y sacó
en la muleta brusco temperamento. La cara arriba, genio. Lo mató por derecho y
arriba Barrio.
Abierto de
cuerna –tan raro en Bohórquez- el cuarto fue toro mutante. Una virtud: la
prontitud. Un defecto: la falta de formalidad. En su quite Saldívar remató con un recorte cambiado de acento belmontino, antiguo, singular. Abellán compuso clásico en la apertura
con muletazos genuflexos; decidido, tocó casi todos los palos, le aguantó al
toro sus repeticiones celosas, que no entregadas, acertó en toques, enganches y
sueltas –la veteranía- y se dio el gustazo de pegar en tablas, antes de la
igualada, tres muletazos gloriosos a pies juntos. De toreo de Madrid.
Grandes
hechuras las del quinto: amplio, alto, serio. Toro frágil, se desplomó. Pañuelo
verde. Y un sobrero atanasio de Juan Manuel Criado (Encinagrande),
altón y ofensivo, de malos apoyos, protestadísimo, lidiado con mimo impecable
por Víctor Hugo y de juego pobre. De
un porrazo con la pala echó al suelo a Saldívar,
que no se atrevió a bajarle la cara al toro por temor de que perdiera las
manos. Una porfía ingrata. Sacrificio.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- ¿Dos toros? ¿Tal vez
tres? Para el torero. ¿Para quién, para qué? ¿Ganaderías con hache intercalada?
¿Bohórquez? No Miura.
Una observación botánica. Las dos barreras de
árboles que protegen el talud de las Ventas no son castaños -plantados, sí, en
la acera de pares de la Avenida de los Toreros, que es una calle de traza de
horquilla- sino pinos piñoneros, en el flanco norte -el que conduce a Biarritz
y Bruselas-, y abetos alpinos en el flanco oeste, la calle de Julio Camba. Camba es un escritor delicioso y de una ambigüedad política única.
Era gallego. Y mundano. Corresponsal en Londres, en Nueva York. En los años de
entreguerras. Vivía en Madrid en el Ritz, que era su casa. Una de sus amantes
lo destroza en un libro de memorias. No le gustaban los toros. Ni en el plato.
"La casa de Lúculo" es un brilllante libro de gastronomía. ¡Quién
fuera Lúculo...!
Me divierte caer en la cuenta de los nombres de las
dos calles paralelas a Biarritz. La paralela baja se llama Bayona. La alta, Luis Calvo, por el periodista y espía
que fue director de ABC y llegó a firmar durante un año crónicas taurinas de
brillante pluma. Con el seudónimo de Don
Jorgito. Luego, vino (el maestro) Cañabate,
que tiene la calle bastante lejos de aquí. Cerca de la calle de Antonio Casero, el dibujante taurino,
que es una calle de traza de alcayata.
La calle más rara de Madrid es la de Juan Esplandiu, maravilloso dibujante,
la cual no se sabe ni dónde empieza ni dónde termina, ni cómo es de larga ni
ancha porque está como sembrada en medio de uno de esos parques insólitos de
Madrid apenas conocidos, el Parque de Roma, donde tiene una estatua el
presidente Sandro Pertini, que lo
fue de la República Italiana. Y que inauguró ese parque, en 1982. Esplandiu tenía la costumbre de pintar
otoños con parques llenos de hojas caídas y gente cándida pero triste. La
posguerra.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Fermín
Bohórquez, de variadas hechuras y desigual condición, y un sobrero -5º bis-
de Encinagrande (Juan Manuel Criado), flojo y de pobre
juego. Rechazada la corrida anunciada de Manolo
González.
Miguel Abellán, de marfil y oro,
división al saludar saludos y silencio. Arturo
Saldívar, de tabaco y oro, saludos tras un aviso y silencio tras un aviso. Víctor Barrio, de marino y oro,
silencio y saludos.
Brega resuelta y acertada de Pablo Pirri y Víctor Hugo,
que parearon, además, tan bien como suelen.
Viernes, 18 de mayo de 2012. Madrid. 9ª de San
Isidro. Veraniego, algo ventoso. Casi lleno.
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