Rubén Darío Villafraz desde
Madrid
Fotos: EFE
MADRID.- Habíamos asistido el día anterior a la primera
de rejones de la Feria de San Isidro, y a fe que las cinco orejas y la puerta
grande para Cartagena y Galán, con los mansurrones toros de Luis
Terrón nos había dejado “mosqueados”
de ver otras emociones distintas a las que se viven en el coso de la Calle
Alcalá.
De la de rejones, es verdad que las oreja por toro cortada por Andy le valió con todos los meritos
para sacarse el pasaporte a un triunfo que bien le viene luego de un año pasado
por el dique seco del infortunio de las lesiones. Lo de Galán fue otra cosa, con una segunda oreja ante el quinto, que más
que el salvoconducto para acompañar a Cartagena
en loor de hombros, viene a ratificar que en Madrid, en festejos de este tipo,
el público es distinto en todos sus conceptos. Así tenemos que lo más torero de
la tarde, a cargo de Leonardo Hernández,
en el que cerró plaza, solo quedó en una oreja, con la petición contundente de
la segunda oreja, que se guardó el palco presidencial para no pecar luego de
excesivo.
Tras lo visto, desde tempranas horas de la mañana nos dispusimos irnos a
Valladolid, para ver el cartel solado que no se vera en Madrid. O por lo menos
ese era el comentario general. Morante,
Juli y Manzanares con toros de Victoriano
del Rio, en cartel de relumbrón, digno de cualquier plaza, y más con
estos carteles madrileños donde abunda tanta cantidad y poca calidad.
Pues no hemos perdido el viaje. No señor, ha sido una tarde de mágicos
momentos, donde la inspiración, la raza, inspiración y gran momento de estos
tres “tenores” del toreo
contemporáneo han sabido ofrecernos lo mejor de cada una de sus tauromaquias,
ante un toro generoso en sus embestidas, noblotas, un poco descastadas, pero
que dejaron a los espadas estar a gusto y sacar ese tarro de esencias tan
difícil de amalgamar en carteles de este fuste.
La tarde esplendida. Un sol canicular que nos persigue, a tal punto de
hacernos estar como la versión más severa del trópico. La plaza, a pesar de
este cartel se llenó casi sus tres cuartas partes, cuando en realidad debió
agotarse el boletaje, pero aún así, no se perdió ese aire de tarde de
expectación que comenzaría con un Morante
en mero tramite con el que abrió plaza, para ser silenciado, a la expectativa
de lo que hizo en el cuarto, un toro que aún si no dejó estar en plenitud a
coleta de Puebla del Rio, sí que dejo momentos que valieron la ida a la capital
pucelana. Los forzados de pecho, los derechazos largos y mandones, así como los
remates finales de tanda, dieron pie a al final, se le premiara con una oreja
que pasearía con la torería que acostumbra Morante.
Lo de El Juli es una clara demostración de ver a un torero en su más
completa versión y así lo dejo manifiesto en una actuación cumbre. En los dos
toros hemos visto a un torero de suma inteligencia y poderío el cual en este
momento se le puede reconocer como el máximo interprete del toreo puro. Una
oreja cercenó a cada uno de sus toros, en trasteos preñados de variedad,
profundidad y concepto artístico. Una pena que los empresarios le pasen factura
y limiten en estos tiempos a un torero en su mejor estado de fondo y forma.
Y lo de Manzanares es otra
cosa. Es ver el toreo en su versión más completa, donde todos los integrantes
que componen su cuadrilla tienen una función y virtud que ofrecer. Si sus
banderilleros y picadores son unos fenómenos tanto en la brega, banderillas y
vara, lo de su jefe de filas, en este caso José
María, viene a reconfirmar que el toreo roza la perfección en sus manos.
Obran para ello, tal y como le observamos en esa faena a su primero del lote,
animal generoso en su recorrido, al que el coleta alicantino no escatimó en
darles las facilidades para hacer de su bondad la arcilla de una actuación
sublime. El espadazo recibiendo, en todo lo alto, sería el colofón a una labor
que no tuvo contrapunto en el sexto, el más irregular del envió que don Victoriano del Rio envió al coso del
Paseo Zorrillas.
Así nos íbamos de Valladolid nuevamente a Madrid, con la sensación
satisfecha de haber visto lo que todo aficionado busca en el toreo, como es la
inspiración en su máxima plenitud, en las manos de intérpretes de alta
filigrana.
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