Aupado a la
primera sustitución de San Isidro, el torero salmantino confirma los créditos
ganados el 6 de mayo. Valeroso, templado y capaz en prueba difícil.
BARQUERITO
TUERTO EN EL PAÍS de
los ciegos, el tercer toro de la corrida de El Ventorrillo fue el
único que tuvo trato. Tal vez lo tuviera el primero de los seis, que manseó de
salida, derribó e hirió un caballo de pica, pero Aparicio, muy ausente, cauteloso y en renuncio, se limitó a firmar
dos o tres bonitos muletazos por la cara. No se vio ese toro.
El segundo,
castigado en durísima vara, fue sembrando charcos de sangre, no se fijaba y
vino a estrellarse contra un burladero siguiendo la estela de un tercero de
cuadrilla. El estrellón fue brutal y, conmocionado, el toro amagó con
aconcharse. No dejó de hacerlo hasta cumplir su propósito. Solo pudo abreviar Curro Díaz.
El cuarto,
zambombo de monumental traza, derribó al batacazo y no de encajarse, fue
sangrado a modo en cuatro varas, echaba cuajarones por las heridas y fue, al
cabo, víctima propiciatoria y nada más. Aparicio
no estaba para casi nada –dos hermosos muletazos de toreo por delante- y montó
la espada sin engañar a nadie. Recibido con una ovación cariñosa, porque no
toreaba en Madrid hacía dos años y la última tarde fue la de una de las
cornadas más pavorosas nunca vistas aquí, debió de sentir enseguida que la
corrida, tan basta y armada, tan ofensiva, no estaba para él.
Convertido en
blanco de las iras desde que cedió las labores de brega en el primero a su fiel
y eficacísimo Ángel Otero, Aparicio asumió el castigo con señales
de serio duelo. Encanecidos sus rizos de gitano rubio, bien vestido como suele
–golpes de oro en el chaleco, azabaches en tiras, alamares, hombreras, puños,
pechera, mangas y espalda- y juncal la planta, parecía pese a todo eso un
torero triste. Y de vuelta.
De borriquero
trote, el quinto, más astifino y puesto que cualquier otro, se frenó de salida,
se escupió de blando dolor en varas, llegó a afligirse en el tercer picotazo,
esperó en banderillas, tiró coces al aire y sólo en las hábiles y sabias manos
de Curro Díaz llegó a tragarse diez
muletazos y solamente diez, que tuvieron acento caro, belleza, regusto y, en el
pierdepasos, la autoridad del toreo de recursos. Cuando Curro pretendió seguir, el toro le mandó terrorífico recado al
vientre, le arrancó la muleta de las manos por el estaquillador, volvió grupas
y al trote cochinero tomó el camino de las tablas. Curro tumbó al toro de estocada sin puntilla más que meritoria.
Para ese trabajo tan difícil no hubo siquiera el reconocimiento de unas palmas.
El sexto,
entre ensillado y lomudo, cinqueño levantadísimo, las manos por delante,
escarbador, entró de hecho y derecho en el cupo de los mansos. “¡Vaya moruchada, ganadero!”, sentenció
una voz anónima cuando Gallo
intentaba trajinarse al toro, que solo embistió a saltos y porrazos, y, por
tanto, no embistió. Se revolvió con aire pendenciero. Más que puntear engaño,
se lo quitaba de encima navajazos. Notable fue la maestría de Paco Tapia a caballo en un primer
puyazo a toro corrido, suelto y en ataque feroz antes de estarse en suerte las
partes. Casi vuelto el caballo, Paco
Tapia acertó a sujetarse –el puyazo en el morrillo- y repitió en una
segunda vara por derecho igual de magistral. Lección de picar con las dos
manos. La izquierda, sujetando y acostando al caballo, y la derecha –el palo ni
corto ni largo-, hiriendo donde mejor conviene a los toros.
No es que el
tercer ventorrillo fuera una joya
pero al menos se vino a engaño sin protestar en los dos primeros viajes
seguidos. Tuvo su punto violento y defensivo como todos, pero de otra manera.
Y, en fin, anduvo estupendamente con él Eduardo
Gallo, que se había ganado la primera sustitución de la feria con su
brillante tarde del 6 de mayo en Madrid. Gallo
firme y suelto de verdad. Desmedrado a pesar de que el toro le pegó tres o
cuatro viajes al cuello al defenderse debajo o a mitad de suerte tal vez por
falta de fuerza y no de agresivo.
Linda y justa
faena, brindada al ministro Wert,
que estaba en una barrera de callejón. Toreo encajado. Bello cuando las suertes
de adorno –el toreo cambiado- pasaron a ser toreo de recurso. Airoso un
desplante. La madurez: solucionar el problema despejadamente y sin aspavientos,
arriesgar muy de verdad, torear por derecho, no encogerse sino todo lo
contrario. Los toreros de Salamanca han pasado valientes por la feria: Juan del Álamo el domingo; Gallo, la tarde del santo patrón.
Isidro o el milagro de los bueyes.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- En la mañana de San
Isidro -mi barrio céntrico tomado por ruidosas masas churreras-, un paseo por
la calle de San Bernardino, que fue en su día casi tan importante como la de
San Bernardo. San Bernardino, por el nombre del santo de un asilo que fue
célebre. Entre el Conde Duque y Amaniel -la vieja Universidad, el Noviciado
jesuíta cerca, las cocheras y el jardín fastuoso del Palacio de Liria-, ese
cachito de San Bernardino donde, en menos de cien metros, he echado la cuenta
de un restaurante sino-tailandés (especilalidad en La Mian), otro mexicano, un
hindú, un japonés que hace esquina, un persa, un gallego y un colmadito
español, ya en la plaza del Conde de Toreno, que se llama El Rey del Pollo.
Si bajáis por la calle de los Reyes hasta la Plaza
de España, encontraréis uno cubano y un peruano. La calle escondida de San
Ignacio de Loyola -en el costado del cine Colisevm- tiene un lienzo de fachadas
muy bonito y en una de las casas trinaban a mediodías dos canarios de premio.
Al lado de la jaula, un disco de los que ahuyentan palomas y gavilanes. La
plaza de los Mostenses está hecha una porquería pero, tesoro de basurero, en
uno de los locales del mercado se encuentra la tienda más refinada de caviares
iraníes que pueda verse en Madrid. Las cajas de hojalata del caviar tienen
colores de divisas ganaderas. Y dibujos de esturiones. Ni un cartel de toros en
todo el barrio. Caviar, sí; toros, nada.
FICHA DEL FESTEJO
Martes, 15 de mayo de 2012. Día de San Isidro.
Madrid. 6ª de la Feria de San Isidro. Casi lleno. Veraniego.
Seis toros de El
Ventorrillo (Fidel San Román). Julio Aparicio, de carmín y azabaches,
bronca en los dos. Despedido a almohadillazos. Curro Díaz, de verde nilo y oro, silencio en los dos. Eduardo Gallo, que sustituyó a Ángel Teruel, de añil y oro, saludos y
ovación tras un aviso.
Paco Tapia picó con maestría al
sexto. Ángel Otero y Fernando Téllez bregaron y
banderillearon los dos toros de Aparicio
con valor y criterio.
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