Rubén Darío Villafraz desde
Madrid
Fotos: EFE
MADRID.- Una tarde cuando los toros y las circunstancias
la convierten en mero corolario de mansedumbre y antítesis de lo que es la grandeza
del toreo fue el sexto festejo del serial isidril. Julio Aparicio, quien reaparecía en Las Ventas tras aquel
espectacular percance del 2010 frente al toro de Juan Pedro Domecq, el
cual le salió el pitón por la boca, era invitado a saludar por la afición
madrileña, quien reconocía el merito de volver a un ruedo, donde por poco,
pierde la vida de forma espectacular. Pero lo que fue un reconocimiento,
posteriormente por causa del mismo torero se convertiría en una de las broncas
más sonoras que se recuerde en los últimos años en la monumental venteña. Y
bien que se justifica, pues peor, más inhibido de la lidia de sus toros, más
dubitativo, más caradura, se puede estar delante de un toro, de comienzo a fin…
Como marco de este estrepitoso fracaso también incluimos al encierro
lidiado la tarde de hoy. Seis mansos descastados en sus distintas vertientes,
uno a uno, salieron de toriles para propiciar un de espectáculo pobre. De todo
esto se puede justificar dos cosas puntuales, como lo son la voluntad de lucimiento
del salmantino Eduardo Gallo, quien
sustituía al aún herido Ángel Teruel,
así como también el brillante tercio de varas que ofreció el picador venezolano
Nahir Zambrano, ante precisamente el
toro que más emoción permitió a lo largo de la corrida de El Ventorrillo.
Vamos por partes. Nuevamente Julio
Aparicio ha puesto un petardo, y van… Pero el de ayer es de “campeonato”. Ha sido una actuación
aciaga para alguien que se vista de luces, donde el tendido ha gozado en
mofarse de la total caricatura que ha supuesto el veterano coleta madrileño, a
quien ya va siendo hora de pensárselo para asumir compromisos de este fuste.
Su primero no lo quiso ver, y literalmente lo acabo en varas, lo que
unido a su total inhibición de la lidia, dejando a sus peones esta, pues no
podía ser peor detonante para una parroquia encrispada con el rubio torero. La
bronca tras el rosario de pinchazos que se prodigó dejaron todo preparado para
que nuevamente en su segundo se repitiera la historia, en esta ocasión con
mayor alevosía para el torero, quien provocando al conclave molería al toro en
el caballo ante la complacencia de un palco presidencial indignado a lo
expuesto por el coleta en mención. Ni se diga con la muleta, un macheteo breve,
pese a que se vieron algunos esbozos de su personal toreo que no fueron nada en
el mar de incongruencias que caracterizó su tarde.
Curro Díaz era esperado por ansias ante lo que supuso su
ausencia de Sevilla, e inédito ha quedado ante el género bovino que ha pechado.
Sí en su subconsciente hubiese imaginado peor fortuna en el sorteo, no hubiese
pensado tal, ante dos literalmente “bueyes”,
que duraron un suspiro, aquerenciados y desarrollando genio, lo que al final
dejaría sin pena ni gloria al jienense, para el que el público entendió que sin
materia prima, no se pueden hacer milagros.
Y quien no ha defraudado pese a también no contar con materia de
lucimiento acorde fue Eduardo Gallo,
un torero que anda en buen momento, como lo demostró nuevamente en esta arena,
tal y como lo había dejado ver hace poco menos de dos semanas. En este su
regreso, ha rayado a gran nivel ante dos toros nada fáciles, el primero de
cambiante embestida al que su firmeza y valor, además de ambición le valió para
que se llevará un merecido saludo desde el tercio en su primero y fuera
despedido con palmas tras despachar con solvencia el geniudo y aquerenciado que
cerró plaza.
En fin una tarde de denso contenido, donde se han visto los contrastes
de lo que es el toreo. La cara y cruz de la suerte que implica la fiesta brava en
la catedral del toreo, severa e implacable como pocas.
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