Rubén Darío Villafraz desde
Madrid
Fotos: EFE
MADRID.- Otra tarde más de tedio y hastío, y sobre todo,
calor veraniego en días de supuesta primavera madrileña. Sin duda alguna que
una tarde de toros, donde este ultimo elemento esta ausente de bravura, casta y
nobleza, es todo un “tostón” para
cualquiera, y más en una plaza de tanta seriedad como Las Ventas.
Lo de ayer en la segunda del serial madrileño fue una sinfonía de descastamiento
por parte del lote de toros de Montalvo que pasó examen en el ruedo
madrileño. Desde el flojo primero que abrió plaza, el cual incomprensiblemente mantuvo
el presidente en el ruedo, hasta el que cerró plaza, todos fueron un adefesio
de lo que es un toro bravo para una plaza donde se requiere el toro de emoción.
No se salvó de esta quema el remiendo de Yerbabuena que saltó al ruedo, en
una de las corridas más anodinas que se pudieran recordar de este San Isidro.
Al confirmante sevillano Esaú Fernández,
en pocas palabras, no le han dejado a estar, o mejor dicho, no le han querido
ver. Lo ha hecho el sector más recalcitrante de Madrid, tras el género bovino
mediocre que pechó en suerte. Su primero fue un invalido el cual fue protestado
desde su misma salida, a tal punto de pasar como un mero tramite su efeméride de
confirmación de doctorado. Iguales cotas se vivieron en el que cerró plaza, otro
deslucido ejemplar, al que el público tras lo vivido a lo largo de la tarde no
espero a las conjeturas y deseos de agradar del joven sevillano. En la retina
quedaron las dos ocasiones que se fue a “porta
gayola” recibir sus antagonistas, un claro motivo de intenciones no del
todo valorado por el severo rasero de la afición madrileña.
En manos de Uceda Leal se vieron
los momentos más destellantes de la corrida. Si, ráfagas de una torería
macerada con el elemento de la experiencia como aval. Una pena que el descompuesto
sobrero de Ortega Cano no le haya
dejado rematar una labor que tuvo su sima por la mano diestra, en tres tandas,
las únicas que se dejo el cornalón de Yerbabuena. El saludo desde el
tercio fue un gesto de respeto y cariño del público madrileño, tras el soberbio
volapié que recetó, “marca de la casa”.
El cuarto no dejo atisbos de florituras. Duro lo que dura un suspiro en
la muleta, a la que llego mortecino, sin alma de toro bravo que atesoraba en
sus genes. La brevedad se le agradeció con silencio ceremonial, que vale a
veces más que mil palabras.
Otro que vino a Madrid y dejó ramalazos de su buen momento, en la que
puede ser su temporada de despegue definitiva fue David Mora. Y sabedor que Madrid es la llave, ha salido a por todas
a lo largo de la tarde. En su primero el sabroso quite por chicuelinas fueron
un oasis a lo que posteriormente sería una labor pobre de emotividad, dado el
escaso recorrido del toro, a tal punto de echarse antes de entrar a matarlo. Lo
de su segundo un calco de lo que fue su anterior acto, labor que se fue difuminando
a pesar del esfuerzo del diestro en mención.
Mucho se comenta lo largo y escasamente rematado de este ciclo isidril. Tras
la corrida, en el metro entre varios aficionados la queja general era el porque
este año haberse estructura una feria con carteles tan mediocres, y vaya usted
a saber con que motivo de interés para atraer el aficionado. Otra cosa es lo
que se ve en la plaza, hasta el momento casi dos llenos que a ojos de mucho da
a pensar otra cosa. Y lo segundo, hay tardes donde el factor torista no lo és
por mucho que se quiera verlo, y por otra anunciados toreros que lejos merecen
estar en la que es la gran cita mundial del toreo…
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