Rubén Darío Villafraz desde
Madrid
Fotos: EFE
MADRID.- Tuvo que pasar cinco actos de la corrida que
hacia séptima de feria, para ver lo más digno en cuanto a corridas de toros
llevamos de San Isidro. Impecable de presencia, uno a uno los pupilos del Montecillo
que pertenecen a Paco Medina dieron
al traste el primer cartel de mediano interés para los aficionados que poblamos
los tendidos de Las Ventas. Cornalón, serio, el más pesado del encierro, tuvo
la suerte de encontrarse con un torero que está camino a subirse en el carro de
las figuras del toreo con vergüenza, que tanta falta hace en estos momentos. Se
llama Iván Fandiño, es de Orduña y
para él la primera oreja de matadores, del serial madrileño.
Tenía su morbo la corrida de hoy, además de ser la que lleva la
denominación fuera de abono de La Prensa. El Cid, un torero que arrancó en
Madrid lo que es hoy hacía su primer paseíllo isidril, tras su paupérrimo paso
por Sevilla, mientras que César Jiménez,
apenas estaba desempolvando los trastos en lo que va de año taurino en suelo
ibérico. Ambos contaron con cruz de pechar con lo peor, es decir, lo más
deslucido, manso, rajado y complicado del genero bovino lidiado.
Manuel Jesús tuvo en su primero un animal que solo duro lo
que le permitió sus kilos y excesivo volumen. Ir y venir tras el trapo rojo en
mero trámite, así transcurrió el primer acto de la calurosa tarde, donde la
espada del Cid nuevamente como en sus viejos tiempos se convirtiera en “pinchaúvas”, a tal punto de
silenciársele no sin antes la condescendencia por parte de la parroquia
madrileña. Su otra labor no se saldría del mismo guion, lo que al final dejó su
paso sin pena ni gloria.
Otro que algo pudo lucir, pero al que se le censuró su apostura, su
despegado embroque en cada muletazo, y en especial su insípido calado con el
tendido fue el madrileño César Jiménez,
quien su pulcro cometido con el segundo de poco valió para emocionar los
presentes en su totalidad. No estuvo certero con el estoque en toda la tarde, lo
que aún así le valió para que se escucharan palmas divididas al final del
mismo. No pudo ser lo mismo en el quinto, pues definitivamente lo rajado y
aquerenciado del animal no le dio opción a meter en vereda tanto al animal como
al otro, ese mismo que acude a los escaños de la catedral madrileña.
Pero lo mejor estuvo en las manos de Fandiño. Su primer antagonista, no le dejo expresar un ápice lo que
lleva por dentro este valeroso torero, a quien hay que agradecerle la verdad
con la que torea. Lo cambiante de su embestida hizo que su labor fuera inconexa
e intermitente, lo que propició que el publico dejara su acto en silencio que
luego cambiaria por entrega en su labor frente al seriecísimo sexto, un “pavo” al que supo darle las pausas,
distancias y ritmo con la muleta para de esta forma aprovechar los resquicios
de nobleza que tenia el montecillo de Paco
Medina.
Las series por la mano derecha fueron el catalizador y basamento por la
que se sostiene el que los aficionados presentes tras el certero volapié, donde
se fue como una exhalación el torero, se concediese la oreja que tiene sabor a
gloria, pues por la izquierda, las escasas dos tandas no fueron más que un tramite,
con un calamocheo constante, requiriendo una dosis extra de temple y
colocación.
Esta tarde, el primer cartel de relumbrón, de los pocos, que se podrá
ver en el largo abono que aún nos espera en Madrid. A ver si los hados del
toreo, en corrida de expectación nos acompañen, y no hagan cierto aquel refrán,
pavoso por demás…
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